- El padre Pío de Pietrelcina, un santo que sobrevivió a una epidemia devastadora a principios del siglo XX, dejó algunos principios que pueden ayudar a enfrentar la actual crisis por el Covid-19
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El padre Pío de Pietrelcina, un santo que sobrevivió a la gripe española, una pandemia devastadora a principios del siglo XX, dejó algunos principios inspiradores para llevar una vida virtuosa y que pueden ayudar a enfrentar la actual crisis por el Covid-19.
Estos cinco principios recopilados por el National Catholic Register provienen de los extractos de una carta enviada por el padre Pío en 1917 a una de sus hijas espirituales, Antonietta Vona, y que se pueden resumir con el dicho que a menudo él repetía: “Ora, espera y no te preocupes”.
Como antesala a revelarle los principios, el padre Pío le pide a Antonietta (Cartas III, pg. 833): “No tengas miedo de ningún daño futuro que te pueda suceder en este mundo, porque tal vez no te suceda en absoluto, pero en cualquier caso, si te viniera encima, Dios te daría la fuerza para soportarlo. Si Dios te permite caminar sobre las aguas tormentosas de la adversidad, no dudes… no tengas miedo. Dios está contigo. Ten valor y te será facilitado”.
1.- “Sabemos que Dios dispone todas las cosas para bien de los que lo aman” (Romanos 8:28)
Toda la vida del ser humano va encaminada a lograr la felicidad eterna, pero es necesario darse cuenta que todos los acontecimientos, aun las circunstancias más adversas, en el querer de Dios conllevan al mismo tiempo un fruto, o un resultado para que el hombre alcance la salvación.
Por ejemplo, una epidemia, una enfermedad, la muerte, que son hechos que desvelan profundamente nuestra limitación, en la sabiduría divina, se encauzan a que crezcamos en la confianza en el Señor… Él saca grandes bienes de grandes males. Él nos ayuda a descubrir cómo también las adversidades hacen brotar lo mejor que tenemos en el corazón, y madurar en el amor al prójimo.
Es desde la fe que aprendemos a salir de nuestra comodidad y así, lo que parecía imposible de superar, en el Señor se vuelve nuestra fortaleza.
2.- “Dios es nuestro Padre”
Decir que Dios es Nuestro Padre es aferrarse continuamente a su gran amor, que nos dio aun antes de que existiéramos.
El Padre providente, que da su alimento a las aves y viste las flores (Mt 6,26-30), reviste a sus hijos de gracia para poder enfrentar las pruebas más adversas. Da el Espíritu Santo para que con sabiduría podamos hacer lo que nos corresponde, entendiendo, desde la fe, que Él todo lo tiene en sus manos.
El mismo Hijo de Dios mantuvo durante su vida y en el momento terrible del sufrimiento en la cruz la confianza en el Padre… y aunque encontramos diversos comentarios respecto a las palabras «¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?» (Mt 27,46), que reflejan cómo el mismo Señor asume la soledad que provoca el pecado, que hace sentir la lejanía de Dios, su abandono en las manos del Padre nos dan una lección maravillosa para poner en práctica: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46).
Todo está en las manos del Padre, su designio se cumple aun más allá del sufrimiento y de la muerte. La respuesta del Padre es la resurrección a su Hijo y a los que creen en Él.
3.- “Cuando les envié sin cartera ni equipaje ni calzado, ¿les faltó algo?” (Lucas 22,35).
Las tormentas, como el caso de la pandemia, nos hacen ver lo esencial. Nos descubren que las cosas materiales tienen caducidad, que aun teniendo ropa, calzado, comida, diversión, un lugar para descansar, ello se vuelve relativo al considerar la propia fragilidad en la enfermedad. Por eso, en su momento, el Señor les diría a los discípulos que no se llevaran túnica ni sandalias para el camino. Y Él mismo afirmaría que su alimento era hacer la voluntad del Padre (Jn 4,34). Jesús también afirma que el Padre dará cosas buenas a los que se las pidan ( Lc 7,11).
4.- “Eternidad”
No temamos ser frágiles y mostrarnos tales delante del sufrimiento y la incertidumbre, pero tampoco olvidemos que fuimos creados para la eternidad. Dios ha querido que nos sujetemos al amor por el que nos creó. Ahora bien, si se ha procurado amarle, seguir sus caminos, amado al prójimo y ser fiel a su mandato de amor, entonces se está preparando para la eternidad con Él.
Es en los momentos más inciertos que la confianza, puesta a prueba, va madurando. La victoria sobre la muerte está ganada por Jesús, Dios y hombre. Él nos ha dicho que nos preparó una habitación en la Casa del Padre (Jn 14,2). Quizá estas palabras del Señor en un ambiente demasiado secular y materialista no hacen eco y por ello es necesario guardar silencio para dejar que Dios nos hable y llene de esperanza nuestro corazón, golpeado por el ruido, el estrés y la inmediatez de las cosas y las noticias nefastas.
En cada ser humano brota esa “semilla de infinito” ante lo que amenaza su seguridad en este mundo, sin embargo, también surge el anhelo de “re-ligarse” a su creador. Dice el Salmo 63,2: «Oh, Dios, tú eres mi Dios… estoy sediento de ti»… El anhelo del corazón también procura, con fe, discernir qué es lo más importante, y lo busca como prioridad. No dejar de dar el valor verdadero a lo pasajero, y sabe también desprenderse de él, a la luz que da el Espíritu Santo, para dirigir la mirada al resucitado.
5.- “En cuanto a mí, no quiero sentirme orgulloso más que de la cruz de Cristo Jesús, nuestro Señor” (Gálatas 6,14).
San Pío de Pietrelcina vivió medio siglo con los estigmas de Nuestro Señor y se identificó de esta manera plenamente con Él. El sufrimiento en su cuerpo, por amor a quien se entregó por nosotros (Cfr.Gal 2,20), hizo que llegara a exclamar: «Sufro y deseo sufrir más». La cruz de Jesucristo, locura para los que se pierden y poder de Dios para los creyentes (1 Cor 1,18), sigue causando escándalo. Sin embargo, por medio de su pasión es como el Señor quiso sanar al mundo de una enfermedad más perniciosa que lleva a la muerte eterna: el pecado.
Los sufrimientos de esta vida son en realidad una oportunidad para unirse al dolor de Jesús. Él, siendo nuestro hermano (Heb 2,11), ha pasado por el hambre, la persecución, la injusticia, el dolor físico y moral, para indicarnos que el camino de la cruz es el que lleva a la salvación. ¿Por qué Jesús no eligió un camino de poder, fama, halagos, buena imagen, aceptación por parte de todos? Simple y sencillamente porque ese no es el camino… el sufrimiento es pues, necesario en nuestro trayecto hacia la patria eterna. Jesús ha cargado con la cruz del sufrimiento de la humanidad. Pero recordemos una vez más que unido al Señor, cada dolor lleva un valor infinito.
El Register explica que estos principios son buenos para cualquier ocasión, pero también se puede ver su valor cuando se vive una situación de pandemia. Por ejemplo, el artículo señala que al afirmar la verdad de que “Dios es nuestro Padre” trae el consuelo de estar “bajo el cuidado de su amorosa providencia y protección, y que, incluso si pasamos por situaciones difíciles, Él está con nosotros”. (Padre Jaime Melchor, con información de Catholic.net)