La indulgencia es una manifestación concreta de la misericordia de Dios, que supera los límites de la justicia humana y los transforma. Este tesoro de gracia se hizo historia en Jesús y en los santos: viendo estos ejemplos, y viviendo en comunión con ellos, la esperanza del perdón y del propio camino de santidad se fortalece y se convierte en una certeza. La indulgencia permite liberar el propio corazón del peso del pecado, para poder ofrecer con plena libertad la reparación debida.
Concretamente, esta experiencia de misericordia pasa a través de algunas acciones espirituales que son indicadas por el Papa.
Reflexión de la Comisión Diocesana de Liturgia
El pecado siempre quebrantará la relación amorosa, primeramente, con Dios, pero sus consecuencias siempre afectarán las relaciones con los demás y hasta alcanza la ruptura con la misma creación. Tal cual lo demuestra el libro del Génesis en el capítulo 3, donde nuestros primeros padres se escondieron de la presencia de Dios por la vergüenza de su desnudes (Gén 3,10); recordamos también las palabras del hombre: “la mujer que me disté por compañera me convidó el fruto y comí” (Gén 3,12), con esto queda claro que se fractura la relación armoniosa entre unos y otros. Finalmente, Dios le dice al hombre que: “maldito el suelo por tu culpa: con fatiga sacarás de él tu alimento mientras vivas” (Gén. 3,17).
Sobre todo, lo que en definitiva afecta el pecado en nuestra vida es que nos apartamos del amor que Dios nos tiene: “el pecado se levanta contra el amor que Dios nos tiene y aparta de él nuestros corazones… el pecado es así amor de sí hasta el desprecio de Dios” (Catecismo de la Iglesia Católica n.1850). Podemos constatar la crueldad del pecado en la cruz, donde visiblemente se mira el desprecio de Dios.
Sin embargo, es a través de la Pasión de Cristo que muestra la infinita misericordia de Dios que nos reconcilia con él y nos abre nuevamente la puerta de la salvación. Por medio del Bautismo, en el que participamos de la muerte y resurrección de Cristo, adquirimos esta gracia de la misericordia de Dios y la nueva vida como hijos adoptivos de Dios.
No obstante, podemos experimentar la fragilidad en nuestra vida que nos inclina a pecar, por eso mismo “Cristo instituyó el sacramento de la Penitencia en favor de todos los miembros pecadores de su Iglesia, ante todo para los que, después del Bautismo, hayan caído en el pecado grave y así hayan perdido la gracia bautismal y lesionado la comunión eclesial. El sacramento de la Penitencia ofrece a éstos una nueva posibilidad de convertirse y de recuperar la gracia de la justificación” (Catecismo de la Iglesia Católica n.1446).
El sacramento de la Penitencia y Reconciliación perdona todos los pecados cometidos hasta ese momento. Sin embargo, como menciona el Papa Francisco en la Bula del jubileo “Sabemos por experiencia personal, el pecado ‘deja huella’ lleva consigo unas consecuencias; no sólo exteriores, en cuanto consecuencias del mal cometido, sino también interiores, en cuanto ‘todo pecado, incluso venial, entraña apego desordenado a las criaturas que es necesario purificar, sea aquí abajo, sea después de la muerte, en el estado que se llama purgatorio’ (Catecismo de la Iglesia católica n. 1472). Por lo tanto, en nuestra humanidad débil y atraída por el mal, permanecen los ‘efectos residuales del pecado’. Estos son removidos por la indulgencia, siempre por la gracia de Cristo, el cual, como escribió san Pablo VI, es ‘nuestra indulgencia’” (n.23).
Se dice, pues, que la indulgencia es una manifestación concreta de la misericordia de Dios que permite liberar el propio corazón del peso del pecado, para poder ofrecer con plena libertad la reparación debida. El Catecismo de la Iglesia n. 1471 define la indulgencia como “la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados, ya perdonados en cuanto a la culpa”.