Ana María Ibarra
El padre Ariel Suárez Jauregui, sacerdote de la Arquidiócesis de La Habana (Cuba) visitó en días pasados la Diócesis de Ciudad Juárez, para predicar ejercicios espirituales a seminaristas de la facultad de teología del Seminario Conciliar.
Periódico Presencia quiso entrevistarlo para conocer la situación de la Iglesia en Cuba, al igual que los desafíos que enfrenta un sacerdote y la comunidad cristiana en un país de extrema pobreza, que anteriormente se proclamaba ateo, y que, aunque hoy es considerado un Estado Laico, plantea grandes retos a la vivencia de la fe.
Aquí la entrevista:
- ¿Cuál es el motivo de su visita a la diócesis?, ¿cómo tuvo contacto con esta iglesia particular?
Estoy aquí para compartir con los seminaristas de teología la animación de los ejercicios espirituales anuales. Me invitaron los formadores del Seminario, concretamente el padre Alberto Castillo, creo que el padre Eduardo Hayen tuvo que ver en eso, porque fuimos compañeros en Roma hace más de 25 años. Me llamaron, me invitaron a venir aquí, pude organizar mi agenda y, si puedo servir y ayudar a la Iglesia, y concretamente a los seminaristas, con mucho cariño estoy aquí.
- ¿Cómo hay que abordar ejercicios espirituales con los seminaristas/sacerdotes de esta nueva época? ¿En qué hay que poner acento y por qué?
Aunque las épocas sean diferentes, hay cosas que son invariables en la vida de un sacerdote y de un seminarista. Lo digo así: hay cosas que no son negociables en la vivencia de nuestra vocación. Seminaristas y sacerdotes tenemos que ser hombres de oración. Estamos llamados a tener una intimidad con el Señor y a aprender continuamente del maestro Jesús, cada día escuchar su Palabra, ponernos y exponernos al soplo del Espíritu Santo para que sea el que dirija nuestras vidas; para que nuestros pensamientos, decisiones, sentimientos y acciones concretas estén ungidas por el Espíritu Santo. Otra cosa no negociable es el espíritu misionero, el ardor porque Cristo sea conocido, amado y seguido; el deseo de proclamar la buena noticia de la salvación; de anunciar que el Señor es fuente de vida, de esperanza, de amor y de paz; que Jesús es capaz de restaurar nuestra persona, de sanar nuestras heridas, de hacer que nuestra vida sea una vida feliz. No se negocia la cercanía, la compasión y la misericordia. Todo sacerdote y todo seminarista estamos invitados a configurarnos con Cristo Pastor y eso significa seguir a Jesús y vivir junto a él la misión de acompañar el rebaño del Señor, ser pastores.
Cuando miramos a tantos hermanos y hermanas con situaciones difíciles, carencias, dolores, que llevan cruces pesadas o sus vidas están rotas, la mirada del Pastor no es la del juicio, es de conmoción entrañable y eso es imprescindible. Las circunstancias pueden variar, cambiará en nuestros contemporáneos los modos de valorar la realidad, las prioridades, pero nosotros seguiremos siendo, en medio de un mundo cambiante, testigos de aquello que no cambia, que es permanente y que tiene que ver con Cristo y con su salvación. Como dice Jesús en otra parte del Evangelio: el cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.
- ¿Cuál es la situación de la Iglesia en Cuba?, ¿cómo se vive la fe en su país?
La Iglesia Católica en mi país es una Iglesia pequeña, pobre, vulnerable. Somos el país que tiene la proporción más grande de habitantes por sacerdote. Es el país con menos sacerdotes, religiosas y religiosos de América Latina. Mi país ha vivido 66 años con un sistema social y político de orientación marxista que en sus inicios proclamó el ateísmo con mucha fuerza y se identificó incluso como un estado ateo. Fue hasta 1992 que se cambió la Constitución y Cuba se proclamó como un Estado laico, por lo tanto, desde el año 1959 hasta la fecha no ha habido colegios católicos, la Iglesia no tiene acceso grande a los medios de comunicación. Afortunadamente, desde el tiempo de la pandemia hasta hoy cada obispo en las once diócesis que hay en Cuba tiene un programa radial de media hora los domingos que puede llegar a muchos lugares, donde quizás ni siquiera llegue un sacerdote o donde no hay ni siquiera una capilla o nunca han visto una religiosa; ahora el anuncio del Evangelio llega a través de ese programa radial. Es una Iglesia que ha vivido muchos cambios y que ha ido adquiriendo nuevas posibilidades en medio de una situación que es compleja y que es única en el contexto latinoamericano.
