Presencia del Señor: Testimonio en la Sagrada Escritura
El Sagrado Misterio de la Eucaristía, o del Cuerpo y la Sangre de Cristo, es una de las más grandes verdades de la fe católica, pues en él se encuentra la presencia viva del mismísimo Señor. Aún más, Jesús mismo nos lo ha revelado. Nos ha dicho que es el memorial de su pasión, la Nueva Alianza dada con su Sangre (Cfr. Mt 26, 26-28). Es la llamada institución de la Eucaristía, dada en la Última Cena, donde por primera vez el pan y el vino fueron convertidos en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Esto es lo que conocemos como “Transustanciación” (cambio de sustancia).
En la fiesta llamada Corpus Christi (El Cuerpo de Cristo), manifestamos nuestra fe en este Misterio. Sin embargo, también es una oportunidad para renovar y reconocer el gran amor del Señor, que no nos quiso dejar solos. Es más, se ha quedado como alimento nuestro para cumplirnos su promesa “Yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20). Por otra parte, la manifestación pública de nuestra fe en este Sagrado Misterio y la devoción popular que de ello se desprende tienen razones históricas que no van desligadas de la Sagrada Revelación.
Esta solemnidad está señalada en el calendario litúrgico el jueves después de la solemnidad de la Santísima Trinidad. Se ha querido conservar el día, de algún modo, como una “continuidad” del Jueves Santo, la exaltación de este misterio recibido en la víspera de la Pasión del Señor Jesucristo. Al menos en los primeros tiempos así se manifestó.
Pero más que ello, la importancia que tiene para nuestra Iglesia es la alegría, la gratitud y el culto debido a la presencia viva de Cristo. Él mismo dijo precisamente en la última Cena: “Tomen, esto es mi Cuerpo; beban…esta es mi Sangre”… (Cfr. Mc 14,22.24). El Evangelio de Juan es clarísimo acerca de esta verdad: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna” (Jn 6,54).
Cuando celebramos esta gran solemnidad queremos hacer eco de las palabras de Jesús, para así indicar que Él sigue ofreciendo este alimento a su pueblo. El apóstol Pablo advertía a los corintios que siempre se tuviera conciencia de que el Señor realmente está ahí, cuando celebramos la Cena del Señor: “Examínese cada cual, y coma así el pan y beba de la copa. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo”(1Cor 11,28s).
¡Qué amor tan grande del Señor para nosotros, que caminamos con el continuo deseo de tenerle y Él ha previsto la mejor manera de saciar nuestra hambre!
Testimonio de los Santos Padres
Hemos señalado lo esencial del misterio, que está dado en la Sagrada Escritura, como testimonio. Claro está que hemos de atender a otros escritos de los santos padres, de la historia de la Iglesia y el arte denominado “paleocristiano” (de la primitiva Iglesia). En lo que se refiere a los Santos Padres, uno de los más grandes es el de San Justino (siglo II) en una de sus Apologías (1ª Núms 67 y 68), que habla de la celebración eucarística, y de la manera en que los fieles se acercan a recibir verdaderamente el Cuerpo y la Sangre de Cristo: … “porque estas cosas no las tomamos como pan ordinario ni bebida ordinaria, sino que, así como por el Verbo de Dios, habiéndose encarnado, Jesucristo nuestro salvador tuvo carne y sangre para nuestra salvación, así también se nos ha enseñado que el alimento eucaristizado (es decir, hecha ya la acción de gracias) mediante la palabra (verbo) de oración procedente de él- alimento del que nuestra sangre y nuestra carne se nutren con arreglo a nuestra transformación- es la carne y la sangre de aquel Jesús que se encarnó”.
Las actas de los mártires nos dan cuenta de la entrega por defender este sagrado misterio. Así lo es por ejemplo, el niño Tarcisio, a quien se le confió llevar “los sagrados misterios” para que a su vez recibieran la comunión los hermanos cristianos que estaban presos en una de las cárceles en Roma. Durante el trayecto, se encuentra con unos muchachos que lo invitan a jugar; sin embargo, él, consciente de su encomienda, se niega al momento, y ellos, insistentes le quieren obligar a mostrarles lo que lleva consigo. Le hieren de muerte ante la negativa, pero no logran su objetivo. Tarcisio es luego rescatado y llevado, aún con vida, por un soldado cristiano, al lugar señalado. Ahí entrega “los sagrados misterios”, defendidos con su propia vida, y muere satisfecho al haber cumplido con su misión. Es el santo patrono de los niños adoradores nocturnos y de los acólitos.
