Manantial en el Desierto: La historia oculta de Ciudad Juárez
José Mario Sánchez Soledad/Autor
Expedición de Fray Agustín Rodríguez
Fray Agustín obtuvo permiso del virrey, el conde de Coruña, don Lorenzo Suárez de Mendoza, en noviembre de 1580, para “entrar las nuevas tierras a predicar el Evangelio a los indígenas”. El rey había prohibido todas las entradas sin autorización real, el virrey viendo “el buen fin y celo del religioso”, le concedió al misionero su súplica, y le dio permiso para que llevara otros religiosos, y una escolta de no más de veinte soldados, quienes podían llevar artículos para cambiar y tratar. Además, se le autorizó que nombrara el jefe militar que debería acompañar la expedición. El reverendo provincial nombró al padre Fray Francisco López, superior de los religiosos, por razón de que Fray Agustín aún era hermano lego.
Fray Agustín ansioso de organizar su expedición cuanto antes regresó a San Bartolomé. El derecho concedido de cambiar y tratar, y la esperanza de encontrar minas, indujeron a nueve soldados a acompañar a los tres misioneros a expensas propias.
Ya obtenida la licencia, los franciscanos invitaron a varios vecinos de Santa Bárbara para formar una escolta de ocho hombres: Pedro Bustamante, Hernán Gallegos, Felipe Escalante, Hernando Barrundo, Pedro Sánchez de Chávez, Juan Sánchez, Herrera y Fuensalida y como capitán de la expedición a Francisco Sánchez Chamuscado. Además, los acompañaron como sirvientes 15 indígenas de la región. Toda la expedición se componía de 29 personas y solo 9 portaban armas. Salió la expedición el 6 de junio de 1581 de Santa Bárbara, siguieron el río Conchos hasta la junta con el río Bravo (Ojinaga), caminaron entonces por veinte días y Fray Agustín después de pasar los Médanos de Guadalupe (Samalayuca) volvió a ver el Paso del Norte, conocieron a los Piros, a los Tiguas. Chamuscado convencido de la seguridad aparente, en enero 31 de 1582 deja solos a Fray López y Fray Agustín (por voluntad propia de ellos), entre las doctrinas y conversiones que establecieron en Nuevo México. Se despidieron de ellos para regresar a Santa Bárbara.
Chamuscado, quien ya contaba con 70 años y estaba bastante delicado de salud, tuvo una fuerte hemorragia y por falta de instrumentos quirúrgicos, que habían dejado con los misioneros, murió 40 leguas antes de llegar a Santa Bárbara. Gallegos tomó mando de los siete compañeros y en abril 15 de 1582, después de estar once meses fuera del Valle de San Bartolomé, llegaron a Santa Bárbara.
Habían visitado la región de los Jumanos desde el Conchos hasta el río Bravo, explorando los pueblos de Nuevo México hasta Taos, y habían penetrado los llanos desolados más allá del río Canadian, y anduvieron hacia el poniente hasta los pueblos de los zuñi. Informaron de sus hallazgos en la Ciudad de México. Chamuscado había encontrado sal y plata. La sal fue encontrada en reservas cerca del Paso y el metal precioso procedían de minas localizadas a 200 leguas de Santa Bárbara, según el testimonio firmado por Felipe Escalante y Barrundo, compañeros de Chamuscado ante el virrey.
La plata se mandó ensayar en la casa de moneda y salió de muy alta calidad. Hernando Gallegos describe los pormenores de la expedición y llama a esta tierra Nuevo México reafirmando el nombre asignado a la zona por Fray Agustín Rodríguez.
Después de la retirada de Chamuscado prosperó por algún tiempo la misión. Los religiosos Rodríguez y López permanecieron con los Tiguas catequizándolos y fray Juan de Santa María se encargó de la conversión de los Tanos. Al inicio fue tanto el éxito en las conversiones, que los franciscanos decidieron ir uno de ellos a México por más sacerdotes. Fray Juan de Santa María se escogió para esa misión, tomo un nuevo camino dirigiéndose en línea recta al río Bravo y al estar descansando debajo de un árbol fue asesinado con una piedra en la cabeza por unos indios tiguas y para que no se descubriese el crimen, quemaron los restos.
El profesor Armando B. Chávez relata una versión diferente en su libro ‘Historia de Ciudad Juárez, Chihuahua’. Escribe lo siguiente:
“A los misioneros por su parte, también les fue fatal aquella separación (la de Chamuscado) porque cuando ya estuvieron sin la compañía de la gente de armas, fueron muertos a manos de los indios. Las crónicas franciscanas refirieron con detalles estas muertes y el principio de aquella expedición y parece que culpan a los jinetes de haberse vuelto por parecerles muy lejos las tierras donde esperaban enriquecerse, dejando que los pobres misioneros esforzándose recíprocamente, continuaran su viaje procurando el logro de su intento.
Dicen que caminaron a ciento cincuenta leguas, hasta llegar a un río o copioso manantial de agua llamado después Santa María de las Carretas y que los misioneros se dedicaron con buen éxito a instruir la religión cristiana a gran número de indios que encontraron congregados ahí; pero que habiendo solicitado misioneros los gentiles habitadores de Nuevo México, fray Juan de Santa María se ofreció a ir en busca de nuevos religiosos.
Partió De Santa María de Las Carretas, pero no por el camino que había llevado, sino por otro distinto y al cabo de tres jornadas, cuando al pie de un árbol se había recostado a descansar, llegaron unos bárbaros que, echándole encima enorme losa, le aplastaron la cabeza haciendo que terminara su misión, para que no se descubriese el crimen, quemaron los restos y por el mismo tiempo otros gentiles atacaron el sitio de Las Carretas y después de combatir con los indios, fueron asesinados fray Agustín Rodríguez y fray Francisco López.”
Santa María, Rodríguez, y López fueron los primeros mártires sacrificados en Nuevo México, en la región de Paso del Norte, asesinados por los indios salvajes, lo que no fue obstáculo para que en años siguientes otros emprendedores y evangelizadores emprendieran nuevas expediciones dentro de su noble afán de catequizar y civilizar a los aborígenes.
Los nombres de los frailes Santa María, Rodríguez y López no deben de ser olvidados por los juarenses, pues por sus sacrificios merecen recuerdo imperecedero.
Se sabe que fray Agustín Rodríguez era natural del condado de Niebla, en Andalucía y desde que tomó el hábito, se distinguió por su santidad, celo apostólico, y rectitud de costumbres. Fray Francisco López, como su compañero Agustín Rodríguez, era también andaluz, hijos de padres nobles y ricos, residentes en Jerez de la frontera, donde tomó el hábito. Fray Juan de Santa María era catalán y habiendo llegado muy joven a Nueva España, tomó el hábito en la Ciudad de México, iniciando después luego sus actividades como evangelizador.