Uno de los retos más importantes en el proceso de desarrollo psicológico y espiritual es el fortalecimiento de nuestra autoestima. Esto es así porque sólo en la medida en que aprendamos a amarnos incondicionalmente a nosotros mismos seremos capaces de dar y recibir el verdadero amor y ser realmente felices. Sin embargo, es impresionante la dificultad que tiene la gran mayoría de las personas para lograr aceptarse y sentir amor, consideración y respeto por sí mismo independientemente de la opinión de los demás o de lo bien o mal que le esté yendo en el plano sentimental, económico, laboral o de sus cualidades y defectos físicos o de personalidad. Lo más frecuente es que nuestra autoestima esté alta cuando las cosas nos marchan bien y decaiga ante los fracasos o descalabros.
La fragilidad en la autoestima se debe en gran parte a la confusión que hay en cuanto a la falsa vinculación que se hace entre autoestima y autoconcepto. Es decir, se comparte la idea de que para amarnos más hay que tener una mejor opinión sobre nosotros mismos para lo cual suele recurrirse a la estrategia de inflar nuestras cualidades y minimizar los defectos buscando de esta manera que el saldo de valía personal sea positivo. Se cree también que si nos repetimos una suficiente cantidad de veces que somos valiosos, único e irrepetibles vamos a terminar creyéndolo y experimentaremos un robustecimiento de nuestra autoestima. Esta visión se basa en que para amarnos más tenemos que convencernos de que somos mejores de lo que pudiésemos pensar cuando nos amamos menos. Es decir, fomenta la condicionalidad de la autoaceptación y del amor a sí mismo: «Me amo y me acepto en la medida en que me convenzo de que tengo las cualidades o méritos suficientes para merecerlo»
Condicionar la autoestima a nuestros atributos y logros la vuelve muy frágil y vulnerable porque seguramente seguiremos cometiendo errores a lo largo de la vida y nos encontraremos con personas que tendrán una mala opinión sobre algunos aspectos de nosotros y entonces dejaremos de aceptarnos y amarnos justo cuando más lo vamos a necesitar: en los momentos de derrota, fracaso, rechazo o soledad.
El verdadero fortalecimiento de la autoestima es algo muy diferente a inflar nuestro ego buscando reconocimiento y valoración o ensalzándonos en público o en privado. Consiste exactamente en lo contrario. Es dejar de darle importancia a la imagen que nos hemos formado de nosotros mismos y que tanto esfuerzo absurdo y tanto dolor y conflictos nos cuesta defender día tras día. En lugar de decir «me amo y me enorgullezco de ser una gran persona» decimos «me amo y me acepto incondicionalmente por el sólo hecho de ser hijo de Dios». En lugar de juzgarnos con dureza para obligarnos a ser mejores, reflexionamos acerca de nuestros errores y nos responsabilizamos totalmente por ellos asegurándonos de entender a profundidad por qué los cometemos y definir cómo le vamos a hacer en el futuro para no repetirlos. Una vez identificada la lección que nuestro error nos deja procedemos a perdonarnos profundamente y nos liberamos de toda culpa renunciando a pelear con nosotros mismos. Esta toma de conciencia y el acto de reconciliación personal es un buen ejercicio de contrición que nos prepara para la confesión con el sacerdote.
Amarnos porque sí, sin necesidad de encontrar razones para ello ni tener que hacer méritos para merecerlo nos permite amar también a los demás sin imponerles el prerrequisito de cumplir con nuestras expectativas poco realistas. (Terapia y talleres Tel.623-2465 Cel.115-8126 andresdeanda.com)