Ana María Ibarra
Con profundo agradecimiento a Dios por el don de la consagración, religiosas y religiosos de la diócesis celebraron el pasado 2 de febrero el día de la Vida Consagrada, celebración instituida en 1997 por el Papa San Juan Pablo II.
En la monición de entrada se expresó la dicha de celebrar su día dentro de la fiesta litúrgica en que la Iglesia celebra la Presentación del Niño Jesús en el Templo y la Purificación de María.
Consagrados a Dios
En medio de la pandemia, siguiendo los protocolos de salud y con un aforo reducido, la celebración, presidida por el obispo J. Guadalupe Torres Campos, se llevó a cabo en el templo parroquial El Señor de la Misericordia con la presencia de una significativa representación de congregaciones religiosas que trabajan por la comunidad diocesana.
La Eucaristía, como lo indica el rito litúrgico, inició en el exterior del templo, donde el obispo realizó la oración y bendición de las velas, mismas que fueron encendidas para ingresar con ellas al recinto.
Con el canto de entrada, entonado por el coro de Hermanas Clarisas Capuchinas, los congregados en el exterior entraron en procesión. Detrás del obispo ingresaron religiosas y fieles con sus candelas en mano.
Después del evangelio, proclamado por el padre José Solís, párroco de la comunidad anfitriona, monseñor Torres Campos compartió su homilía haciendo alusión al texto según San Lucas, que narra el día de la purificación de María, cuando Ella y José presentaron al Niño en el templo, siguiendo las leyes de Moisés.
Así mismo, se refirió a la celebración de la Vida Consagrada externando que “todos, de alguna manera, nos hemos consagrado a Dios”.
“Nuestros hermanos y hermanas consagrados, haciendo una elección, se consagraron a Jesús. Todo consagrado debe distinguirse en su fe en Dios, de convicción, una fe firme, alegre, comprometida, una fe que se traduce en hechos, en amor”, expresó el obispo.
Un don para el mundo
Reflexionando sobre los personajes de Ana y Simeón, el obispo resaltó que su vida estuvo fincada en la esperanza de ver al Salvador.
“Así los cristianos, los consagrados, deben ser hombres y mujeres de esperanza en estos tiempos difíciles. La esperanza nos anima, nos fortalece a ir al encuentro del Señor”.
De igual manera, dijo que todos los bautizados, y en especial los consagrados, deben iluminar las realidades que se viven con la luz de Cristo, del evangelio, del Niño que viene a salvar al mundo.
El obispo definió los carismas de la Vida Consagrada como una gran riqueza para la diócesis, por lo que invito a las congregaciones a ser alegres.
“Los invito a vivir una vida alegre, una consagración gozosa, feliz, para permanecer en la fidelidad de Cristo, de la Iglesia, una entrega diaria, renovada, fuerte y en comunión. La Vida Consagrada es un don para el mundo que se comparte en la entrega generosa. El compromiso de todos, obispo, sacerdotes, religiosas, religiosos, laicos es ser luz y llevar la luz de Cristo a todos”, finalizó.
Religiosos y religiosas concluyeron la celebración con gran motivación.
Al salir, dadas las circunstancias de pandemia, no pudieron convivir como es costumbre, pero se les ofrecieron tamales y champurrado para llevar a sus casas.