Patricia ha sido el huracán más poderoso de la historia, con rachas de vientos superiores a los 400 kilómetros por hora. Katrina, que en el año 2005 destruyó la ciudad de Nueva Orleans y que cobró la vida de 1836 personas y dejó a más de 700 desaparecidas, era de menor tamaño y fuerza que Patricia.
Ante la llegada de este fenómeno considerado extremadamente peligroso, muchas personas en México hicieron campañas de oración a través de las redes sociales. En las parroquias y templos se ofreció la Eucaristía pidiendo al buen Dios que protegiera a los mexicanos. Se rezaron miles de rosarios. Y el Dios poderoso, el que descuaja los cedros y hace saltar al Líbano como a un novillo, le quitó fuerza a la tempestad transformándola en tormenta tropical; apaciguó la tormenta en suave brisa y enmudecieron las olas del mar (Sal 106).
Decía san Josemaría Escrivá que la oración debe ser constante, de la mañana a la noche y de la noche a la mañana. Cuando todo sale con facilidad: ¡gracias, Dios mío! Cuando llega un momento difícil: ¡Señor, no me abandones! Y ese Dios, manso y humilde de corazón, no olvidará nuestros ruegos, ni permanecerá indiferente, porque Él ha afirmado: pedid y se os dará, buscar y encontraréis, llamad y se os abrirá (Lc 11,9).
Hoy no queda sino agradecer y alabar al buen Dios porque se inclina ante nuestras miserias y nos colma de gracia y de ternura.