A propósito del Rosario Viviente realizado este sábado 28 de octubre con este tema, hoy concluimos la serie sobre el Rosario con esta reflexión del padre Jaime Melchor, director espiritual en el Seminario Conciliar…
María es mujer de fe y esperanza
Descubrimos continuamente en medio de la realidad de la cultura actual, como en los tiempos de Juan Bautista, una imperiosa necesidad de conversión. Sin embargo, con frecuencia quizá no alcanzamos a perseverar en los propósitos para lograrlo. A inicios del siglo pasado Nuestra Madre nos enseña cómo podemos encontrar una solución para que el rumbo de nuestra historia vaya por el camino del Evangelio. Nos llamó en Fátima a la oración, acudir a su maternal protección, a través del Santo Rosario, junto a la Penitencia, el sacrificio y pedir por la conversión de los pecadores.
¿Por qué es María, después del Señor, quien mejor nos puede guiar para lograr la conversión y la paz en el corazón, como camino seguro?
El camino de Nuestra Madre es el de la fe y la confianza. Ella es quien mejor nos puede mostrar cómo actúa Dios con los que creen. En el Magnificat (Lc 1,38) ella dice que el Señor ha cumplido sus promesas, las cuales hizo a Abraham en un inicio (Gn12,1ss) y ahora en la encarnación del Hijo de Dios en su vientre inmaculado se están manifestando. Vemos a María presurosa, o como la llamó el Papa Francisco en la Jornada Mundial de la Juventud 2023 (Lisboa): “Nuestra Señora apurada”. “Cada vez que hay un problema, cada vez que la invocamos, no tarda. Viene. Se apura. Nuestra Señora apurada. ¿Les gusta eso? Lo digamos todos juntos. Nuestra señora apurada. Se apura porque es madre.”(Papa Francisco).
Es así que hemos de entender que cada vez que los pequeños, los hijos de María, estamos en problemas, ella acude. Nos mira con ternura y sostiene la fe. Ella misma fue probada en la fe, también caminó entre penumbras, y sin embargo, confió. Así maduró en su maternidad: alimentando y educando a Jesucristo, y amando castamente a San José, su esposo.
Buscar la paz implica la fe, no bastan las fuerzas humanas
El tema de la paz en nuestros días no es de ningún modo ajeno a nuestra fe. Mucho menos a la Iglesia. Desde los inicios de los tiempos mesiánicos lo había afirmado el padre de San Juan Bautista, al decir en su cántico que vendría “el Sol que nace de lo alto para guiar nuestros pasos por el camino de la paz.”(Lc 2,). Simeón en la presentación dijo a María que ella sufriría una espada que atravesaría su alma, y así muchos corazones serían descubiertos en sus intenciones( Lc 2,35) en este sentido, el Corazón Inmaculado de María,de antemano, estaba preparándose para el momento más terrible de su existencia: el camino de la Cruz de su Hijo amadísimo (Mc 15, 13 -14, Jn 18,36-37; Jn 19,17). Al recibirnos como hijos en la persona del discípulo amado, al pie de la Cruz (Jn 19,25-27), abre un panorama amplio de esperanza para los creyentes y de manera particular a las madres que, como ella, perderían a sus hijos violenta o injustamente. María es consuelo en este dolor que es fruto de la guerra, la injusticia, la irresponsable situación de condena al inocente. Sabe que Dios es justo, misericordioso y que la muerte de su Hijo en la Cruz no es el final, sino el paso a la vida eterna y redención para la humanidad. Comprende en su Corazón Inmaculado que las promesas de Dios no son palabras al viento, como lo pueden ser las de los hombres. Por ello, mantiene la esperanza en la Resurrección y luego acompañará a la Iglesia en oración para que al llegar el Espíritu Santo todo desaliento y sentimiento de derrota sean expulsados de la comunidad naciente. Ella bien sabe del amor divino que el Espíritu Santo da al alma, sabe de la fortaleza que mantiene el corazón inquebrantable. Es maestra de oración, de esperanza y de paz en medio de las vicisitudes y los caminos escabrosos.
Dirigiéndose a María, la Iglesia invoca su maternal intercesión, pero no es un mero rezo por costumbre, sino fundamentado en la misma esperanza que ella nos enseña, que conlleva la conversión del corazón, donde estoy dispuesto a contribuir para que la paz sea una realidad en mí, y sea extensiva a los demás.
