Pbro. Amadeo Ruiz Moya/ Párroco de Todos los Santos
La exhortación de San Pablo a los filipenses, hace 20 siglos, sigue resonando en los oídos de todos lo que experimentan aflicción por cualquier motivo. En este III domingo de adviento, la alegría a la que se nos invita, no es con el propósito de hacer como que no pasa nada o, que lo que pasa es poco, porque la realidad nos hace “despertar”.
“Todo el adviento es una llamada a despertar del sueño de la rutina y renunciar a la mediocridad, a abandonar la tristeza y a descartar el desaliento. Es una actitud que el cristiano debe hacer suya para toda su existencia”.
Pero hace falta que los depositarios de este tesoro tengan conciencia de ellos, como el personaje de la primera lectura que se nos ofrece hoy: “El Espíritu del Señor esta sobre mí, porque me ha ungido y me ha enviado para anunciar la buena nueva a los pobres, a curar a los de corazón quebrantado, a proclamar el perdón a los cautivos, la libertad a los prisioneros y pregonar el año de gracia del Señor”. Porque la caridad en la vocación define la misión, y para quien ve la realidad de la fe, aquí encuentra el sentido más profundo de su vida. El vacío, verdaderamente existencial, consiste en no identificar el porqué y el para qué de la presencia personal en el mundo, con tremendas consecuencias, si tal inquietud no es atendida y resuelta.
Estamos viviendo una circunstancia histórica tremendamente carente de buenas noticias, lo cual se convierte en un caldo de cultivo, tanto para dar crédito a falsas “buenas noticias”, como para consentir y alimentar el desaliento.
Juan el Bautista inquieta con su presencia y su mensaje. Rompe todos los esquemas: no es un profeta convencional; no es el Mesías, no es el Elías… pero tiene la convicción de que viene a proclamar una buena noticia: El Mesías está cerca, esta entre ustedes y su dignidad y poder es tal que; “yo no soy digno de desatarle las correas de sus sandalias”. ¡Cómo no va a desconcertar la personalidad de Juan y su mensaje si siendo tenido por maestro, con muchos discípulos, no se considera digno de fungir como el último de los esclavos de aquel a quien anuncia y presentará!
En nuestros días ha disminuido tanto la reverencia a Dios que, en no pocas ocasiones, casi desaparece, y no solo en quienes dicen no creer, por ejemplo, en la Presencia real de Jesucristo, en la Sagrada Eucaristía, sino, en algunos casos, también entre los sacerdotes.
Haría bien que alguien nos dijera como un Santo Español a un sacerdote, poco reverente con la Sagrada Eucaristía, a quien le dijo: “Trátelo bien padre, es de buena familia”.
Tal vez también con la pobre veneración o más la escasa adoración a Nuestro Señor, haya contribuido a que, mucha gente manifieste una admiración mayor por algún personaje deportivo, algún artista, algún político… y la frustración por decepción sea el resultado.
Presentamos nosotros al único que merece todo honor y gloria, que está cerca y nos ofrece la Salvación.