Los argentinos y los salesianos cuentan desde el pasado 9 de octubre con un nuevo santo, San Artémides Zatti, tercer santo argentino y el primero no religioso. Hizo una promesa a la Virgen y dedicó toda su vida a los enfermos de Viedma y Carmen de Patagones.
Agencias
El Papa Francisco canonizó el pasado domingo 9 de octubre a Artémides Zatti, el tercer santo argentino y el primero no religioso, que pertenecía a la comunidad salesiana y se desempeñó a principios del siglo pasado como enfermero en las ciudades de Viedma, provincia de Río Negro y la vecina Carmen de Patagones, en Buenos Aires.
La ceremonia en la Plaza San Pedro, estuvo encabezada por el Sumo Pontífice quien lo proclamó santo tras confirmarse un milagro atribuido a su intercesión.
Biografía
Don Zatti, como solía ser llamado, nació el 12 de octubre de 1880 en Boretto, Regio Emilia, Italia, vivió en la Argentina a partir de 1897, donde adoptó la ciudadanía y murió en Viedma, en 1951. El enfermero era conocido por su labor en la Patagonia al servicio de las personas necesitadas. Su trabajo estaba enfocado en las casas humildes de las periferias, a partir de su incorporación al movimiento de los Salesianos de Don Bosco.
En el archivo del Hospital San José de Viedma, en el que trabajó la primera mitad del siglo XX, hay cartas dirigidas a él en las que lo llaman Artemiro, Artensio, Artemisco, Arquímides o bien Sati, Satis, Sapti, Sacti, Zatting y hasta Donzati. Quienes lo conocían, tenían dificultades para recordar su nombre y apellido y muchos lo trataban de “don”, tal vez por la costumbre del trato que se le daba a los curas italianos. Y el respondía con sentido del humor: “Para ostentar el don, hay que nacer entre algodón”.
Artémides se caracterizaba por estas siempre de buen ánimo, alegrando y cubriendo las necesidades de los enfermos. Iba con su bicicleta casa por casa. Una mano se apoyaba en el manubrio, la otra desgranaba un rosario
Artémides se caracterizaba por estas siempre de buen ánimo, alegrando y cubriendo las necesidades de los enfermos. Iba con su bicicleta casa por casa. Una mano se apoyaba en el manubrio, la otra desgranaba un rosario
A los salesianos los había conocido en 1897, a los 17 años, en Bahía Blanca, cuando se afincaba en esa ciudad con sus padres y hermanos. Venían tras los pasos de un tío paterno, el primero en llegar. Artémides, que había vivido a orillas del río Po, había ido a la escuela y también ayudado a su familia en tareas rurales, a los tres años de llegar a la Argentina, expresó el deseo de ordenarse como sacerdote. De manera que ingresó como seminarista en la casa de formación de los salesianos en Bernal, localidad bonaerense.
Creí, prometí, sané
En esa institución estudió a lo largo de cinco años y un día, asistiendo a un sacerdote con tuberculosis, contrajo la enfermedad. Sus superiores lo enviaron al hospital de Viedma y como no lograba recuperarse, el joven Artémides le hizo una promesa a la Virgen: si se curaba dedicaría su vida a la atención de enfermos sin ser sacerdote. Y se curó. Ahora le tocaba su parte. Él solía decir como frase de cabecera: “Creí, prometí, sané”. A los 28 años se consagró como salesiano coadjuntor y dedicó la totalidad de su vida a los enfermos.
Don Zatti era corpulento, llevaba el pelo corto y un gran bigote. Su carácter, siempre alegre. La biografía presentada por la Santa Sede dice que “para atender a los enfermos en su domicilio recorría la ciudad en bicicleta e, incluso, cruzaba Río Negro para llegar a Patagones. Vestido con la bata y llevando el maletín con medicinas e instrumentos, sostenía el manubrio con una mano y con la otra desgranaba las cuentas del Rosario”.
Primero trabajó en la farmacia anexa al hospital, del que después fue administrador, vicedirector y también director. Mientras hubo otro director, Zatti administraba los ingresos, gestionaba los recursos humanos, compraba los insumos para dar de comer a los internados y controlaba la limpieza y si era necesario, la hacía él.
