Uno de los más grandes obstáculos que nos impiden vivir amorosamente es que solemos condicionar el amor que damos y que recibimos. Si nuestros seres queridos o las personas que tratamos cotidianamente no se comportan cumpliendo con nuestras expectativas entonces consideramos que no se merecen nuestro amor y se los escatimamos mediante actitudes de frialdad o de reclamo. Pero, igualmente, si los demás nos brindan su amor de una manera diferente a como desearíamos recibirlo, entonces consideramos que lo suyo
no es amor verdadero y lo rechazamos asumiendo que si en realidad nos quisieran se comportarían como creemos que deberían de hacerlo. Lamentablemente esto sucede también con el amor hacia nosotros mismos y cuando nos equivocamos o fracasamos en algo tendemos a juzgarnos con dureza y a descalificarnos por no ser la clase de persona que quisiéramos ser, al grado de que llegamos a creer que
Dios deja de amarnos cuando nos portamos mal, como si Él fuera voluble y berrinchudo como nosotros.
Amar sólo a quien se lo merece, aceptar el amor únicamente cuando se nos da a nuestra manera y amarnos a nosotros mismos exclusivamente cuando nos va bien es una forma de vivir que garantiza que estaremos frecuentemente llenos de frustración, conflictos, desdicha y soledad. El ego concibe el amor como una
mercancía que se tiene que pagar para poder poseerla o que se puede intercambiar en una especie de trueque de méritos. Nuestra alma, por el contrario, percibe el amor como la esencia profunda de todo lo
creado y de El Creador mismo. Es desde el alma que podemos amar a nuestro enemigo o a quien nos dañó en el pasado voluntaria o involuntariamente. El amor incondicional separa el «ser» del «hacer» y juzga y pone límites a las conductas desconsideradas de los demás pero sin dejar de valorar y respetar el alma que
cada ser humano tiene como centro y núcleo. Amar incondicionalmente no significa permitir ser ofendido,
humillado o agredido, pues eso sería un acto de desamor hacia sí mismo.
Tampoco significa justificar o solapar la mezquindad de las personas malintencionadas. Amar incondicionalmente significa renunciar al odio y al resentimiento, a la agresividad y a la venganza. El amor inmaduro es egocéntrico, dependiente y chantajista, el amor maduro exige reciprocidad y el amor incondicional propicia esa reciprocidad pero no como condición para amar sino como genuino deseo de convivencia armoniosa. Quien ama de manera incondicional puede negarse a seguir viviendo o conviviendo con quien lo maltrata o lastima pero no le niega el amor dentro de su corazón. Puede condicionar una relación a recibir respeto pero no condiciona el amor a nada porque entiende que detrás de la agresividad, o cualquier forma de maltrato, hay una persona herida que sufre y teme porque ve a los demás como enemigos o amenazas a su ego.
Quien hace daño es responsable de sus actos pero también es víctima de la ignorancia que le impide darse cuenta de que es un gran error identificarse y obedecer al caprichoso dialogo interno de la mente en lugar de asumirse como ser espiritual y escuchar la voz de la intuición y la consciencia profunda. Quien tiene paz en su corazón no lastima ni ofende y ve a sus semejantes como hermanos con características diferentes pero con una misma naturaleza divina.