En su encuentro con los religiosos elPapa habló en primer lugar de la llamada de Dios, recordando que Él llama de diferentes maneras y métodos. Y lo hace invitando en todo momento a la conversión, que es una opción fuerte, «una decisión que involucra a la persona consagrada y la lleva adelante en el camino de la vida».
Testimoniar a Cristo con mansedumbre y pobreza
Uno de los riesgos a los que se puede enfrentar, si uno no se deja involucrar y cuestionar por Dios, es la «acidez religiosa», -dijo Francisco- de la que deriva la infelicidad. Las personas consagradas se convierten así en «coleccionistas de injusticias», según la actitud típica de quienes se sienten siempre víctimas y, por tanto, caen en constantes quejas.
Santa Teresa de Jesús -recordó el Papa al respecto- advirtió a las monjas contra la tentación de considerarse objeto de injusticia. Este es el «adagio del lloriqueo», una actitud que debe ser contrarrestada precisamente por la conversión. Entrar en la comunidad significa, pues, prepararse para pasar de la conversión a la conversión, porque eso conduce a la humildad.
Francisco subrayó una vez más la importancia de hablar no con adjetivos sino con la teología de los sustantivos, como lo indica también el espíritu franciscano.
Predicar a Jesús a través de la existencia
Otro tema tratado fue el de la misionaridad, al que está ligada la falta de vocaciones. «Con la consagración -dijo el Pontífice- ya no hay que pensar en uno mismo, sino en vivir como testigos. Ciertamente, no hay que hacer proselitismo, sino predicar a Jesús más a través de la existencia que a través de las palabras, como el mismo Francisco de Asís recomendaba a sus hermanos».
No es casualidad que incluso santas contemporáneas como Teresa de Calcuta hayan gozado de un respeto unánime en sus vidas, por parte de creyentes y no creyentes, precisamente por su testimonio. Por eso, el Pontífice invitó a los capuchinos a ofrecer este testimonio con mansedumbre, pero sobre todo con pobreza, que debe ser vivida en la práctica, sin olvidar que el diablo entra precisamente por los bolsillos, es decir, por la falta de coherencia con el voto de pobreza. Ella, decía San Ignacio de Loyola, debe ser la «madre y el muro» de la vida religiosa.
El espíritu mundano daña a la Iglesia
Asimismo, Francisco advirtió de la mundanidad en la que a veces se desliza la Iglesia. El espíritu mundano lastima a la Iglesia, tanto es así que Jesús en su oración pide al Padre que nos aleje no del mundo sino del espíritu del mundo que lo arruina todo y causa falsedades. Se necesita humildad para contrarrestar este mal. Otra tentación para la Iglesia es el clericalismo, el hijo de la mundanidad.
Esto es lo que corre el riesgo de transformar a los pastores de siervos a amos. Es necesario, pues, redescubrir y retomar la estructura de servicio en el seno de la comunidad eclesial, subrayó el Pontífice invitando a los capuchinos a vivir su Regla con naturalidad, aceptando a los demás y respetándolos. «La comunión fraterna es natural, no se crea artificialmente. Es una gracia del Espíritu Santo y se alimenta del perdón», aseguró el Obispo de Roma.