Pbro. Victor Manuel Ortega
Durante los evangelios de las dos semanas anteriores, descubrimos a Jesús quien era presentado por el Padre como el “hijo amado en quien el se complace”; presentado también por Juan el bautista como “el cordero de Dios que quita el pecado del mundo, el hijo de Dios”. En este evangelio hoy nos toca descubrir quién es el que ha sido presentado y cómo actúa.
Jesús es la luz que brilla con gran intensidad y aquel pueblo que habitaba en tiniebla puede observarla. Mateo nos ha colocado en un lugar extrañamente recóndito para hablar de la luz, nos ha llevado a la tierra de Cafarnaum, la Galilea de los paganos. Será aquí donde Jesús comience su misión anunciando la buena nueva e invitando a ir detrás de Él. “Sobre los que vivían en tierra de sombras una luz resplandeció”.
La Luz que ha resplandecido trae consigo un anuncio para todos nosotros: Conviértanse, porque ya esta cerca el Reino de los Cielos. Este anuncio es fundamental para todos nosotros, pasar de la tiniebla a la luz, convertirnos. El Hijo de Dios que ha sido presentado por el Padre, testimoniado por el Bautista, nos pide que abandonemos las obras de las tinieblas, que dejemos atrás esas actitudes de nuestra vida que en vez de llevarnos al esplendor de la luz, nos han sumido en la obscuridad lúgubre de la tiniebla.
¡Qué sorpresas nos hemos llevado todos! La Luz ha comenzado a mostrarnos su esplendor desde el interior de la obscuridad, pues Jesús puso su morada entre nosotros, Jesús habitó en Cafarnaum, la Galilea de los paganos, y desde este lugar, considerado obscuridad, el mensaje de la Buena Nueva comenzó a brillar para la humanidad: el Reino de Dios esta cerca.
Y como no habría de estar cerca el Reino de Dios si su morada ya la había puesto en medio de nosotros, Jesús se había hecho uno mas con nosotros, se fue a vivir en medio del pueblo. Jesús esta cerca de nosotros, mas cerca de lo que podemos imaginarnos y su presencia se vuelve luz para nuestra vida.
Esta Luz que ha resplandecido y habla a los cuatro vientos no es impersonal y caminando en medio de la ribera contempla a dos parejas de hermanos: Simón y Andrés, y a Santiago y Juan. Les ha mirado y ha comenzado un diálogo con ellos: “Síganme y los haré pescadores de hombres”.
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Maravillosamente aquellos cuatro hombres que han sido alcanzados por el esplendor de la Luz dan una respuesta de “inmediato” que asombra y deja perplejos a todos: inmediatamente deciden seguirle, unos dejaron las redes que acaban de ser echadas para pescar y los otros dejaron la barca y a su padre.
Conviértanse habíamos escuchado desde el principio, y estos hombres han tenido el valor para radicalmente cambiar su estilo de vida y sin dudarlo se dispusieron a aventurarse con Jesús. Hoy también sigue resonando esta invitación por parte de Jesús para cada uno de nosotros que conlleva dos partes: un llamado muy en concreto: Seguir a Jesús, ir tras sus huellas, vivir la vida siempre en dirección hacia Él; una misión: congregar a los hombres en torno a Jesús, “ser pescador de hombres”.
La primera exigencia que hoy nos muestra el Hijo amado es base para acompañarle a lo largo de su misión, si no hay búsqueda de conversión en nosotros seguiremos permaneciendo en tiniebla y esperando que alguien haya tomado la decisión valiente y aventurada de seguir a Jesús inmediatamente y lanzando sus redes nos capte a nosotros para Él; pero hoy no debemos de cerrar nuestros oídos a la voz de Dios que nos dice: sígueme, te haré pescador de hombres. Y así también tú le gritaras al mundo: el Reino de Dios esta cerca sigue a Jesús,.