Las distintas actividades y esfuerzos para ir sembrando la paz confluyen necesariamente en la mirada al Padre celestial, quien conoce de antemano nuestro corazón, que clama continuamente en angustia (cfr. Sal 77,3). Dios es el artífice de la paz, y Nuestro Señor Jesucristo antes de su Pasión y después de Su Resurrección nos ofrece la paz. Dice en la noche de la Última Cena: “ Mi paz les dejo, mi paz les doy, no como la da el mundo…”(Jn 14,27). Allí los discípulos escuchan sobre la promesa del Espíritu Santo que vendrá… tienen garantías de parte del Señor para confiar y perseverar en el seguimiento de Jesús.
Por otra parte, en la tarde del día de la Resurrección les repite: “La paz sea con ustedes”(Jn 20,19.21).
Rezar El Rosario nos hace construir la paz
La verdad del Evangelio, las palabras del Señor, persisten enlos llamados del Papa Francisco a la humanidad. Es la confianza en la Misericordia de Dios, pero sobre todo a ser generadores de paz, artesanos de paz…
Los creyentes todavía tienen la misión de ser sal y luz para el mundo y en el mundo. La paz no se da por generación espontánea, es la confluencia del amor de Dios y la voluntad humana unida a la Voluntad suprema, la divina.
En la encíclica del Papa San Juan Pablo II “Rosarium Virginis Mariae”, del año 2003 (El Rosario de la Virgen María) se ha hecho un llamado a orar por la paz, ante los conflictos dolorosos de la guerra en Tierra Santa, que desgraciadamente aún continúan. Nos dice el Papa: “promover el Rosario significa sumirse en la contemplación del misterio de Aquél que «es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad» (Ef 2, 14). No se puede, pues, recitar el Rosario sin sentirse implicados en un compromiso concreto de servir a la paz, con una particular atención a la tierra de Jesús, aún ahora tan atormentada y tan querida por el corazón cristiano.”(Núm.6)
Ninguno de nosotros es excluido en esta labor de la construcción de la paz. Hoy en día se están haciendo muchos esfuerzos por ir sembrando la paz, en pequeños grupos de oración, en los llamados “conversatorios para la paz”, y en tantas comunidades. María quiere estar ahí, siempre nos convoca a vigilar en oración, a cuidar a nuestras familias, y perseverar. Ella lo hizo con los discípulos de su Hijo, en Pentecostés. Así quiere que cada familia esté unida y se fortalezca en su deseo de paz.
Dice el Papa San Juan Pablo II al respecto: “Otro ámbito crucial de nuestro tiempo, que requiere una urgente atención y oración, es el de la familia, célula de la sociedad, amenazada cada vez más por fuerzas disgregadoras, tanto de índole ideológica como práctica, que hacen temer por el futuro de esta fundamental e irrenunciable institución y, con ella, por el destino de toda la sociedad. En el marco de una pastoral familiar más amplia, fomentar el Rosario en las familias cristianas es una ayuda eficaz para contrastar los efectos desoladores de esta crisis actual.”(Núm.6).
RECUADRO 1
El Rosario nos orienta a la paz
Orar El Rosario nos ayuda a permanecer en contemplación a nuestro hermano Jesús y a Nuestra Madre. Ellos con su ejemplo nos han mostrado que la paz se vive desde el amor y la compasión por el prójimo, según lo ha querido Dios Nuestro Padre.
Dice la encíclica citada anteriormente: “El Rosario es una oración orientada por su naturaleza hacia la paz, por el hecho mismo de que contempla a Cristo, Príncipe de la paz y «nuestra paz» (Ef 2, 14). Quien interioriza el misterio de Cristo –y el Rosario tiende precisamente a eso– aprende el secreto de la paz y hace de ello un proyecto de vida. Además, debido a su carácter meditativo, con la serena sucesión del Ave Maria, el Rosario ejerce sobre el orante una acción pacificadora que lo dispone a recibir y experimentar en la profundidad de su ser, y a difundir a su alrededor, paz verdadera, que es un don especial del Resucitado (cf. Jn 14, 27; 20, 21).
Es además oración por la paz por la caridad que promueve. Si se recita bien, como verdadera oración meditativa, el Rosario, favoreciendo el encuentro con Cristo en sus misterios, muestra también el rostro de Cristo en los hermanos, especialmente en los que más sufren.”(Núm.40)
De la misma manera durante la oración del Rosario es Dios mismo quien inspira a los caminos de paz, a dar los pasos necesarios para que se dé. Y al mismo tiempo el Espíritu Santo nos guía para que con seguridad actuemos para lograrlo. También afirmó el Papa San Juan Pablo II: “En definitiva, mientras nos hace contemplar a Cristo, el Rosario nos hace también constructores de la paz en el mundo. Por su carácter de petición insistente y comunitaria, en sintonía con la invitación de Cristo a «orar siempre sin desfallecer» (Lc 18,1), nos permite esperar que hoy se pueda vencer también una ‘batalla’ tan difícil como la de la paz. De este modo, el Rosario, en vez de ser una huida de los problemas del mundo, nos impulsa a examinarlos de manera responsable y generosa, y nos concede la fuerza de afrontarlos con la certeza de la ayuda de Dios y con el firme propósito de testimoniar en cada circunstancia la caridad, «que es el vínculo de la perfección» (Col 3, 14).
