Una explicación de los símbolos que contiene

La Santísima Trinidad
En la Teología de la vocación decimos que ésta es un asunto de la Trinidad.
El Padre, el Hijo y el Espíritu son los protagonistas de toda vocación: Es el Padre quien elige, y nos llama en y por Jesús, mediante el Espíritu Santo. San Pablo expresa en sus cartas repetidamente esta verdad hablando de la llamada a la fe.

La mano simboliza a Dios Padre Creador. Su posición es descendente, con un gesto bendicional, que nos recuerda que desde el principio “creó a los seres humanos a su imagen; a imagen de Dios los creó; varón y mujer los creó. Y los bendijo…” (Gn 1, 27-28a), expresándoles su vocación en el mundo: “crezcan y multiplíquense; llenen la tierra y sométanla; dominen sobre los peces del mar, las aves del cielo y todos los animales que se mueven por la tierra” (Gn 1, 28b). Es al Padre, Dueño de la mies, a quien Jesús nos dice “rueguen para que envíe trabajadores a sus campos.” (Lc 10, 2).
La paloma representa al Espíritu Santo, maestro del discernimiento vocacional. Su forma descendente evoca la imagen que adopta cuando desciende sobre Jesucristo al ser bautizado (Mt 4, 16; Mc 1, 9-10; Lc 3, 21-22); es quien impulsa al desierto (Mt 4, 1), llena de fuerza (Lc 4, 1), alegra en la misión (Lc 10, 21) y asiste en el ministerio (Lc 4, 16-21).
Posteriormente, desciende sobre la Iglesia, en los sacramentos, repartiendo gracias especiales y ministerios (LG 12.18), de modo que el cristiano dejándose ungir por el Espíritu, se compromete a realizar la «vocación sublime de ser el buen olor de Cristo en el mundo».
El buen pastor es “Cristo, quien en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación” (GS 22, 1). Aparece debajo del Espíritu para recordarnos las palabras del Bautista: “Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ese es el que bautiza con el Espíritu Santo’. Y yo lo he visto y doy testimonio de que este es el elegido de Dios” (Juan 1,33).
Y este Elegido es también el Buen Pastor, la puerta por la que entra el rebaño; y las ovejas escuchan Su voz, confían en Él sus vidas y lo siguen (Jn 10, 1-18). Con esto en mente, el Papa San Pablo VI unió la imagen del Buen Pastor con la intención de orar cada año por las Vocaciones, cada IV domingo de Pascua, desde 1964.
La concha de viera y las olas evocan el sacramento del bautismo. Los primeros cristianos, en sus sarcófagos, representan con la concha la idea del “renacer” de los bautizados, en virtud de la inserción en Cristo. También que nuestra vida debe ser también un constante peregrinar, tras las huellas de Jesús, por los caminos del mundo, hasta el encuentro definitivo con el Señor”;
Este símbolo representa entonces a todos los bautizados que reciben la vocación a la santidad, de modo particular a todos los laicos, pues al constituirnos hijos de Dios, somos llamados a reproducir en nosotros la imagen de Cristo (Rom 8, 29) y a ser santos como nuestro Padre es santo (Mt 5, 48; 1 Pe 1, 16).
Esa santidad se representa en la luz que se proyecta en todas las vocaciones recordando que somos “la luz del mundo” (Mt 5, 14).
Rojo: pasión, amor, energía y fuerza.
Dorado: alegría, conocimiento y longevidad.
Negro: seriedad, sencillez, orden y vida interior.

Los anillos o alianzas representan el sacramento del matrimonio que viven los bautizados al unir legítimamente sus vidas. Como lo expresa el ritual del matrimonio, son símbolo del amor, de la fidelidad y de la ayuda mutua.
La cruz con el corazón que está al fondo de los anillos representa a Cristo que, como en la Bodas de Caná, se bendice y alegra a los esposos con su presencia, dándoles la misión de ser “santuario doméstico de la Iglesia” (AA 11). Así vemos que “los cónyuges tienen su propia vocación: el ser mutuamente y para sus hijos testigos de la fe y del amor de Cristo” (LG 35).
Blanco: pureza, inocencia.
Dorado: divinidad, fidelidad, realeza.
Gris: equilibrio, objetividad y autoridad.
Naranja: energía, entusiasmo.
El cáliz y la hostia simbolizan la Última Cena, donde Jesús instituye el sacramento de la eucaristía, fuente y culmen de la vida cristiana (LG 11), y el sacramento del orden sacerdotal, cuando les dijo a los apóstoles: “Hagan esto en memoria mía” (Lc 22, 19; 1 Cor 11, 24).
Jesús “amando al extremo a sus discípulos” (Jn 13, 1), también les dijo “permanezcan unidos a mí, en mi amor, ustedes son mis amigos, yo los elegí a ustedes” (cf. Jn 15, 4-16).
Así pues, podemos decir que este símbolo está cerca del Corazón del Buen Pastor para recordar las palabras del santo cura de Ars: «El Sacerdocio es el amor del corazón de Jesús”.
Beige: sencillez, calidez y tranquilidad.
Rojo: energía, fuerza.
Amarillo: calidez y energía transformadora.
Verde: esperanza y unidad.

