La pregunta: Le escribo desde Guatemala y reconozco que soy homosexual. Toda mi vida he luchado contra esa inclinación, y cuando caigo en actos homosexuales me siento sucio y repugnante. Me persigue el fantasma del VIH. Mi último contacto sexual fue en agosto del año pasado con un chico infectado, y ahora el verme con la posibilidad de haber sido contagiado me ha despertado mucha ansiedad y depresión. En los últimos nueve meses me he hecho una infinidad de análisis cuyos resultados han sido negativos. Reconozco que durante ciertos períodos de mi vida he tenido total abstinencia de ver pornografía y de fornicar, pero al final vuelvo a caer.
También reconozco que estoy metido en un círculo vicioso del que no puedo salir y siempre me quedo un profundo vacío por llevar esta doble vida. De jovencito tuve un encuentro con Cristo, fui tan feliz, pero con el correr de los años mi inclinación me hizo sentir muy sucio como para dirigirme a Dios. Tengo la esperanza de acercarme a Dios, pero necesito un verdadero arrepentimiento y pedir perdón, incluso por haberme querido quitar la vida. Estoy viviendo la batalla más grande dentro de mí, con muchas deudas por la pandemia, el fallecimiento de mi madre por Covid, los problemas familiares, el no tener trabajo. Me siento perdido y no sé qué voy a hacer.
Padre Hayen: Te agradezco mucho la confianza por hablar de tus problemas. Las penas pueden ser muy grandes, pero si no se comparten, nos ahogan lentamente. Te doy mi sincero pésame por la muerte de tu mamá, en días pasados. Dios le conceda el Cielo. Lo primero que te digo es que no te definas a ti mismo como homosexual. Las personas no se definen por sus inclinaciones sexuales sino por su ser de varón o mujer pero, sobre todo, por nuestro ser hijos de Dios.
Tener inclinación homosexual no es pecado y Dios ama igualmente a todas las personas sin importar sus inclinaciones sexuales. La homosexualidad es una tendencia debida, lo más probable y según los estudiosos, a un bloqueo en el desarrollo psicosexual por motivos de una inadecuada relación con el padre, desde tu más temprana infancia. Sin embargo ese instinto te ha llevado a cometer actos con personas de tu mismo sexo que te han hecho sentir sucio y degradado. Es ahí donde se levanta la voz de tu conciencia diciéndote que algo está mal en dichos actos. Se trata de actos estériles en los que se utiliza a las personas como objetos sexuales. Por eso terminan en una sensación de suciedad y degradación.
La decisión está en tus manos. Tienes la opción de continuar con ese estilo de vida que tiende a ser muy promiscuo porque se basa primordialmente en la búsqueda de belleza física y de sensaciones placenteras. El sexo que Dios hizo para crear amor y vida termina siendo desvirtuado hacia la muerte por las enfermedades de transmisión sexual, entre ellas, el VIH, que tanto te angustia. La otra opción es abandonar ese estilo de vida y las malas amistades, y redescubrir tu verdadera masculinidad, procurando tener amigos heterosexuales. Te recuerdo que, aunque no lo creas, tú tienes una naturaleza heterosexual latente que, con cierta ayuda, puede emerger y transformar tu vida.
Es importante que la motivación que tengas para dejar los actos homosexuales no sea solamente porque te lo dice la Iglesia a manera de una ley externa sino, sobre todo, porque se vuelve una convicción que brota desde el fondo de tu alma y que pide un cambio en tu vida ya que no eres feliz.
Mi recomendación es que te propongas algunos objetivos. Lo primero es dejar la pornografía y la adicción sexual. Luego deberás aprender a gestionar tus emociones. La atracción al mismo sexo radica en que tus necesidades emocionales no fueron satisfechas en el pasado. Habrás de incrementar tu seguridad y autoestima y, si es preciso, sanar cualquier experiencia de abuso sexual que hayas tenido. Éstas se pueden trabajar y reparar. Necesitarás, evidentemente, la ayuda de un especialista para que además te ayude a superar el miedo de estar infectado con VIH.
Por último te pido que prestes atención a esa añoranza de felicidad de tu pasado debido a tu presencia en la casa de Dios. Aquel recuerdo es hoy, seguramente, una llamada de tu Padre Dios y una promesa de que puedes recuperar aquella felicidad perdida, conociendo, amando y sirviendo a Él. La Iglesia no es un museo de santos, sino un hospital que nos cura de nuestros males espirituales, porque todos estamos enfermos y necesitamos curación. Cristo Jesús nos acepta como somos pero, por el amor que nos tiene, no nos deja como somos. Quiere que hagamos los cambios necesarios para llevarnos hacia una vida plena que, en vocabulario cristiano, se llama santidad.
Acércate al sacramento de la Reconciliación con un sacerdote que te inspire confianza y, si es posible, pídele que te brinde un acompañamiento espiritual. Solo no podrás salir. Necesitas un «coach» que te sostenga en los momentos difíciles y te motive a alcanzar nuevas metas.
Te pongo en mis oraciones y te pido que cuentes con mi apoyo personal. Saludos y bendiciones hasta Guatemala.