Pbro. Armando Benavides/ Párroco de Santo Niño de Atocha
Hace unos domingos que retomamos el tiempo Ordinario en la Liturgia. Alguna vez le escuché a un sacerdote la frase que afirmaba que el tiempo ordinario es “el tiempo del discipulado”. Me dio mucha luz para ver este tiempo de una manera diferente, de hecho, hace que no parezca ordinario, en el sentido que a veces le damos a esta palabra, como algo rutinario o sin importancia, sino al contrario, hacer del camino diario algo extraordinario con Jesús, que hace todas las cosas nuevas.
Hoy en su palabra escuchamos su llamado: “Vengan a mí”. Jesús nos invita a seguirle y a estar con él, para darnos a conocer el amor infinito escondido en el corazón del Padre, e incluso para sanarnos de las heridas de la vida. Y añade: “Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga, y los les aliviaré (restauraré)”.
Es decir, que el discípulo no es una persona perfecta según los criterios del mundo, sino una persona común y corriente, que incluso ha vivido el cansancio o el agobio de la vida, ante lo cual Jesús no permanece indiferente. Al contrario la experiencia del discípulo, está marcada por un encuentro vivo con este Dios que es su fuerza, escudo y fortaleza, especialmente en los momentos de dificultad. Jesús viene a revelarnos la ternura de Dios, que es paciente y misericordioso, lento a la ira y rico de gracia.
En la 1a lectura, el profeta Zacarías, alejado de todo sueño de mesianismo y triunfalismo político, presenta al Mesías como el que anuncia y construye la paz para su pueblo. Esto nos hace sentir una presencia muy especial de Dios en nuestra vida, especialmente en los tiempos que vivimos de tanta violencia e intolerancia, de miedo y sufrimiento por la pandemia. Afirma el profeta: “Mira a tu rey que viene a ti. Él es justo y victorioso, humilde montando en un burrito”. Ese rey humilde y victorioso es Jesús, su victoria no es cualquier triunfo a la manera humana, sino el triunfo del amor. Este es el camino también para la Iglesia de hoy, que debe de ser humilde y anunciar con entusiasmo el gozo del evangelio que tanto necesita el hombre de hoy.
El texto que hoy escuchamos de Mateo, dicen los biblistas que se asemeja mucho al estilo del evangelio de Juan, porque subraya que sólo Jesús es el que nos puede revelar lo que hay dentro del corazón de Dios, porque él vive en la intimidad con su Padre, y ahora quiere que sus discípulos también entren en la intimidad del corazón de Dios. Este texto estupendo se puede dividir en tres partes: la primera parte es la oración de acción de gracias de Jesús: “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra… porque has revelado tus proyectos a los pequeños”.
La segunda parte (v.28) está centrada en la afirmación de Jesús del conocimiento total y recíproco entre él y su Padre. La tercera parte es la que corresponde a la llamada de Jesús a todos los pobres y débiles a ser sus discípulos y a seguirle en su humildad y mansedumbre de corazón. Jesús le indica al discípulo que tome su yugo y que aprenda de él.
Pudiéramos concluir con una oración: “Gracias Señor, por llamarnos a ser tus discípulos, porque quieres que te sigamos en el camino de la humildad para mostrarnos así la intimidad del corazón de Dios Padre. Ayúdanos a restaurar nuestra vida en la tuya, a encontrar fuerza y alivio en tí, para también ser fuerza y alivio tuyo para nuestros hermanos”.