La bibliografía cristiana nos da otros tantos testimonios, que dan cuenta de la fe en la presencia real del Señor en la Eucaristía (Por ejemplo, San Ignacio de Antioquía; la Didaché o Doctrina apostólica; Hipólito de Roma, en el siglo III…)
Por otra parte, el arte de las catacumbas atestigua la fe de la comunidad primitiva en la vida eterna que los fieles que reciben la comunión eucarística tendrán. Cristo ha preparado un banquete. Es muy notable el tema de la multiplicación de los panes, como una prefiguración del banquete eucarístico. La Santa Cena, momento de la institución del Sacramento, es también muy común.
Milagros eucarísticos
Hay una plena convicción para la Iglesia, desde sus inicios, de que El Señor mismo está en el Pan y el Vino consagrados. Sin embargo, ha habido ciertos momentos en los cuales algunos, particularmente, dudaron de ello. Como resultado de tal situación, se dan los llamados “milagros eucarísticos”, donde se hace manifiesta la presencia real de Cristo en la hostia y el vino consagrados, convertidos en carne y sangre humanas. Uno de ellos es el sucedido en el siglo VIII, en Lanciano, Italia. Un sacerdote tenía dudas, y al momento de la consagración, durante la Santa Misa, la hostia y el vino se convierten en carne y sangre humanas. Hasta hoy en día prevalece este prodigio, y la Iglesia lo custodia como un testimonio de lo que siglos atrás el Señor había dicho: “Esto es mi Cuerpo… esta es mi Sangre”.
Existen varios milagros eucarísticos en Italia, otro de los notables es efectuado en Bolsena, que en la actualidad se conserva en Orvieto. Hay un purificador manchado con sangre, que se conserva celosamente como fruto de tal prodigio. Interesa particularmente este hecho, pues está muy conectado a la fiesta litúrgica de Corpus Christi: En el siglo XIII, el sacerdote alemán, Pedro de Praga, se detuvo en la ciudad italiana de Bolsena, mientras realizaba una peregrinación a Roma. Era un sacerdote piadoso, pero dudaba en ese momento de la presencia real de Cristo en la Hostia consagrada. Cuando estaba celebrando la Misa junto a la tumba de Santa Cristina, al pronunciar las palabras de la Consagración, comenzó a salir sangre de la Hostia consagrada y salpicó sus manos, el altar y el corporal. El sacerdote estaba confundido. Quiso esconder la sangre, pero no pudo. Interrumpió la Misa y fue a Orvieto, lugar donde residía el Papa Urbano IV. El Papa escuchó al sacerdote y mandó a unos emisarios a hacer una investigación. Ante la certeza del acontecimiento, el Papa ordenó al obispo de la diócesis llevar a Orvieto la Hostia y el corporal con las gotas de sangre. Se organizó una procesión con los arzobispos, cardenales y algunas autoridades de la Iglesia. A esta procesión, se unió el Papa y puso la Hostia en la Catedral. Actualmente, el corporal con las manchas de sangre se exhibe con reverencia ahí.
Existen otros tantos milagros eucarísticos, sin embargo, no los comento. Por el momento, quedémonos con éstos, ya que lo esencial de la revelación, como ya lo he señalado, lo tenemos desde la Sagrada Escritura. La finalidad de este espacio es hablar un poco más de la fiesta a la cual se está haciendo alusión.
Origen histórico de esta fiesta litúrgica
La Solemnidad de Corpus Christi se remonta al siglo XIII. Dos eventos extraordinarios contribuyeron a la institución de la fiesta: Las visiones de Santa Juliana de Mont Cornillon y El milagro Eucarístico de Bolsena/Orvieto. Había mucho enfriamento espiritual en la Iglesia, como fruto de herejías que se habían dado el siglo anterior, sobre todo en el sur de Francia. Aunado a ello mucha indiferencia en relación a los misterios de fe, y notablemente hacia la Eucaristía.
Santa Juliana de Mont Cornillon
La santa nace en Retines cerca de Liège, Bélgica en 1193. Quedó huérfana muy pequeña y fue educada por las monjas Agustinas en Mont Cornillon. Cuando creció, hizo su profesión religiosa y más tarde fue superiora de su comunidad. Por diferentes intrigas tuvo que irse del convento. Murió el 5 de abril de 1258, en la casa de las monjas Cistercienses en Fosses y fue enterrada en Villiers.
Juliana, desde joven, tuvo una gran veneración al Santísimo Sacramento. Y siempre añoraba que se tuviera una fiesta especial en su honor. Este deseo se dice haberse intensificado por una visión que ella tuvo de la Iglesia bajo la apariencia de luna llena con una mancha negra, que significaba la ausencia de esta solemnidad. Ella comunicó esta visión a Roberto de Thorete, el entonces obispos de Liège, también al docto Dominico Hugh, más tarde cardenal legado de los Países Bajos; a Jacques Pantaleón, en ese tiempo archidiácono de Liège, después obispo de Verdun, Patriarca de Jerusalén y finalmente al Papa Urbano IV.
