Pbro. Eduardo Hayen Cuarón/ Director de Presencia
Muchos jóvenes confunden el amor con el sexo. Creen que para mantener un noviazgo sólido y duradero deben mantener una vida sexual activa y piensan que es absolutamente normal y necesario conocerse íntimamente. «Al fin que todos los hacen», dicen para justificarse. Muchas parejas de novios, a un mes de haber comenzado a salir, comienzan a tener sus primeras experiencias sexuales, y muchas de ellas, al poco tiempo, rompen su noviazgo. Pasado un tiempo entran en relación de novios con otras personas y dolorosamente se repite la misma experiencia.
San Juan Pablo II decía que «El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente» (Redemptor hominis 10). El problema de muchos jóvenes es que no saben bien qué es el amor, y llegan a confundirlo con el sexo. Creen que porque sienten amor a su pareja, pueden expresarlo con la entrega física en la intimidad. Es ahí donde se confunden. Pero veamos un contraste que hace Mary Beth Bonacci para conocer lo que es el amor real del amor de concupiscencia.
No es lo mismo decir «amo a mis padres» que «amo comer pizza». Son amores en niveles muy distintos. Cuando digo que amo a mis padres quiero decir que me preocupo por ellos, que hago lo que sea necesario para que no les suceda algo malo; quiero el bien para ellos, estoy agradecido por todo lo que han hecho por mí, estoy dispuesto a hacer sacrificios por ellos y deseo que estemos juntos muchos años. En cambio cuando digo «amo comer pizza» quiero decir que cuando tengo hambre se me antoja una de pepperoni o una hawaiana. Si el hambre es mucha, la como con avidez, la saboreo, termino chupándome los dedos y una vez satisfecho, dejo las orillas sobrantes en el plato.
Esta comparación vale para ilustrar lo que es el amor real de una pasión instintiva que, finalmente, no es amor. La pregunta es, ¿cómo queremos amar y ser amados, con amor real o con amor de pizza? Cuando una persona te demuestra su amor preocupándose por ti, escuchando lo que llevas por dentro; cuando esa persona es capaz de sacrificarse por tu verdadero bien, puedes estar seguro de que se trata de amor real. Pero cuando alguien sólo quiere pasar el rato contigo y disfrutarte sexualmente sin importar las consecuencias, aunque te diga que te ama, lo más probable es que te sientas utilizado y la relación se deteriore rápidamente.
Aunque la confusión entre el amor real y el amor de pizza sucede sobre todo en el mundo de los jóvenes, también puede ocurrir dentro de la vida matrimonial. El papa san Pablo VI fue muy explícito en su encíclica Humana Vitae cuando dijo que «Podría también temerse que el hombre, habituándose al uso de las prácticas anticonceptivas, acabase por perder el respeto a la mujer y, sin preocuparse más de su equilibrio físico y psicológico, llegase a considerarla como simple instrumento de goce egoísta y no como a compañera, respetada y amada».
Los seres humanos fuimos creados para el amor auténtico y real porque somos imagen de la Trinidad. «Dios inscribe en la humanidad del hombre y de la mujer la vocación y consiguientemente la capacidad y la responsabilidad del amor y de la comunión» (Familiaris Consortio 11). Queremos interactuar sanamente con los demás y compartir nuestras vidas con otros; necesitamos sentir que estamos rodeados de personas que verdaderamente se preocupan por nosotros y que quieren nuestro bien, personas que estarán junto a nosotros en las buenas y malas. Somos felices cuando aprendemos a dar y recibir amor en esta comunión de personas.
La sexualidad es un regalo maravilloso de Dios para vivir en comunión entre las personas, pero sin una educación para el amor real, puede fácilmente convertirse en instrumento de mero disfrute para utilizar a otros en ratos placenteros, como cuando vamos con hambre a alguna pizzería.