Pbro. Victor Manuel Ortega
Hemos llegado al final del tiempo de la navidad, hemos contemplado durante estas semanas la cercanía de Dios en bellas manifestaciones: se encarnó, es adorado por los magos de oriente y ahora, es bautizado por Juan el Bautista.
Este ciclo natalicio es rico en cercanía, y esta fiesta del Señor, su bautismo, también es riqueza en cercanía. Jesús se ha hecho cercano a nosotros, verdaderamente es hombre y en todo semejante a nosotros, menos en el pecado, ha querido recibir el bautismo, y desde el nos muestra la cercanía de nuestro Dios, uno y trino.
Jesús desciende al Jordán y pide ser bautizado. El bautismo de nuestro Señor, indudablemente que siempre nos remite a nuestro bautismo, en el momento en que nosotros fuimos rescatados del pecado y conducidos a un don tan grande: ser hijos amados del Padre. Jesús muestra su cercanía a todo hombre con la intención de salvarle, ha descendido al lugar donde se encuentran los que esperan la salvación por parte de Dios. No solo ha bajado al rio, sino que la sorpresa es tanta que ha querido ser bautizado, ¡increible, quien no ha cometido pecado pide su bautismo! Como no asombrarnos junto con Juan.
Pero nuestro asombro habrá de ser otro, no el de que se llegase a pensar que hubiera necesidad de perdonar algo en el Justo, Jesucristo, nuestro Señor. Sino el asombro de que nuestro Dios ha querido ser en todo semejante a nosotros, menos en el pecado…pero ha querido unirse tan íntimamente a nosotros. Jesús nos dice con su vida: tu carne la he tomado por completo en mi encarnación y quiero salvarla. Nuestro bautismo nos une tan íntimamente a Quien primero se unió a nosotros de manera admirable.
Nuestro auxilio viene siempre de parte de Dios y han sido los cielos los que se rasgaron para mostrarnos la cercanía del Padre. El clamor del adviento encuentra respuesta en la navidad en las distintas Teofanías. Y hoy el padre ha rasgado los cielos para presentarnos a Jesús, el niño que nos ha nacido: Este es mi hijo amado, en quien me complazco. El Padre nos ofrece en su Hijo la bendición para la humanidad así como la salvación para todos los hombres. En su Hijo, el Padre nos da la filiación y nosotros podemos llamarle Padre gracias a su Hijo Jesús. El bello don del bautismo: ser familia de Dios, ser sus hijos.
Esta vida nueva que se nos ha entregado en el bautismo, hemos sido rescatados del pecado y conducidos a la familia de Dios, podremos vivirla solo con la misma unción de Jesús, siendo ungidos por el Espíritu Santo. Él descendió en forma de paloma al salir de las aguas Jesús y Jesús lo enviará a los suyos para que nos conduzca en nuestro caminar como hijos de Dios.
Este día que celebramos el bautismo de Jesús no dejemos de contemplar el misterio trinitario en el cual hemos sido sumergidos desde nuestro bautismo: da gracias al Padre porque ha querido ser también padre tuyo; da gracias al Hijo porque con su encarnación te ofrece gracia sobre gracia, la salvación, la posibilidad de ser hijo de Dios; da gracias al Espiritu Santo quien posibilitará el que podamos vivir esta vida nueva que se nos ha entregado desde nuestro bautismo y así vivir en la santidad que Dios ya nos ha entregado desde las aguas bautismales.
“Este es mi hijo amado en quien me complazco” palabras del Padre para su Hijo… palabras del Padre para ti como su hijo. Que como hijos de Dios nunca las olvidemos y sin olvidarlas cada día las vivamos.