Ana María Ibarra
Congregados en el amor de Cristo y en la unidad por el Espíritu Santo, religiosas y religiosos celebraron el pasado 2 de febrero el Día de la Vida Consagrada.
Para ello se reunieron en el área de las criptas del templo El Señor de la Misericordia, donde el obispo, don José Guadalupe Torres Campos, inició la liturgia de la presentación del Señor y realizó la bendición de las velas.
Ser luz
Después de la bendición de las velas, consagradas y consagrados caminaron en procesión rumbo a la capilla del Santísimo, para participar de la Eucaristía.
En su homilía, el obispo reflexionó la figura de Dios como luz del mundo, fuente de luz que da la vida y amor a sus hijos y que, a través de Cristo, se ha revelado de una manera muy cercana.
“Iniciamos esta celebración en un lugar especial para bendecir las velas en señal de nuestra fe en Cristo que nos da la luz. En procesión, caminamos al encuentro de la luz de Cristo”, expresó el obispo.
Del evangelio, el obispo resaltó la presentación de Jesús en el templo no solo como un cumplimiento de ley, sino como algo que va más allá.
“Es el hijo de Dios que viene al encuentro del hombre para salvarnos, para redimirnos y darnos la luz de Dios Padre. Jesús viene a nuestras vidas, nos viene a fundir en su amor, en su sangre, en su muerte y resurrección. Viene a transformarnos”, añadió.
Compartió que se celebra la vida consagrada como un don de Dios que ha llamado desde su amor, su luz y espíritu, y habita en cada uno de los consagrados y consagradas.
“Al vivir la vida consagrada cada día lo hacen movidos por el Espíritu Santo, la fuerza del amor de Dios. Actúan, trabajan, sirven en la luz que es Cristo movidos por el Espíritu Santo. La vida consagrada es un camino a la santidad”, resaltó monseñor Torres.
El obispo invitó a los asistentes a dar gracias a Dios por su fortaleza, su compañía y por el don que les fue dado a cada uno para el servicio de la Iglesia.
Al final de la celebración, contentos por su festejo, los consagrados y consagradas tuvieron un momento para compartir el pan y la sal.