Mons. Jesús José Quiñones/ obispo de Nuevo Casas Grandes
El viaje apostólico del Papa Francisco a México, y de manera especial a cada uno de los estados y ciudades que visitó, se convirtió en una sorpresa, como él mismo lo manifestó en Ciudad Juárez, ¡México siempre es una sorpresa! Y con estas palabras expresaba lo que para él había significado este viaje.
Su visita a Santa María de Guadalupe.
“Quiero ir a visitar a la madre de los mexicanos” y nos tocó ser testigos de su inmenso amor a la virgen María, cerca de 25 minutos contemplando a la morenita del Tepeyac y dejándose contemplar por ella. Fue sin duda el momento más intenso de oración que compartió con todo el pueblo de México, fue a través de esa mirada como el Santo Padre supo mirar a nuestro pueblo, a nuestros indígenas, jóvenes, familias, niños, consagrados, seminaristas, migrantes, obispos, servidores públicos, autoridades y víctimas de la violencia.
Su mensaje: confirmarnos y fortalecernos en la fe.
Todos esperábamos un mensaje revolucionario, directo, cuestionador, sacudiendo las estructuras sociales y eclesiales tan acomodadas y a veces tan anestesiadas por las corrientes de nuestro tiempo. Desde mi percepción su mensaje fue, si, revolucionario, directo y cuestionador, pero desde la misericordia, buscando tocar el corazón de cada uno para responder con más entusiasmo, entrega y conciencia a la tarea que tenemos delante de nosotros como discípulos misioneros de Cristo.
Los más pobres.
Me quedo con la celebración que tuvo con el mundo indígena, su acercamiento a los enfermos en sus recorridos por las vallas en donde se detenía para saludarlos y en el inclinarse con los presos de Juárez para orar con ellos y unirse en el “abrazo-terapia” que invita a compartir siempre como una de las mejores actitudes de misericordia.
Ante un México golpeado por la violencia hay que redescubrir su riqueza.
No lo ha sido ni es hoy un pueblo deprimido, derrotado, resignado. El papa Francisco, en su visita apostólica, ha visto a un pueblo mexicano lleno de riqueza humana, de vitalidad, de esperanza. Es un gran pueblo, probado y sufrido, pero mucho más grande que las miserias que soporta tiene viva la riqueza de los dones recibidos, de su identidad, de su memoria, de su juventud.
En lo personal doy gracias a Dios y los invito a unirse en esta acción de gracias por esta maravillosa experiencia de la visita del Papa Francisco a nuestro México y que sus palabras sean luz que iluminen nuestro caminar para seguir construyendo, desde la fe, el futuro de nuestros pueblos en el amor, en la justicia y en la paz.