En medio de sus limitaciones, la Iglesia cubana es una gran familia, que vive la fe con alegría, que se reinventa a sí misma continuamente desde Dios y desde el Espíritu Santo. Ha optado por permanecer junto al pueblo cubano con las puertas siempre abiertas para servir y acompañar y no preguntamos si son católicos, basta con que sea una persona necesitada. Cuenta con asilos de ancianos atendidos por religiosas, guarderías infantiles, comedores para abuelos en parroquias. Hay centros de formación para laicos, talleres para jóvenes y matrimonios; grupos de repaso escolar en distintas comunidades y ni qué decir de los servicios que ofrece Cáritas a través de su voluntariado en tantas parroquias y comunidades. Queremos ayudar a nuestros hermanos y si ellos descubren, a través de nuestros gestos y palabras, a la persona de Jesús y se quieren adherir a Él, nuestra alegría es máxima.
No nos vamos a cansar de servir si la gente no viene a la iglesia o a misa el domingo. Se nos mandó a amar y a servir, a anunciar la buena noticia del Evangelio. Para la conversión personal de cada ser humano tienen que entrar dos elementos: la gracia de Dios, que no falla, y nuestra libertad humana. Seguiremos abriendo espacios para que se dé el encuentro con Cristo y seguiremos orando y trabajando para que ese encuentro sea cada vez más eficaz en la transformación de la vida de nuestro pueblo.
La precariedad de vida y el asedio que pueden tener en su país ¿Cómo los hace vivir su ministerio? ¿Cuáles son los desafíos que enfrenta un sacerdote en Cuba?
Voy a hacer un poquito de historia personal para esta pregunta. La revolución en Cuba socialista, comunista, como le quieras llamar, comenzó el primero de enero del año 1959. En las primeras décadas de la revolución, los años 60 y 70, el sistema marxista quiso implantarse en todas las estructuras de la sociedad y, por lo tanto, todo lo que fuera percibido como obstáculo hacia esa implantación se consideraba un enemigo al que había que perseguir. En ese sentido, ahí estuvieron las Iglesias y todos los cristianos, porque, afirmar creer en Dios era un postulado contrario a la ideología marxista que se propugnaba como atea. Ir a la Iglesia en Cuba era un acto heroico. Mis padres se casaron por la Iglesia en el año 1969 y por esa razón los expulsan del trabajo. Eran tele profesores, daban clases por la televisión en uno de los programas que el Gobierno había establecido para elevar el nivel de instrucción de los obreros, porque en Cuba, en los inicios de la revolución, se hizo una campaña grande de alfabetización y todos pudieron aprender a leer y a escribir y después fueron adquiriendo el nivel primario, la secundaria y el bachillerato. Entonces, no podía haber profesores en televisión que fueran cristianos, eso sería un mal ejemplo, ya que el hombre del futuro tenía que ser dotado de una concepción científica, lo que significaba ateo, marxista, leninista, etcétera.
Afortunadamente, esas historias, a ese nivel tan grande de hostilidad y de persecución, son del pasado. No quiere decir que no haya reminiscencias de un lado y de otro, porque después de tantos años de hostilidad o de persecución o de estigmatización, hay que tener un corazón bien grande para no rumiar heridas y mirarnos con ojos nuevos. Aprendí de mis papás a no tener odio, ni vivir con deseos de revancha o venganza en el corazón, porque eso no es Evangelio. Mis padres vivieron esas circunstancias no como héroes, sino con mucha naturalidad, como una exigencia de la fe y del seguimiento de Cristo. Si hoy tenemos Iglesia en Cuba, si soy sacerdote y si todavía tenemos gente viniendo a nuestros templos y si adultos que nunca oyeron hablar de Cristo hoy piden el bautismo, y otros hoy regresan, es porque encuentran un gran vacío en sus corazones y quieren encontrar de nuevo a Cristo. Y eso se lo debemos a laicos, sacerdotes y obispos, religiosos y religiosas que se mantuvieron fieles en aquellos momentos de tanta dificultad.
(continuará)