Pbro Hesiquio Trevizo Bencomo/ Párroco de Jesús Maestro
El Ave María, está formada por la conjunción de dos citas bíblicas: “Dios te salve María, llena de gracia el Señor está contigo” (Lc.1,28) y la segunda, es la alabanza que Isabel dedica a María cuando ella la visita siendo ya portadora, – arca de la nueva alianza -, de la presencia divina: “bendita eres entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre” (Lc.1,42). El añadido de Jesús al “bendito sea el fruto de tu vientre” se atribuye al Papa Urbano IV (1261-1264). A esta alabanza bíblica la Iglesia responde con una súplica sentida: Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén. Difícil encontrar una oración más sencilla, más hermosa y existencial que esta respuesta nuestra al misterio de la Encarnación cuyo fin es ese, nuestra salvación eterna. Y la dirigimos a María que está en ese momento crucial de la historia.
El saludo a la Virgen
La primera parte del Ave María es pues, el saludo que el Arcángel Gabriel dirige a María, aquella jovencita de Nazaret, cuando, de parte de Dios viene a solicitar su consentimiento, libre y personal, para colaborar en el Misterio de la Redención. Estamos entonces en el momento más alto que conoce la historia de la humanidad, el momento en el que por el anuncio del Ángel y la aceptación gozosa y participativa de María se realiza la encarnación del Hijo de Dios.
Luego de una actitud de diálogo, María consiente y pronuncia el primer “fíat” (el sí más importante de la historia), de la nueva alianza y en su seno purísimo el Hijo eterno del Padre se hace Buena Nueva para todo hombre, para toda mujer, para toda familia, para toda la humanidad. Con ese saludo del Ángel nos referimos pues, al Misterio de la Encarnación que es la base de toda nuestra fe. Y en esa peripecia, la más alta de la historia, está presente la mujer, María.
Bendita tú entre las mujeres
Estas son palabras de Isabel, cuya gravidez le fue presentada a María por el Ángel, como signo de la autenticidad de su Misión y como prueba de que para Dios no hay imposible. El encuentro de Isabel y María con las palabras pronunciadas por cada una de ellas es uno de los núcleos teológicos más densos del Nuevo Testamento.
María, portadora de la presencia Divina en su seno, prorrumpe en el cántico de todos conocido: El Magníficat. Este es el trasfondo doctrinal, bíblico teológico del Ave María tal como lo rezamos nosotros. Estas escenas han sido la fuente perenne de la teología cristiana, de la oración, de la contemplación, de la devoción de los cristianos, y en ellas se ha inspirado el arte a lo largo de 2000 años.
Santa María, Madre de Dios
La segunda parte del Ave María es una respuesta que brota de la devoción y el amor filial de los cristianos y constituye una súplica confiada y tierna nacida de la convicción, del sentido de la fe, de que María comparte con la Iglesia, con nosotros, la peregrinación de la fe. Las palabras tienen un antiquísimo sabor que se remonta a los primeros siglos del cristianismo. Las palabras: Santa María, Madre de Dios, son una hermosa profesión de fe, que proclaman la santidad de María y su maternidad divina. En efecto, “Purísima tenía que ser, la Virgen que nos diera al Cordero inocente que quita el pecado del mundo. Purísima la que, entre todos los hombres, es abogada de gracia y ejemplo de Santidad.” (Pref. de la fiesta de la Inmaculada)
Se refiere también al Misterio que es la fuente de nuestra fe: su maternidad divina, verdad según la cual el Hijo que es concebido en María por obra del Espíritu Santo, es decir, mediante un proceso trascendente que supera la ley natural de la procreación humana, es el mismo que confesamos Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado no creado, que por nosotros y por la salvación bajó del cielo.
Ruega, Señora, por nosotros los pecadores
A esta profesión de fe sigue la súplica confiada: Ruega Señora por nosotros los pecadores. El fundamento de la intercesión es nuestra oración que como una acción libre y personal nos une también con el ser amoroso de Dios. “Cuanto más íntimamente estamos unidos a Dios tanto más atrevida y eficaz será nuestra iniciativa en la oración. ¿Cuál oración puede ser más perfecta que la oración de María y quién puede estar más unido a Dios, que Ella?
Estos dos momentos definen nuestra vida, el “ahora” cuando navegamos por el río de la vida, cuando vamos haciendo el camino, cuando vamos haciendo la peregrinación de la fe expuestos a todos los peligros, donde la fuerza del pecado nos amenaza siempre y el cansancio y la desilusión están constantemente en nuestro horizonte. Ahora, en esta circunstancia de viandantes, ruega Señora por nosotros ante tu Hijo para que superemos la fuerza del pecado que habita en nosotros y a nuestro rededor. Los antiguos marineros la llamaban “Estrella del mar”, Maris Stella, la estrella que guía al marinero en la inmensa soledad oscura del mar.
En la hora de nuestra muerte
Y el otro momento, en la hora de nuestra muerte, en el que se decide el destino humano teniendo como único horizonte la eternidad misma; le pedimos, entonces, a María que ore por nosotros, sí, que ore por nosotros también en ese momento decisivo de la postrera agonía, que será la hora de nuestra muerte. Vista así, el Ave María es un tesoro inagotable de oración cristiana, de contemplación, de paz, de confianza.
Vivimos en vistas a aquella hora, nos preparamos para ella como creyentes; y si María no se ha preparado para ello, sino como orante en su consentimiento, nosotros somos radicalmente incapaces de prepararnos para ello, para ese encuentro final y decisivo, y constantemente debemos recurrir a ella que ha podido hacerlo efectivamente”. (von Balth. 11). ¡Cuántas oraciones tan bellas, llenas de poesía sublime y devoción ha inventado el amor a María, pero no hay una tan bella como el Ave María!