Al celebrar 65 años en el ministerio sacerdotal, monseñor Isidro Payán, uno de los sacerdotes fundadores de la Diócesis de Ciudad Juárez, concedió una especial entrevista a Periódico Presencia … En esta primera parte, responde junto a su hermano Alfonso, también sacerdote…
Claudia Iveth Robles
Muy agradecido con Dios y con la Diócesis de Ciudad Juárez porque le ha permitido ser uno de los pilares de esta Iglesia particular, monseñor Isidro Payan, de 89 años de edad, celebró hace unas semanas su 65 aniversario de ordenación sacerdotal.
Con ese motivo, Periódico Presencia realizó una entrevista al sacerdote, nombrado monseñor por el papa Juan Pablo II, quien compartió cómo han sido estos 65 años de su ministerio sacerdotal, festejo al que llega con gran fortaleza y la lucidez que siempre lo ha caracterizado.
La entrevista se desarrolló en la cabina de transmisión de Radio Guadalupana, donde monseñor estuvo acompañado por el padre Alfonso Payán, su hermano, sacerdote de la Arquidiócesis de Chihuahua, quien también participó en la entrevista.
Aquí la charla:
¿Cómo fue que Dios lo llamó al sacerdocio?
La providencia de Dios tiene sus propios caminos. Nosotros, mis hermanos, mis padres y yo vivíamos en Estación Conchos, pegaditos a Saucillo. Recuerdo que el padre Rafael Gándara hizo un concurso de catequesis y nuestro pueblo ganó el primer lugar, había como seis poblados participantes. El padre Alfonso, obtuvo el segundo lugar y su servidor, el primer lugar; entonces después de eso, en julio de 1940, el padre fue al pueblo para entrevistarse con trece niños y muy insistentemente dijo que iban a abrir el Seminario en 1941. El primero que dijo ‘yo sí me quiero ir’, fue mi hermano Alfonso. Iba a entrar a cuarto de primaria.
Yo no dí la respuesta luego luego, fue hasta la tarde, cuando andaba trayendo el agua del canal, cuando pensé: a lo mejor yo también quiero entrar al Seminario.
Fui y le dije a mi mamá: ‘creo que yo también quiero ir al Seminario’… y así fue como Dios quiso llamarme al sacerdocio.
Después le avisamos al padre Rafael Gándara y dijo: ‘un día de estos vengo para saludarlos y verlos y prepararte’. Recuerdo que cursaba el sexto año. Y así fue, el padre llegó en enero, yo cursaba mi sexto año, viví en su casa por mes y medio y estudie gramática castellana, latín. Llega el 28 de febrero, tomamos el tren en Estación Saucillo y llegamos a Chihuahua a las 4:00 de la tarde. Para empezar, llegamos al Seminario y entramos en mi curso. Fuimos 23 compañeros entre los cuales se encontraba el padre Waldo Vega, (en paz descanse) que era originario de San Buenaventura. El padre Manuel Acosta, que se encuentra malito de un ojo. En servicio completo está su servidor.
¿Cómo recuerda su infancia y su familia?
Fuimos 10 hermanos que vivimos juntos 45 años. Nuestra familia por parte de mi mamá, muy devota, muy cercana a Dios, mi madre siempre rezaba una novena a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro por cada uno de sus hijos que salía de casa a estudiar.
A mi papá lo recuerdo muy serio, muy devoto en las noches, y lo recuerdo haciendo una señal de la cruz para el rumbo que estaba cada uno de sus hijos.
Mis tías y mi padre vivieron un ambiente muy religioso, mi madre también, el abuelo de mi madre era muy conocido en todo Valle de Allende, en Dorado, Chihuahua, como un señor muy piadoso. Él caminaba a caballo 16 kilómetros cada domingo para acudir a la Misa en Valle de Allende, le decían ‘papá Andrés’. Creemos que de ahí broto también la semilla del sacerdocio, por la devoción de nuestros bisabuelos y nuestros padres.
¿Cómo apoyaron sus padres su vocación, la de usted y su hermano y cómo fue para sus papás tener dos hijos sacerdotes?
El apoyo fue total, completo, nuestra familia no fue de bienes económicos numerosos, pero sí bastantes hijos, de nuestros hermanos dos salieron a estudiar, otra hermana a Flores Magón, dos hermanos estudiaron para ingenieros agrónomos.
Cuando nosotros pensamos ir al Seminario recibimos una respuesta total de nuestros papás, dijeron: “Sí mi’jo, el nombre de Dios adelante”.
¿Usted Padre Alfonso Payán, qué quisiera agregar de su familia?
Nuestros padres nos rodearon de mucho cariño y nos enseñaron a ser trabajadores.
Desde niños nos distribuían las tareas del hogar, teníamos nosotros que cumplir con ellas y sentíamos que cada uno iba asumiendo su propio lugarcito, trabajando para el bien de la familia. Nuestros padres fueron muy amables y bondadosos. Éramos 10 hijos, las tareas que teníamos era vender el periódico, limpiar el corral, llevar las vacas a pastar; vendíamos el periódico y éramos boleros.
