Card. Leopoldo José Brenes Solórzano/ Arzobispo de Managua/ Presidente Conferencia Episcopal de Nicaragua/ Segundo Vicepresidente del CELAM
En el camino con Jesús, siempre desde la grandeza de su misericordia, ante las zancadillas y las preguntas para ponerlo a prueba, encontramos su mirada, su mensaje, su palabra sencilla para poder ser comprendida, y con la intención no de humillarnos, sino de llevarnos a un cambio, a una conversión.
El papa Francisco, también con un método sencillo muy propio de sus mensajes, se vale de experiencias y vivencias desde su dimensión de pastor, para llevarnos al encuentro personal con Jesucristo, como también a un encuentro con el hermano.
El título de la encíclica, Fratelli tutti, ya es un reto que representa además un interrogante: Hermanos todos, “una gran utopía del Santo Padre”, me dijo un feligrés cuando le comenté, días antes, con el fin de prepararnos para recibir la encíclica. “Es el reto que nos pone el Señor por medio del Papa, sí -prosiguió-, quizá lo logremos cuando nos muramos y lo vivan los que se ganen el cielo”.
Un desafío
Desde su método sencillo, este segundo capítulo, nos propone una de las parábolas más conocidas: la del samaritano, y el Papa nos lanza un desafío: “si bien esta carta está dirigida a todas las personas de buena voluntad, más allá de sus convicciones religiosas, la parábola se expresa de tal manera que cualquiera de nosotros puede dejarse interpelar por ella (FT 56)”. Allí está el reto que tenemos que afrontar.
La pregunta ¿dónde está tu hermano? sigue teniendo en este mundo la misma respuesta que Caín dio a Dios. Hoy tiene otros contenidos: “cada quien hala agua para su molino”, o “sálvese como pueda, estoy donde estoy por mi esfuerzo”, “nadie me ayudó, por lo tanto, no estoy obligado a ayudar al otro”. Pastoralmente vemos a menudo comunidades, dentro de nuestras parroquias, que son especies de clubes, grupos cerrados y aislados.
Hoy hay muchos abandonados, como el hombre herido de la parábola, comenzando desde el ambiente familiar. Pienso en tantos ancianos que transitan por las calles como pordioseros, ¿y dónde están los hijos y los familiares? Niños recién nacidos abandonados en los hospitales, y los padres, ¿dónde está su familia?, a estos no sólo los han abandonado, sino que se han alejado lo más lejos posible.
Muchos padres no tienen tiempo para escuchar a sus hijos, porque hay otros compromisos personales que cubrir. Ante esto, la encíclica nos pone un reto: ¿acaso no será posible que seamos capaces de perder unos minutos para atender a nuestros adul- tos, a nuestros hijos, a nuestro prójimo? La encíclica nos exhorta a ser capaces de dejar todo a un lado y dedicar tiempo a los abandonados.
No pasar de largo
Ante realidades tan duras como las que estamos viviendo, esta parábola es un ícono iluminador, capaz de poner de manifiesto la opción de fondo que necesitamos tomar para reconstruir este mundo que nos duele. Ante tanto dolor, ante tanta herida, la única salida es ser como el buen samaritano (FT 67).
Sin duda alguna este debe ser “el desafío presente, al que no hemos de tenerle miedo” (FT 70).
No pasar de largo es, en el fondo, parte del mensaje de la encíclica. A cada uno en particular cada día se nos presenta una oportunidad para ser como el Samaritano, y lo hemos podido palpar en estos meses en que hemos sido atacados por la pandemia del Covid-19, cuando la solidaridad de muchos hermanos ha sido patente, de manera especial la de los pobres entre los pobres. Hemos podido ver a la viuda compartiendo un poco de harina y la monedita que guardaba en fondo del bolsillo.
Debemos tomar conciencia del gran ideal de la corresponsabilidad en la marcha y en el bienestar de nuestra sociedad. “Es posible comenzar de abajo y de a uno, pugnar por lo más concreto y local, hasta el último rincón de la patria y del mundo” (FT 78); “seamos parte activa en la rehabilitación y el auxilio de las sociedades heridas (…); ser otros samaritanos que carguen sobre sí el dolor de los fracasos, en vez de acentuar odios y resentimientos” (FT 77).
La ruta: Cultura de la fraternidad
Ante la urgencia de apoyar a los enfermos o a aquellos que por la pandemia habían perdido su puesto de trabajo, en nuestra arquidiócesis muchas instituciones se ofrecieron para apoyarnos con víveres y otras acciones. Sin embargo, en ese momento pensé en la búsqueda de protagonismos, y puse una condición: que nada tuviera rótulo alguno y propaganda alguna del donante, pues recordé que el samaritano no buscó ningún reconocimiento, quizá sólo la alegría y el gozo de haber ayudado a un ser humano.
El Santo Padre, en esta encíclica, en nombre de la persona misma de Cristo, nos dice: ¡anda, haz tú lo mismo! Además, la propuesta de esta parábola en el segundo capítulo, marca toda una ruta presente en los otros seis, pues “la encíclica no se limita a considerar la fraternidad como un instrumento o un deseo, sino que esboza una cultura de la fraternidad para aplicar a las relaciones internacionales”, como ha dicho el cardenal Pietro Parolín.
Además, pensemos que …este encuentro misericordioso entre un samaritano y un judío es una potente interpelación, que desmiente toda manipulación ideológica, para que ampliemos nuestro círculo, para que demos a nuestra capacidad de amar una dimensión universal capaz de tras- pasar todos los prejuicios, todas las barreras históricas o culturales, todos los intereses mezquinos (FT 83).
Hermanos todos, “tienes que ir y hacer lo mismo” (Lc 10,37).