El obispo Roberto se impresionó favorablemente y como en ese tiempo los obispos tenían el derecho de ordenar fiestas para sus diócesis, invocó un sínodo en 1246 y ordenó que la celebración se tuviera el año entrante; también el Papa ordenó, que un monje de nombre Juan debía escribir el oficio para esa ocasión.
El obispo Roberto no vivió para ver la realización de su orden, ya que murió el 16 de octubre de 1246, pero la fiesta se celebró por primera vez con los cánones de San Martín en Liège. Jacques Pantaleón llegó a ser Papa, con el nombre de Urbano IV el 29 de agosto de 1261. La ermitaña Eva, con quien Juliana había pasado un tiempo y quien también era ferviente adoradora de la Santa Eucaristía, le insistió a Enrique de Guelders, obispo de Liège, que pidiera al Papa que extendiera la celebración al mundo entero.
El milagro de Bolsena y el Papa Urbano IV
Por otra parte, Urbano IV, teniendo noticias del milagro eucarístico de Bolsena (1264) hizo traer a Orvieto los corporales ensangrentados. Honrando tal prodigio, mandó edificar lo que es hoy la majestuosa catedral. Así pues, el 11 de agosto de 1264, publicó la Bula Transiturus de hoc mundo en la cual condenaba la herejía de Berengario de Tours sobre la transubstanciación eucarística, y al mismo tiempo instituía la solemnidad del Corpus Christi para toda la Iglesia. Así también, mandó componer a Santo Tomàs de Aquino, a la sazón profesor de teología en el Studium de Orvieto, los textos de un oficio y una Misa propios para la fiesta. La devoción se difundió rápidamente en la Iglesia de Occidente.
Sin embargo, la muerte del Papa, dos meses después, hizo que fuera efectiva la Bula cincuenta años más tarde, al ser confirmada por el Papa Clemente V (a.1312). Poco después fue incluida en las Constituciones clementinas del Corpus Iuris, publicados por Juan XXII en 1317.
La procesión del Corpus Christi
Los primeros indicios se localizan en Colonia, hacia el 1279; en Wuzburgo en 1298 en Augusta en 1305. Unos años más tarde aparece en Francia (1320-1323); en Italia(1325-1350); e Inglaterra(1325). En España se introdujo a través de Cataluña, al parecer en 1355. Posteriormente en Castilla.
Al principio fue una procesión sencilla, muy similar a la del Santo Viático. Se tomaba el copón del sagrario al terminar la Misa y se paseaba por las calles, acompañado por el pueblo, cantando y rezando.
Más tarde, el deseo fervoroso de ver la Hostia por los fieles, se introdujo el uso de los ostensorios que eran usados para las reliquias; después en un viril colocado encima de la tapadera del copón o del cáliz y, finalmente, en la custodia. Esta era llevada bajo palio por el Obispo; enseguida sobre unas andas, tal vez simbolizando el traslado del Arca de la Alianza. Generalmente la procesión se iniciaba después de la Santa Misa. Duraba mucho tiempo, y se hacía estaciones en las diferentes Iglesias a lo largo del recorrido. Se detenía para bendecir a grupos o personas o integrar a otras a la procesión.
En tiempos de la Reforma Protestante (siglo XVI), que negaba la presencia real de Cristo en la Eucaristía, la procesión se suprimió en Inglaterra y en otros lugares de Europa, donde la convivencia entre católicos y protestantes sirvió, al menos, de freno. En España, en cambio, cobró auge.
Más adelante, el Concilio de Trento ratificó el culto eucarístico a través de procesiones solemnes, honrando a Cristo sacramentado por las calles y lugares públicos (Cfr Ses.XIII, cap.5:D.878). Todo ello causó un gran influjo en las Indias y en España y se efectuó la fiesta del Corpus con un carácter nacional. La solemnidad va acompañada de muchas expresiones de ingenio según las costumbres de cada pueblo, elementos alegóricos, brillo, etc.
En la Iglesia griega la fiesta de Corpus Christi es conocida en los calendarios de los sirios, armenios, coptos, melquitas y los rutinios de Galicia, Calabria y Sicilia.
