Como parte de los ejercicios espirituales de Cuaresma, el padre David Hernández comparte una reflexión para ver la cruz no sólo como un símbolo de pertenencia a un grupo religioso 
Ana María Ibarra
En el tiempo de preparación para la celebración de la Pascua, y para recordar que Cristo ha amado al mundo hasta la muerte, compartimos una reflexión del padre David Hernández Martínez, misma que realizó para impartir ejercicios espirituales de Cuaresma.
Tomando en cuenta que el ser humano se comunica a través de signos, no sólo sobre las cosas del mundo, sino también sobre lo que ocurre en su interior, el padre David señaló que la humanidad busca significar con un objeto, una imagen o una forma las experiencias vividas.
“El signo es entonces esa unidad que existe en nuestras mentes, es lo que utilizamos al pensar el mundo y para comunicarnos. Ahora, cuando vemos una cruz, cuando decimos por la señal de la cruz, ¿en qué pensamos?, ¿qué se nos viene a la mente?, ¿qué es lo queremos significar con esa imagen o esas palabras?”, cuestionó el sacerdote.
Amor de Dios
El padre David explicó que lo esencial de la vida cristiana no es la cruz en sí misma, sino el amor, sobre todo con el que Dios ama a sus hijos.
“La realidad de la cruz, en la vida y en el ministerio de Jesús, se inserta como el único modo definitivo y concreto de amor: ‘nadie tiene mayor amor que el da su vida por sus amigos’ (Jn 15, 13)”, citó.
De esta manera, dijo, la vida cristiana tiene su fuente en el misterio pascual de Jesús, testimonio del amor, de la resurrección que vence definitivamente la muerte para hacernos vivir en la vida nueva que nace de la cruz.
La cruz, añadió el sacerdote, revela el amor; el amor explica la cruz; la cruz y el amor hacen posible e indefectible la esperanza.
“La esperanza no falla, dice san Pablo, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado (Rm 5, 5). No se trata simplemente de un conocimiento teórico del amor con que Dios históricamente nos ha amado en Jesucristo. Se trata de una experiencia íntima y personal del Espíritu que habita en nosotros y grita constantemente en nuestro interior: ¡Abba, Padre! (Rm 8, 15)”.
Curación y atracción
El sacerdote agregó que la cruz es un signo de salvación, como dijo Jesús a Nicodemo: Nadie ha subido al cielo, a no ser el que vino de allí, es decir, el Hijo del hombre. Lo mismo que Moisés levantó la serpiente de bronce en el desierto, el Hijo del hombre tiene que ser levantado en alto, para que todo el que crea en él tenga vida eterna (Jn. 3, 14-15).
“La serpiente es el símbolo del mal, es el símbolo del diablo: era la más astuta entre los animales en el paraíso terrestre, capaz de seducir con las mentiras. Jesús se ha hecho pecado y ha tomado sobre sí todas las suciedades de la humanidad, del pecado. En realidad, Jesús dice: Cuando yo sea levantado en lo alto, todos vendrán a mí. Obviamente éste es el misterio de la cruz”, expresó.
La cruz, entonces, es un signo no sólo de curación, sino de salvación, de atracción.
“Nuestra mirada debe estar en la cruz, signo de nuestra redención y característica de nuestro discipulado”, continuó.
Redención y discipulado
El padre David mencionó que Aquél que da la salvación y redime con su cruz victoriosa, invita a seguirlo.
“El camino de la resurrección implica cruz, es decir, pasa por el dolor y la muerte. La cruz es nuestro signo distintivo de discípulos, de adhesión al maestro Jesús, signo de nuestra redención en Cristo. Nuestra tentación siempre será ir delante de la cruz o querer enseñarle al Maestro cómo se debe entender la realidad de la cruz”, expresó.
Por eso, señaló, san Pablo exhorta al seguimiento de la cruz, a ser imitadores de los amigos de la cruz.
El sacerdote recordó a santos y santas que han sido imitadores de Jesús, entre ellos, san Benito, amante de la cruz; san Francisco de Asís, cuya conversión fue ante el crucifijo de la iglesia de San Damián; santa Rita de Casia, que amó la cruz y la pasión de Cristo; y la beata Concepción Cabrera de Armida, enamorada de la cruz.
“Entonces, hablar de la cruz es hablar de sufrimiento, pero también de cómo Dios y el hombre se encuentran en el sufrimiento y cómo eso nos da esperanza de que el dolor no sea la última palabra”, afirmó.

Esperanza
Preguntar por la cruz, añadió el padre David, es también cuestionarse sobre la injusticia del mundo, por el predominio del mal sobre el bien.
“Es una pregunta que a todos nos interpela, porque todos hemos sufrido y todos vemos cosas en el mundo que no andan bien. Pareciera una visión derrotista. Vemos cómo en la mente de los discípulos permanece fija una imagen: la cruz. Y ahí ha terminado todo, pero poco después descubrirían precisamente en la cruz un nuevo inicio”, dijo.
De esta manera, reflexionó el sacerdote, la esperanza de Dios brota, nace y renace en los agujeros negros de las expectativas decepcionadas; y ésta, la esperanza verdadera, no decepciona nunca.
“Hoy, miremos al árbol de la cruz para que brote en nosotros la esperanza, esa virtud cotidiana, silenciosa, humilde, pero que nos mantiene en pie, que nos ayuda a ir adelante. Sin esperanza no se puede vivir. En la cruz, ha nacido y renace siempre nuestra esperanza. La esperanza supera todo, porque nace del amor de Jesús”.
Y concluyó diciendo: “A todos nos hará bien detenernos ante el crucificado, mirarlo y decirle: contigo nada está perdido. Contigo puedo siempre esperar. Tú eres mi esperanza”.
Preguntas para reflexionar en estos días:
Cuándo hago la señal de la cruz, ¿soy consciente de lo que hago?
¿Cómo llevo yo la cruz, como un recuerdo?
¿Cómo llevo yo la cruz, solamente como un símbolo de pertenencia a un grupo religioso? ¿Cómo llevo yo la cruz, como ornamento, como una joya con muchas piedras preciosas de oro?
¿He aprendido a llevarla sobre los hombros, como signo de amor, como signo de salvación, como signo de redención y discipulado, como signo de esperanza?


































































