MC Luis Alfredo Romero/ Comunicólogo
Sin duda el principio de nuestra fe más difícil de comprender y por lo mismo de abordar es el misterio de la Santísima Trinidad, un Dios Trino y Uno.
La fiesta de la Trinidad nos transportó en el tiempo a nuestras primeras clases de Catecismo: ¿…”el Padre es Dios… el Hijo es Dios… y el Espíritu Santo es Dios…? Preguntaba la catequista
Síííí, contestábamos los niños a coro.
_ ¿Entonces son tres dioses?
_ “Noooo, es un sólo Dios verdadero en tres personas distintas” Y aquello fue suficiente para despejar una de los grandes misterios de nuestra fe y que uno de los principales doctores de la iglesia, San Agustín, se planteó durante un tercio de su vida.
Con las fiestas de Pascua y Pentecostés, la Iglesia hace una síntesis de toda la obra que Dios ha hecho por nosotros, porque en Pascua celebramos la Resurrección del Señor y su triunfo sobre la muerte y en Pentecostés, se cumple la promesa de enviarnos al Espíritu Santo, que es el paráclito, el abogado, el guía, el orientador, el consolador, el santificador.
Si somos agradecidos demos gracias al Padre por la creación, al Hijo por marcarnos un camino de vida a través de su redención y al Espíritu Santo, porque santifica nuestros corazones. Esas son tres manifestaciones o maneras de obrar de Dios en su decidida acción salvífica para nosotros.
Es tan presente la acción del espíritu Santo en nuestra vida, que sólo Él nos ayuda a decirle a Dios, Padre y, a Cristo, Señor. Esas palabras no saldrían de nuestra boca y de nuestro pensamiento, si no es por la acción santificadora del Divino Espíritu, dicen las escrituras.
En su autorrevelación Jesús se manifiesta compasivo, clemente, paciente, misericordioso y fiel.
Compasivo y clemente al alcanzarnos el perdón de nuestros pecados. Paciente porque nos ama, pues sólo el que no ama no espera y Cristo nos ama con una fidelidad que pacientemente espera nuestra respuesta, nuestra conversión.
Cristo Jesús no condena, nos enseña a reconocer lo que es bueno y lo que es malo. “Yo no he venido a condenar sino a salvar…” dijo Jesús, es por lo tanto misericordioso. Con la acción del Espíritu Santo, con su inspiración y guía, nos orienta a irnos pareciendo poco a poco a Jesús, por lo tanto no condenemos a nuestro prójimo, pues eso no nos toca a nosotros sino solo a Dios y ya sabemos que lo hace con misericordia, amor y paciencia.
No declaremos el desahucio moral de nuestro hermano sino que a imitación de Jesús, seamos fieles y pacientes pidiendo estos dones al Espíritu Santo, para construir grupos y comunidades como San Pablo nos invita a construirlas, en las que estemos siempre alegres, ayudándonos y acercándonos, porque así el amor del Padre, el amor del hijo y la gracia y el amor del Espíritu Santo estarán presentes en nosotros. ¿Para que queremos mayor compresión del misterio trinitario si podemos experimentar su acción en nuestras vidas?