Corpus Christi en México
La fiesta la encontramos hacia el año 1526. Se acostumbra dar culto al Santísimo Sacramento en la Catedral de México. El centro de la festividad era la celebración solemne de la Misa, y una imponente procesión que partía del Zócalo, en la que la Sagrada Eucaristía, llevada por el arzobispo bajo palio, era escoltada por autoridades virreinales, cabildo, cofradías, ejército, clero y pueblo. Había también representaciones teatrales. Los campesinos traían en sus mulas algunos frutos de sus cosechas para ofrecérselas a Dios como señal de agradecimiento. Esto dio origen a una gran feria que congregaba artesanos y comerciantes de distintos rumbos del país, que traían mercancías a lomo de mula (frutos de la temporada y artesanías).
Cuentan que un hombre, llamado Ignacio, tenía dudas acerca de su vocación sacerdotal y un jueves de Corpus le pidió a Jesucristo que le enviara una señal. Al pasar el Santísimo Sacramento frente a Ignacio en la procesión, él pensó: «Si ahí estuviera presente Dios, hasta las mulas se arrodillarían» y, en ese mismo instante, la mula del hombre se arrodilló. Ignacio interpretó esto como señal y entregó su vida a Dios en el sacerdocio y se dedicó para siempre a transmitir la devoción a la Eucaristía. Así fue como surgieron las mulitas elaboradas con hojas de plátano secas con pequeños guacales de dulces de coco o de frutas, de diversos tamaños. Ponerse una mulita en la solapa o comprar una mulita para adornar la casa, significa que, al igual que la mula de Ignacio, nos arrodillamos ante la Eucaristía, reconociendo a Cristo. Esta fiesta se celebra cada año el jueves después de la Santísima Trinidad. Se lleva a cabo en la Catedral y los niños se visten de inditos para agradecer la infinita ternura de Jesús. Se venden mulitas con gran colorido.
Corpus Christi en nuestra vida
La celebración de esta hermosa solemnidad ha de conducirnos a un compromiso de entrega a Cristo y a su Iglesia, así como al servicio generoso a nuestros hermanos más pequeños. Muchas situaciones actuales claman justicia. Es de la adoración al Señor en la Eucaristía de donde hemos de fortalecernos para continuar nuestro apostolado. La misión de los discípulos no tiene eficacia sino después de haber estado con Cristo. Esto es lo primordial. Cada comunidad tiene en sí misma la presencia del Señor. Él mismo prometió estar con nosotros hasta el fin (Mt 28,19s). Adorar a Cristo sacramentado es un llamado a tener sus mismos sentimientos, y ser colaboradores con él para alimentar a quien está hambriento de Dios. Que al recibir la Sagrada Comunión no sólo adoremos y demos gracias, sino que los frutos de estar íntimamente a Cristo sean palpables en el quehacer cotidiano. Que anunciemos la Buena Noticia después de partir el pan, y se multipliquen en nosotros las buenas obras. Demos gracias al Señor por este testamento de amor, de su entrega generosa por su pueblo.Aunque nuestros ojos ven sólo pan y vino, sabemos que éstos, ya consagrados, son el mismísimo Señor Jesucristo. Por ello, caminemos confiados en que él nos seguirá dando la fuerza y valentía para colaborar en la misión. Sintámonos dichosos porque Cristo otorga la vida eterna según lo ha prometido a quienes coman y beban su cuerpo y sangre. Adoremos con María Santísima misterio de amor infinito.
Tengamos presente en nuestra vida estas palabras del Papa Benedicto XVI pronunciadas en la audiencia general del 17 de noviembre del 2010: Recordando a Santa Juliana de Cornillon, también hemos de renovar la fe en la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía. Como se enseña en el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica , «Jesucristo está presente en la Eucaristía en un modo único e incomparable. De hecho, esto es tan cierto, real y sustancial: con su Cuerpo y su Sangre, con su Alma y su Divinidad. Está presente de modo sacramental, es decir, bajo las especies eucarísticas del pan y del vino, Cristo, todo entero, Dios y hombre «(n. 282). ¡Queridos amigos, la fidelidad al encuentro con Cristo en la Sagrada Comunión en la Misa dominical es esencial no sólo para el camino de la fe, sino también tratar de visitar a menudo al Señor en el Sagrario! Mirando en la adoración de la Hostia consagrada, nos encontramos con el don del amor de Dios, nos encontramos con la pasión y la cruz de Jesús, así como su resurrección. Basta con mirar a través de nuestra adoración, al Señor que nos atrae hacia él, en su misterio, para transformarnos a nosotros mismos de la misma manera como el cambio del pan y el vino. Los santos siempre sacaron fuerza, consuelo y alegría del encuentro eucarístico. En las palabras del himno eucarístico Adoro te devote repetir ante el Señor en el Santísimo Sacramento: «Hazme creer más en ti que tengo esperanza en ti, Te quiero!.
Pbro. Jaime Melchor