Todo encuentro con el Señor es acercarse a la fuente de salud y sanación.
Fray Manuel Sanchíz, T.O.R.
Jesús solía anunciar la “Buena Nueva” con palabras y signos, milagros que manifestaban el poder sobre el mal. La primitiva Iglesia fue repitiendo ese anuncio acompañando también con signos, milagros. Es así que hay una estrecha relación entre el encuentro con Cristo y la sanación.
Es verdad que el gran y principal mal a destruir es el pecado, pero el hombre en su unidad es afectado por la gracia y así todo él es “tocado” por la mano sanadora de Jesús. Todo el hombre es acogido, por esa presencia “saludable” de Jesús. Así como el pecado provoca una separación y ruptura con Dios y los hermanos, que se manifiesta con el endurecimiento del corazón, con la pérdida de la paz, el perdón sacramental restablece todo el “hombre” en un estado de gracia, de paz y armonía interior.
Confesión y salud
Cuando hablamos de sanación, no lo restringimos al solo nivel físico que es importante pero no el único, sino a todos los niveles del ser humano, biológico, síquico y espiritual.
Todos hemos experimentado que una buena relación con otra persona nos lleva sentirnos bien, estamos a gusto, disfrutamos de serenidad y paz. Acogidos, comprendidos, felices en una palabra, desaparecen las tensiones y surge la paz y el gozo de la amistad y el amor.
Cuando reconocemos nuestros pecados y pedimos la gracia del perdón, si este paso se hace con toda mi mente y voluntad, implicándonos totalmente, el Señor, no solo nos regala gratuitamente el perdón, sino que coloca en su sitio aquellos elementos que fueron afectados negativamente por la ruptura del pecado. Así surge un sentimiento de sosiego, de paz, de un mirar diferente, de un deseo de hacer el bien y de descentralizarnos para colocar al Señor y a los demás en el centro de la nuestras vidas.
El Catecismo de la Iglesia (n° 1421) dice: “El Señor Jesucristo, médico de nuestras almas y de nuestros cuerpos, que perdonó los pecados al paralítico y le devolvió la salud del cuerpo (Marcos 2,1-12), quiso que su Iglesia continuase, en la fuerza del Espíritu Santo, su obra de curación y de salvación, incluso en sus propios miembros. Esta es la finalidad de los dos sacramentos de curación: del sacramento de la Confesión y el de la Unción de los enfermos.
La Iglesia lo afirma entonces: el Sacramento de la Confesión es un Sacramento de Sanación. Casi nadie sabe eso, ni lo toman en consideración a la hora de sanar heridas emocionales. La Confesión es fuente de Sanación y todos tenemos que aprovecharla. En el mundo, hay mucha gente perturbada por muchas circunstancias de su vida diaria, llena de preocupaciones, estrés emocional y un sinnúmero de problemas que afectan sus vidas. En vez de verse en la necesidad de tomar pastillas para dormir o calmar sus nervios, generados por tanta carga y angustia, lo que realmente pueden estar necesitando experimentar el amor sanador del Señor que perdona y libera.
Una explicación
¿Por qué la confesión es fuente de sanación? Tenemos que saber que hay algunos pecados que llevan a la enfermedad (CIC 1502). Hoy en día la ciencia las reconoce como enfermedades psicosomáticas. Una depresión puede provocarte una úlcera. Hay algunas enfermedades que podrían estar vinculadas con el pecado y de eso hablan las sagradas escrituras. Juan 5,1-18: (curación de un enfermo en la piscina)
«Llevaba 38 años enfermo, Jesús lo cura y luego cuando lo encuentra de nuevo en el templo le dice: Has sido curado, vete y no peques más, de lo contrario cosas peores te sucederán». El perdón, entonces, es fuente de sanación, si hay una enfermedad producto del pecado. El perdón lo puede liberar.
Tenemos también que entender que no todas las enfermedades son productos u ocasionadas por el pecado. Hay enfermedades que conducen a glorificar a Dios Juan 9,1-3: (curación del ciego de nacimiento):
«Los discípulos de Jesús, le preguntaron si esta persona estaba ciega producto de sus pecados o el de sus padres… Jesús le dice: «Esta persona fue hecha así para que se manifieste en él la obra de Dios».