A veces con permiso de los dueños entrábamos a una cantina para encontrar personas que quisieran que les boleáramos y vendíamos dulces y sodas en el cine.
Nuestro papá y nuestra mamá nos enseñaron a trabajar dándonos tareas acomodadas a nuestra infancia y nosotros, buscábamos la manera de ayudar a nuestros padres, que no fuera tan latoso el tener que gastar. Así poco a poco íbamos encontrando cada quien su camino, unos a estudiar, otros como el padre Isidro y yo, sentimos el deseo de ir al Seminario.
¿Qué travesuras hicieron como hermanos?
El padre Isidro es mayor dos años, siempre fuimos muy amigos.
Nuestros papás estaban muy pendientes de que estuviéramos educados, en la casa y con los vecinos, aunque éramos jovencitos. Aunque nos gustaban las vagancias, no las hacíamos grandes, alguna vez nos fuimos al campo a matar liebres. Al padre Isidro le gustaba mucho cazar liebres, él era mayor y yo era menor dos años, y lo acompañaba después de los quehaceres de la casa.
¿Cómo fue esa etapa de seminaristas?
Padre Alfonso: Fue hermosa, porque en el Seminario tratábamos de estudiar bastante, pero también nos gustaba jugar. En la programación de días de trabajo en el Seminario había horarios especiales para jugar. Mi hermano jugaba (beisbol) en un equipo que después fue equipo de liga de la ciudad ya cuando estaba terminando. Nosotros jugábamos dentro de los equipos del Seminario. Estudiábamos con ganas y juagábamos con más ganas.
¿Y ya como sacerdote?
Padre Alfonso Payán: Él se ordenó primero sacerdote, pero estuvimos en el Seminario juntos. Siempre fue un ejemplo a seguir, yo procuraba estudiar bastante para salir adelante y bendito sea Dios, que nos concedió sacar buenas calificaciones.
Mons. Isidro Payán: Te voy a decir lo que una vez decía mi mama. Una vez el 11 de mayo de 1987, cuando entregamos el templo de Mater Dolorosa, al señor obispo don Manuel y al padre Amador, que era el párroco, una señora le dice a mi mamá: ‘Oiga señora Payán, como está usted está orgullosa de tener dos hijos sacerdotes. Dijo: ¡Orgullosa no! ¡Agradecida con Dios!
Sentimos, por una parte, agradecimiento a Dios y por otra, como un respaldo, que mi hermano sea sacerdote, Dios le regaló la profundidad de pensamiento en la Filosofía, un espíritu de piedad muy grande.
Hemos vivido juntos nuestro tiempo de vacaciones por más de 40 años, salimos juntos cada que podemos. Inicialmente cuando éramos maestros del Seminario, luego cuando éramos sacerdotes que pudimos marcar nuestras vacaciones personales, porque estábamos en parroquia, lo hacíamos siempre en el mes de enero para que mamá, que estaba viuda, saliera de la ciudad y del frío y nos íbamos para el sur.
Hemos tratado de convivir muy cercanamente, él se apoya en mí, en la limitación de su salud, particularmente su pierna izquierda, el nació con polio o le falto oxígeno al nacer.
Hemos convivido mucho juntos gracias a Dios. En los aniversarios también.
En nuestros gastos también siempre hemos sido compartidos, tener un fondo en común, para aprovechar de poder tener lo necesario o poder hacer caridad juntos a otras personas.
¿Cuáles son los mejores recuerdos de su época de seminarista y los no tan buenos?
No tan buenos. Inicio con una etapa de estudiante de latín. Éramos 33 compañeros los que iniciamos, el primer año me tocó ser el número 21, después bajé al 17 y después al 13 y luego al 7 y terminé en el 3 en el primer año.
Malos recuerdos en el Seminario: Era inquieto, demasiado franco y alguna vez me llamaron la atención muy fuerte porque le dije a un compañero que era un barbero, él fue y le dijo al padre superior y me dieron tres días de aislamiento.
Lo bueno fue que fui bueno para la aritmética, me esforcé en estudiar. El padre Gándara era sumamente enérgico, me tocó aprender muy bien latín, nos hizo enamorarnos de esa clase.
Lo malo fue cuando entré a Filosofía, no daba pie con bola y el primer año fui reprobado, pero tenía a mi favor que en el segundo de latín había presentado exámenes públicos y había estado el obispo Guízar y Valencia y me había ido muy bien en los exámenes.
Por consejo del padre José Solís, el rector, me dijo: ‘Ve y dile al señor obispo que te mandé a otra parte a estudiar y fui; yo sólo tenía 15 años’. El señor arzobispo me dijo ‘está bien, a ver qué hago, te voy a mandar a Montezuma’.
Una desgracia fue haber perdido un año, pero una gracia de Dios ir a Montezuma, Nuevo México. Yo fui con mucho entusiasmo.