Roberto O’Farrill Corona
En la carta que monseñor Carlo María Viganò, quien fuese Nuncio apostólico en Estados Unidos, públicamente le dirigió al presidente Donald Trump el 7 de junio, le informa algo que el Presidente ya sabe, y que Viganò sabe que lo sabe, así que el objetivo de la carta es informar a la opinión pública, al pueblo norteamericano y a la Iglesia, y provocar que quienes lo saben, ahora sepan que los lectores de la carta ya también lo saben.
Al inicio, Viganò presenta una denuncia que continúa con otra, luego convoca a la oración y concluye con una bendición. Lo que escribe es cierto, puede se discutible, pero confirma sospechas y verdades.
Que la Sagrada Escritura revela que en la humanidad hay dos bandos “los hijos de la Luz y los hijos de la Oscuridad”, como sostiene la carta, es sabido desde siglos, pero una novedad que denuncia es que “en los meses recientes hemos sido testigos de la formación de dos bandos opuestos”, de los que, los integrantes del segundo “no tienen principios morales. Ellos quieren demoler a la familia y a la nación; explotar a los trabajadores con el propósito de hacerse excesivamente ricos; fomentar divisiones internas y guerras, y acumular poder y dinero”.
La Santa Sede, como nación que es, acredita embajadores ante las naciones con las que sostiene relaciones oficiales, y como tales, sus nuncios son conocedores de información clasificada. De los nuncios destacados en el mundo, el de Estados Unidos tiene acceso a información privilegiada. Así, monseñor Viganò, quien fue nuncio para EEUU de 2011 a 2016, sabe que por encima del presidente se impone un poder que le es superior, al que se le ha llamado Deep-State, y que que en su carta lo vincula a los hijos de la Oscuridad con el texto: “a quienes podemos identificar fácilmente con el Estado Profundo, al que usted se opone sabiamente y que en estos días está librando una guerra feroz contra su persona”, de los que sostiene que “las investigaciones que ya están en curso, revelarán la verdadera responsabilidad de quienes manejaron la emergencia del Covid”, señala que “en esta colosal operación de ingeniería social, hay personas que han decidido el destino de la humanidad” y asegura que “los disturbios de los recientes días, fueron provocados por aquellos que al ver que el virus se desvanece inevitablemente y que la alarma social de la pandemia está disminuyendo, han tenido que provocar revueltas sociales, mismas que serían seguidas por una represión que, aunque legítima, sería condenada como una agresión injustificada en contra de la población. En perfecta sincronía, esto mismo está ocurriendo en Europa” (y en México).
Desde hace tiempo es sabido que estos hijos de la Oscuridad han infiltrado las instituciones políticas, militares y económicas, como oportunamente denunciaron desde inicios del siglo XVIII los pontífices Clemente XII, Benedicto XIV, Pío VII, León XIII, Pío VIII, Gregorio XVI, Pio IX, Leon XIII, San Pío X, Pío XI y Pío XII en sus referencias a Sociedades Secretas. La Iglesia no ha quedado exenta de estas intromisiones, razón por la que el Código de Derecho Canónico declara incompatible la pertenencia a la Iglesia con la afiliación a Sociedades Secretas.
En su carta, monseñor Viganò entrega una segunda denuncia, en la que novedosamente utiliza la expresión Deep-Church para referirse a esa infiltración, expresando que hay “Pastores fieles que cuidan al rebaño de Cristo, pero también hay infieles mercenarios que buscan dispersar al rebaño y entregar a las ovejas para que sean devoradas por hambrientos lobos. No es sorprendente que estos mercenarios sean aliados de los hijos de la Oscuridad y que odien a los hijos de la Luz. Así como hay un Estado Profundo, también hay una Iglesia Profunda que traiciona sus deberes y que repudia sus propios compromisos ante Dios” y señala que hay obispos “subordinados al Estado Profundo, al globalismo, al pensamiento del Nuevo Orden Mundial al cual invocan cada vez con mayor frecuencia, en nombre de una hermandad universal que no tiene nada de cristiano, pero que evoca los ideales masónicos provenientes de aquellos que quieren dominar el mundo, a través de la expulsión de Dios”. Nunca, como ahora, se había denunciado con tal convencimiento la existencia de un Deep-Church.
Hacia la parte conclusiva, la carta dirige, aunque aterrador, un mensaje de esperanza a los creyentes: “Frente al poder de la oración los engaños de los hijos de las Tinieblas se derrumbarán, sus complots serán revelados, su traición será exhibida. Su poder aterrador terminará en nada; saldrá a la luz y quedará expuesto como lo que es: un engaño infernal”.