Salesiano laico
El 18 de febrero de 1911 hizo la profesión perpetua como salesiano laico y enseguida se puso a trabajar con los enfermos, primero distribuyendo las medicinas, y luego en la gestión de todo el hospital de Viedma”, lo recuerda el Vaticano en la biografía oficial.
En 1915 además de la responsabilidad de la farmacia del hospital, se ocupaba de la enfermería del colegio salesiano anexo y la de María Auxiliadora, así como la asistencia a los internos en la cárcel y a quien tocara su puerta a la hora que fuera. Para no tener inconvenientes legales, en 1914 se había naturalizado argentino y, a los 36 años, obtuvo el título de idóneo en farmacia otorgado por la Universidad Nacional de La Plata.
Los médicos que trabajaron a su lado, aseguraron que era mucho más que un idóneo en farmacia. Consideraban que tenía un ojo clínico casi infalible para reconocer enfermedades, por lo que le daban mucha libertad de acción y hasta le asignaban casos con los que ellos ya no sabían qué hacer. Al bromear sobre la competencia que podía hacerles a los médicos, Zatti le respondió a uno: “Yo curo con vino de cantina y carne de gallina, que es la mejor medicina…”. Además de comentar sus buenas prácticas sanitarias, se conocieron después afirmaciones de los médicos del hospital referidas a la coherencia entre lo que Zatti creía, decía y hacía. “Cuando veía a don Zatti mi incredulidad vacilaba”, aseguró uno. “Creo en Dios desde que conozco a don Zatti”, dijo otro.
Un hombre muy feliz
Siempre estaba de buen ánimo, y cuando un médico le preguntó una vez si era feliz él respondió: “Mucho”, y ante el asombro del otro, continuó: “Vea, la felicidad de cada uno está en sí mismo. Esté usted contento y conforme con lo que tiene, tenga lo que tenga: eso es lo que quiere Dios de nosotros. Lo demás lo llena Él”. Así hablaba un hombre que nunca se había acostumbrado al sufrimiento. “Delante de los enfermos graves, bromeaba y reía, a veces, para darles ánimo; pero luego a solas lloraba…”, llegó a decir el doctor Susini, uno de sus contemporáneos.
En la biografía de Raúl Entraigas, publicada a sólo tres años de la muerte del enfermero, se describe con detalle un día en su vida tal como la llevó durante casi 50 años, donde sobran testimonios coincidentes. Se levantaba a las 4.30 o 5 para ir a la iglesia a rezar con los sacerdotes y participar de la misa; luego visitaba a los enfermos en las salas de internación, a las que ingresaba saludando con un “¡Buenos días! ¡Vivan Jesús, José y María!” y enseguida preguntaba: “¿Respiran todos?”. Generalmente le respondían: “Todos, don Zatti”. Igualmente él pasaba luego a verlos uno por uno y anotaba qué necesitaban, y verificando que estuviesen todos vivos. Si encontraba alguno que había fallecido durante la noche lo cargaba al hombro y lo llevaba a la morgue y, si allí no había espacio o si estaba cerrada, llevaba el cadáver a su cuarto y lo extendía sobre su cama. En ese caso él dormía en el suelo. Cuando después le preguntaban si había tenido miedo, respondía: “No, por qué habría de tener miedo. Dormimos los dos… Hay que tener miedo a los vivos, no a los muertos. Estos ni siquiera roncan…”
Todo lo hacía gratis
Luego de la ronda, iba a buscar los pedidos de los pacientes y partía en bicicleta a dar inyecciones a los que no podían llegar al hospital, por Viedma y Carmen de Patagones, a ambas orillas del río Negro. En esa época comenzaban a administrarse antibióticos y a Zatti se le multiplicó la tarea porque debía ir cada dos o tres horas a una misma casa. Todo lo hacía gratis. Sus ayudantes decían que rara vez debe haber dormido una noche sin interrupciones. Aun cuando se hubiese acostado pocos minutos antes de que alguien tocara a su puerta, se levantaba y salía a ver al enfermo que lo necesitara sin quejarse jamás.