Hoy en día hay cierta resistencia, en algunos sectores eclesiales, a aceptar con naturalidad esta dimensión liberadora y sanadora de la Iglesia, continuadora de la obra de Cristo.
Ante ciertas manifestaciones de religiosidad popular que priorizan la sanaciones cuasi milagrosas, en torno a Jesucristo, la Virgen y los santos, desencarnadas y poco formadas en la centralidad de la fe en Cristo, se responde con cierta dureza atribuyendo estas “supuestas” sanaciones a sugestiones personales.
No hay duda que nosotros no podemos poner límites a la acción de la gracia de Dios, ni si quiera con nuestras buenas razones. Pareciera que Dios debe doblegarse a nuestros argumentos de razón y debemos recelar o sospechar de lo extraordinario y que lo único importante es la pura fe y gracia y esto nos basta.
Sin embargo estamos deseando tener buena salud, sentirnos bien, despejar los nubarrones de los complejos, y adiciones a tantas cosas que nos atan. En fin, queremos ser y sentirnos felices. Y esto es un deseo del Señor.
Confesarse: ¡Un tratamiento gratuito!
Proclamar una doctrina de salvación en los sacramentos, especialmente el de la reconciliación, abstracta, teórica, moralista, que no se manifiesta efectiva a todo el ser humano, espíritu, alma y cuerpo, sería retórica vacía.
Hay muchas formas de considerar la confesión, todas ellas válidas. Se puede ver como un tribunal con un juez divino. Se puede contemplar como un balance de deudas. Pero creo que el modo más útil de considerarla es como una sanación.
La confesión hace por nuestras almas lo que los médicos hacen por nuestros cuerpos. Basta con pensar en todo lo que hacemos para mantener nuestros cuerpos en correcto funcionamiento.
Acudimos a revisiones periódicamente. Nadie debe recordarnos que nos lavemos los dientes, nos duchemos o tomemos la medicación necesaria. Todo esto es bueno para nosotros, y para los que nos rodean también. Nadie querría trabajar a nuestro lado si decidiéramos dejar de lavarnos.
Si nos esforzamos tanto por cuidar nuestros cuerpos, ¿no deberíamos emplear más tiempo en nuestras almas? Después de todo, nuestros cuerpos morirán pronto, pero nuestras almas vivirán para siempre.
Más aún, nuestras decisiones acerca de nuestra salud e higiene espiritual tendrán un tremendo efecto en las personas que nos rodeen. Nada ayuda más en la vida familiar y laboral que un alma limpia y el consejo de un buen confesor. Nada hiere más nuestras relaciones y nuestra salud mental que la carga del pecado y de la culpa.
Curación garantizada
¡La confesión es un tratamiento para la salud gratuito, y un seguro de vida gratuito también! Cristo es el médico divino y, a diferencia de los especialistas humanos, Él nos puede garantizar una curación siempre. De hecho, nos asegura la inmortalidad. Si un médico pudiera hacer
todo esto, tendría largas colas a la puerta de su consulta. Lo que hará la confesión menos intimidante es una fe más fuerte en Jesucristo y lo que Él puede hacer por nosotros.
Es curioso que cuando en la sociedad se multiplican los despachos de sicólogos, siquiatras y centros de recuperación mentales, los católicos abandonan el Sacramento del Perdón y sanación.
En nuestras relaciones fraternas tenemos dificultades, conflictos, silencios, críticas, desamores que muestran nuestras enfermedades reales y que son fábricas productoras de mucho dolor. En esas situaciones se hace imprescindible la terapia humana y en muchas ocasiones la fuerza sanadora de Jesucristo por el sacramento. Bajo las manos consagradas del sacerdote pecador, que invoca al Espíritu Santo, el Señor derrama torrentes de gracias de perdón y sanación. Somos arrebatados del poder del “Maligno” y llevados de nuevo a la libertad de los Hijos de Dios.
Seguir proclamando
Nosotros que somos llamados a derramar la misericordia y el perdón de Cristo en nuestro mundo, deberíamos vivir con libertad y asiduidad este misterio de reconciliación y sanación. Debemos continuar proclamando el encargo de Jesús a los discípulos: “Vayan a contar lo que han visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos resucitan y una nueva noticia llega a los pobres….
Feliz el que me encuentra y no se escandaliza de mí” (Lc. 7, 12-14).
(Publicado en Unirioja.es)