Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy meditaremos sobre San José como padre de Jesús. Los Evangelistas Mateo y Lucas lo presentan como padre putativo de Jesús y no como padre biológico. Mateo lo precisa, evitando la fórmula “engendró”, utilizada en la genealogía para todos los antepasados de Jesús; pero lo define como «el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo» (1,16). Mientras que Lucas lo afirma diciendo que era padre de Jesús «según se creía» (3,23). Es decir, aparecía como padre.
Para comprender la paternidad de José, es necesario tener presente que antiguamente en Oriente era muy frecuente, mas de lo que es en nuestros días, el instituto de la adopción. Pensemos en el caso común en Israel del “levirato”, así formulado en el Deuteronomio: «Si unos hermanos viven juntos y uno de ellos muere sin tener hijos, la mujer del difunto no se casará fuera con un hombre de familia extraña. Su cuñado se llegará a ella, ejercerá su levirato tomándola por esposa, y el primogénito que ella dé a luz llevará el nombre de su hermano difunto; así su nombre no se borrará de Israel» (25,5-6). En otras palabras, el padre de ese hijo es el cuñado, pero el padre legal sigue siendo el difunto, que atribuye al neonato todos los derechos hereditarios. El objetivo de esta ley era doble: asegurar la descendencia al difunto y la conservación del patrimonio.
Como padre oficial de Jesús, José ejerce el derecho de imponer el nombre al hijo, reconociéndolo jurídicamente. Jurídicamente es el padre, pero no lo generó.
Antiguamente, el nombre era el compendio de la identidad de una persona. Cambiar el nombre significaba cambiarse a sí mismos, como en el caso de Abram, cuyo nombre Dios cambia en “Abraham”, que significa “padre de muchos”, «porque –dice el Libro del Génesis– será padre de muchedumbre de pueblos» (17,5). Así para Jacob, que se llama “Israel”, que significa “el que lucha con Dios”, porque luchó con Dios para obligarlo a darle la bendición (cf. Gn 32,29; 35,10).
Pero sobre todo dar el nombre a alguien o a algo significaba afirmar la propia autoridad sobre lo que era denominado, como hizo Adán cuando otorgó un nombre a todos los animales (cf. Gn 2,19-20). José sabe ya que para el hijo de María hay un nombre preparado por Dios. El nombre de Jesús lo da el verdadero padre de Jesús: Dios. El nombre “Jesús” significa “El Señor salva”, como les explica el Ángel: «porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1,21). Este aspecto particular de la figura de José nos permite hoy hacer una reflexión sobre la paternidad y sobre la maternidad.
Creo que es muy importante pensar en la paternidad hoy porque nosotros vivimos una época de notoria orfandad. Es curioso, nuestra civilización es un poco huérfana, y se siente esta orfandad. Que nos ayude la figura de San José que está en el lugar del verdadero padre, que es Dios, a entender cómo se resuelve el sentido de orfandad que hoy nos hace mucho mal.
No basta con traer al mundo a un hijo para decir que se es padre o madre. «Nadie nace padre, sino que se hace. Y no se hace sólo por traer un hijo al mundo, sino por hacerse cargo de él responsablemente. Todas las veces que alguien asume la responsabilidad de la vida de otro, en cierto sentido ejercita la paternidad respecto a él» (Carta ap. Patris corde).
Sobre la adopción
Pienso de modo particular en todos aquellos que se abren a acoger la vida a través de la vía de la adopción, que es una actitud muy generosa y bella, bella. José nos muestra que este tipo de vínculo no es secundario, no es un expediente. Este tipo de elección está entre las formas más altas de amor y de paternidad y maternidad. ¡Cuántos niños en el mundo esperan que alguien cuide de ellos! Y cuántos cónyuges desean ser padres y madres y no lo consiguen por motivos biológicos; o, incluso teniendo ya hijos, quieren compartir el afecto familiar con quien no lo tiene.
No hay que tener miedo de elegir la vía de la adopción, de asumir el “riesgo” de la acogida. Hoy con la orfandad existe un cierto egoísmo. El otro día hablaba sobre el invierno demográfico que hay hoy, que se ve que la gente no quiere tener hijos, o solo uno, no más. Y muchas, muchas parejas no tienen hijos porque no quieren, o tienen uno, pero no más, pero tienen dos perros, dos gatos, los perros y los gatos ocupan el lugar de los hijos. Si hace reír, pero es la realidad. Y este rechazar la paternidad y la maternidad nos disminuye, nos quita humanidad, y así, la civilización se convierte más vieja y sin humanidad, porque se pierde la riqueza de la paternidad y de la maternidad, y sufre la patria que no tiene hijos, y como decía uno, un poco con humor, y ahora, ¿quién pagará los impuestos para mi jubilación, porque no hay hijos? Reía, pero es la realidad, ¿quién se hará cargo de mí? Yo pido a San José la gracia de despertar las conciencias y pensar en esto, tener hijos, la paternidad y la maternidad es la plenitud de la vida de una persona. Piensen en esto.
Es verdad, existe la paternidad espiritual, de quienes se consagran a Dios, la maternidad espiritual. Pero quienes viven en el mundo, se casan, piensen a tener hijos, a dar la vida, porque serán ellos quienes te cerrarán los ojos, tomarán de ti para el futuro, y también si no pueden tener hijos piensen en la adopción. ¿Es un riesgo? Si, tener hijos siempre es un riesgo, sea natural o de adopción, pero es más riesgoso no tenerlos, negar la paternidad, negar la maternidad, sea la real, sea la espiritual, pero negar. Un hombre, una mujer, que no desarrolla el sentido de la paternidad, de la maternidad, le falta algo, algo principal, algo importante. Piensen en esto por favor.
Deseo que las instituciones estén siempre listas para ayudar en este sentido de la adopción, vigilando con seriedad, pero también simplificando el procedimiento necesario para que se pueda cumplir el sueño de tantos pequeños que necesitan una familia, y de tantos esposos que desean donarse en el amor.
Hace un tiempo escuché el testimonio de una persona, de un doctor importante en su tarea, no tenía hijos, con su esposa decidieron adoptar uno. Cuando llegó el momento, le ofrecieron uno, le dijeron: ‘no sabemos cómo será la salud, quizá puede tener alguna enfermedad’. Lo había visto. Él dijo: ‘si usted me decía esto antes de entrar y verlo, habría dicho que no, pero lo he visto, me lo llevo’. Este es el deseo de ser padre, de ser madre, en la adopción también. No tengan miedo de esto.
Rezo para que nadie se sienta privado de un vínculo de amor paterno. Quienes están enfermos de orfandad que vayan hacia adelante sin este feo sentimiento. Que San José pueda ejercer su protección y su ayuda sobre los huérfanos; e interceda por las parejas que desean tener un hijo. Por ello, recemos juntos:
San José,
tú que has amado a Jesús con amor de padre,
hazte cercano a tantos niños que no tienen familia y desean un padre y una madre.
Sostén a los cónyuges que no consiguen tener hijos,
ayúdalos a descubrir, a través de este sufrimiento, un proyecto más grande.
Haz que a nadie le falte una casa, un vínculo,
una persona que cuide de él o de ella;
y sana el egoísmo de quien se cierra a la vida,
para que abra el corazón al amor. Amén.