Cerca del mediodía regresaba para las oraciones previas al almuerzo. Después de comer jugaba a las bochas con los convalecientes. Entre las dos y las cuatro de la tarde volvía a visitar a enfermos en sus domicilios. Merendaba y, según la necesidad, recorría una vez más las salas, hacía cuentas o arreglaba desperfectos en la casa. A las seis dirigía una lectura espiritual y ayudaba al sacerdote en la bendición del Santísimo. Mientras los enfermos cenaban él trabajaba en la farmacia y luego volvía a pasar por las salas y los invitaba a rezar juntos y daba las “Buenas noches”, según el estilo salesiano. Solía narrar en pocos minutos la vida de algún santo, describir la fiesta litúrgica del día o algún episodio de la vida de Don Bosco.
En 1950, tras cuarenta años de vida consagrada al servicio de los enfermos, especialmente los más pobres, Zatti se cayó de una escalera y fue obligado hacer reposo. Después de unos meses se manifestaron los síntomas de un cáncer y murió el 15 de marzo de 1951. El proceso para su canonización fue iniciado en 1977 y en 2002 fue beatificado por el Papa Juan Pablo II.
El milagro que lo llevó a los altares
A principios de siglo, en 2002, el Papa san Juan Pablo II canonizó a Zatti. La beatificación se dio tras la intercesión de Zatti en la curación inexplicable de un sacerdote argentino que padecía una septicemia múltiple.
En 2016 Zatti volvió a obrar otro milagro, por el cual se le ha canonizado. Según la congregación para la causa de los santos, el milagro se dio el 24 de agosto de 2016 en Filipinas, en la provincia de Batangas.
El hombre comenzó con arcadas, mareos y dificultad al andar, el 11 de agosto, tras estos síntomas fue hospitalizado de urgencia. El hombre fue diagnosticado un ictus isquémico en la cabeza que se agravó a causa de una gran lesión hemorrágica.
Dos días después empeoró y tuvo que ser trasladado a la unidad de cuidados intensivos, donde determinaron que debía ser operado, sin embargo debido a la situación económica precaria de la familia no pudieron llevar a cabo la cirugía.
Sin esperanzas, obra de Dios
Diez días después de enfermar, en estado muy grave y sin esperanzas de mejora el hombre fue trasladado a su casa junto a su familia donde recibió la Unción de los Enfermos.
El 24 de agosto de 2016, el hombre gravemente enfermo se levantó y quitándose el oxígeno y la sonda pidió que le dieran de comer. Milagrosamente retomó su vida normal como si no hubiese padecido la enfermedad.
El hermano del enfermo, salesiano en Roma, al conocer el estado de su hermano en Filipinas pidió por su curación. Una vez ingresado, comenzó a rezar por la intercesión del Beato Artémides Zatti, que finalmente obró el milagro.
El pasado 9 de abril el Papa Francisco autorizó el milagro que llevó a su canonización cinco meses después. Así, los argentinos y los salesianos cuentan ya desde el pasado 9 de octubre con un nuevo santo, San Artémides Zatti.
Línea del tiempo
1880
Nació en Boretto, un pueblo al norte de Italia. Es el menor de ocho hermanos, de una familia de campesinos.
1887
Su familia emigra a Argentina. Artemídes trabaja como obrero y comienza a frecuentar la parroquia de los salesianos.
1900
Ingresa al seminario de los salesianos y retoma sus estudios primarios.
1902
Enferma de tuberculosis y es internado en el Hospital San José.
1908
En el peor momento de su enfermedad, decide dedicar su vida a la religión dentro de la comunidad salesiana.
1911
Muere el padre Garrone, encargado del hospital. Artémides se hace cargo de la institución dando atención a pobres y excluídos.
1934
Zatti es invitado a participar en la canonización de Don Bosco.
1951
Artémides Zatti enferma y muere de cáncer
1977
Los obispos argentinos solicitan al papa iniciar el proceso para declararlo santo.
1980
Tiene lugar el milagro de su beatificación: la cura de un salesiano enfermo de tuberculosis.
2002
El Papa Juan Pablo II lo declara beato de la Iglesia católica.
2022
El 9 de octubre Zatti es declarado santo por el Papa Francisco en la ciudad del Vaticano