La vela encendida evoca a la vocación a la vida consagrada —en el horizonte de toda la vida cristiana—, a pesar de sus renuncias y sus pruebas, y más aún gracias a ellas, es camino «de luz», sobre el que vela la mirada del Redentor: «Levantaos, no tengáis miedo» (VC 40).
Por su parte, los montes que aparecen detrás de la vela recuerdan la realidad misionera que tiene la Iglesia en la vida consagrada: «¡Qué hermosos sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz!» (Is 52,7).
El símbolo está al final de la Cruz porque «En la Iglesia los religiosos están llamados a ser profetas, a dar testimonio de cómo Jesús vivió en esta tierra y a proclamar cómo será el Reino de Dios en su perfección» (cf. VC 84).
Rojo: vitalidad y dinamismo.
Naranja: felicidad y calidez.
Amarillo: Representa la luz de la vida.
Rosado: tranquilidad y calma.
Los colores del fondo son el atardecer del desierto. En la Sagrada Escritura nos remite a una hora constante en el ministerio de Jesús (Mt 8, 16. 14, 15. 20,8. 26, 20; 27,57; Mc 14, 17. 15,42; Jn 6, 16. 20,19.) Además, nos recuerda el juicio final que tendremos como lo solía decir san Juan de la Cruz: “En el atardecer de nuestra vida, seremos juzgados por el amor”.
Particularmente, en Ciudad Juárez, con su latitud, el clima semiárido y lo bajo de sus horizontes, se propician en sus atardeceres una combinación de tonos rojizos y amarillos, anaranjados o rosados, difíciles de encontrar en otras partes del país. Por eso, como fondo de está Cruz aparecen esos colores característicos de esta región desértica en dónde se erige una Iglesia particular.
Naranja: energía.
Amarillo: luz de la vida.
Café: estabilidad, seguridad y naturaleza.

La primera montaña de fondo representa la Sierra de Juárez que es un tesoro natural, lugar de recreación, aire limpio, agua y hogar para muchas especies.
La segunda montaña representa la montaña Franklin de El Paso, recordando la realidad fronteriza en donde está inserta la misión de la Diócesis de Ciudad Juárez.
En la Sagrada Escritura, las montañas son símbolos de la majestuosidad de Dios, lugares de encuentro divino, y lugares de importancia histórica (Sal 125, 2. 11,1. 90.2; Jue 5,5; Ex 19, 16-19. 34, 1-3; 1 Re 19, 11-1; Mt 5, 1-2. 17, 1-8. 24,3 ; Mc 9, 2-8. 13, 3-4).
Café: estabilidad, seguridad y naturaleza.
Debajo de las montañas se encuentra el desierto, lugar geográfico de Ciudad Juárez. Simboliza también las Dunas de Samalayuca que son un extenso sistema de dunas de arena blanca y fina, formada por la acción del viento.
El desierto es un lugar predilecto del encuentro con Dios y de su actividad salvadora, según lo atestigua la Sagrada Escritura (Dt 2, 7; Os 2, 14; 13, 5; Ex 3, 1; Is 40, 3; Mc 1, 4; Lc 4, 1).
Azul: calma, tranquilidad, confianza, seguridad, profundidad, libertad.
El agua que está al fondo es símbolo del Río Bravo, que forma la frontera entre México y Estados Unidos, y nace en las Montañas de San Juan en Colorado para desembocar en el Golfo de México.
En la Biblia, aparece la imagen del agua en el desierto, cuando el profeta Isaías dice: “Brotarán aguas en el desierto y arroyos en la llanura; el desierto se convertirá en estanque, la tierra sedienta en manantial” (Is 35, 6-7). De manera que el desierto convertido en manantial es camino seguro y jubiloso que conduce a la gran liturgia final en la Jerusalén liberada y habitada por la presencia del Señor.
También el Señor Jesús, respecto al agua, dice: “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior brotarán ríos de agua viva” (Jn 7, 37-38). La tradición ve en esta “agua viva” una referencia al don del Espíritu y a las gracias que brotan del Corazón de Cristo.
La súplica danos vocaciones según tu Corazón, viene de la oración de la Comisión Episcopal para Vocaciones y Ministerios, nacida en la OMAPAV, como una forma de integrar la petición de todas las vocaciones a nuestra Iglesia.
Oh Jesús, Buen Pastor, dígnate mirar con ojos de misericordia, a esta porción de tu grey amada. Señor, suscita en Tu Iglesia vocaciones sacerdotales, religiosas y laicales para extender Tu Reino. Te lo pedimos por la Inmaculada Virgen María de Guadalupe, Tu dulce y Santa Madre. ¡Oh Jesús! Danos vocaciones según tu Corazón. Amén.


































