RECUADRO 2
El Santo Rosario y la Eucaristía
Si bien hemos hablado del rezo del Santo Rosario como la contemplación de los Misterios de la vida de Nuestro Señor, acompañados de su Madre Santísima, también despierta el deseo de vivir una experiencia constante de comunión. Y la celebración de la Eucaristía es el mejor vínculo de unión que existe. Cristo nos está ofreciendo su propia vida en alimento. Él ha querido que su Iglesia viva de la Eucaristía. El Rosario nos presenta en uno de sus Misterios (Quinto de los Luminosos), la Institución de este Santísimo Sacramento. Nos guía en la contemplación para que así nuestro corazón se mueva a alimentarse de quien viene a ser el portador de la paz. Al mismo tiempo, Jesús nos llama a ser entre los hermanos, agentes de paz, de la verdadera sinodalidad, que no se genera en ideologías, sino en el Evangelio que reconstruye a la persona y a la sociedad. Nos ha dado ejemplo del perdón en la Cruz, donde se ha querido Dios Padre reconciliar con sus hijos en el Hijo Amado que con su sangre nos muestra cómo se ama, cómo se da la vida. No podemos vivir sin la Eucaristía. No es posible perseverar en la construcción de la paz si no nos alimentamos de la Eucaristía. La adoración a Jesús Sacramentado mantiene nuestro deseo de realizar el apostolado, de hacer el bien al prójimo.
Santa Teresa de Calcuta ( premio Nóbel de la Paz 1979), devota del Santo Rosario y de la Eucaristía, decía a un periodista en una entrevista, respecto a la formación de las religiosas de su congregación: “Lo más importante es que tengan un amor hondo, personal, al Santísimo Sacramento, de tal forma que encuentren a Jesús en la Eucaristía. Así podrán encontrarle también en el prójimo y servirle en los pobres”. ( Fuente: Infocatólica)
Camino de paz
La celebración de la Eucaristía y la oración ante el Santísimo Sacramento, nos llevan a caminar en unión con la Iglesia, llevando el amor de Cristo que recibimos a nuestros hermanos. Esto genera la paz que anhelamos.
Muchas comunidades han generado un apostolado fecundo gracias a la oración, la adoración eucarística y el rezo del Santo Rosario. María quiere llevarnos a conocer y a amar a Cristo, y esta unión despierta el amor y la misericordia hacia los más necesitados. Este es un camino de paz.
Hemos estado orando constantemente por la paz en las celebraciones eucarísticas, pero hemos también de ser promotores del Rosario. Un compromiso de cooperación para la paz sería enseñando a orar con el Rosario a los pequeños y a los jóvenes. Buscar ser misioneros en los barrios de nuestra parroquia, en los fraccionamientos donde quizá sea un mayor reto anunciar el Evangelio. Muchos de éstos por la inseguridad que vivimos en la ciudad no abren sus puertas…¿Cómo ser mensajeros de paz en tales circunstancias? Es la intercesión de Nuestra Madre la que lo hace posible.
Hoy también las redes sociales están ofreciendo una oportunidad para que se promueva el culto eucarístico, las familias aprendan a rezar, y los enfermos puedan ayudar al apostolado por la paz, con su oración, su ofrecimiento, aunque sigan por las plataformas la Santa Misa, debido a su estado de salud.
Perseverar
La búsqueda de la paz en nuestra ciudad, en el país y en el mundo, dependen de nuestra conversión. Así mismo, de recordar las palabras de Nuestra Madre: “Hagan lo que Él les diga” (Jn 2,5). Si confiamos en lo que el Señor nos manda hacer, y lo que hoy el Papa Francisco nos enseña, estamos siendo artesanos de la paz.
Vayamos a la Eucaristía, y recemos el Rosario. Las comunidades que tienen la Eucaristía y el Rosario como fuentes de su oración personal y comunitaria van a permanecer unidas. Estarán fuertes ante los embates del enemigo y las distintas pruebas en la situación actual de guerra.