Laura Guadalupe Gurza Morales
La crisis actual por la que atraviesa el mundo, y en especial nuestro país, se debe en gran medida a la apatía y falta de participación de los católicos.
Nos decimos ser la mayoría del pueblo mexicano, pero la realidad es que somos una mayoría de “paganos bautizados”, no conocemos nuestra fe, por lo tanto, no la defendemos y lo peor, muchas veces aun conociéndola no somos testimonio de ella en la sociedad.
Por nuestro bautizo somos sacerdotes, profetas y reyes. Y el ser profeta implica anunciar y denunciar. Anunciar la Buena Nueva, promover el diálogo y la cultura del encuentro como nos pide el Papa Francisco en su bella encíclica Fratelli Tutti. Pero también debemos tener la valentía de denunciar el mal y luchar por remediarlo.
Ya en los años 60s el Papa san Juan XXIII también nos llamó a buscar la paz, a través del documento Pacem in Terris: “Sobre la paz entre todos los pueblos que ha de fundarse en la verdad, la justicia, el amor y la libertad”. Y ¿qué paso? En esa época los católicos también mal interpretamos ese llamado y por cobardía nos refugiamos en el “Amor y Paz”, lo que trajo como consecuencia el “pacifismo” y que ahora se refleja en esa gran apatía de los católicos frente a los problemas de nuestra sociedad.
“Los hijos de las tinieblas son más astutos que los hijos de la luz”, y analizando nuestra realidad nacional tiene mucho sentido. Mientras el Santo Padre nos invita al diálogo y la reconciliación, los católicos “liberales” optan por el pacifismo y los “radicales” se rasgan las vestiduras diciendo que el Papa utiliza “términos masónicos”, cuando en realidad esos términos de origen cristiano hace mucho tiempo fueron adoptados por grupos anticatólicos.
Los católicos estamos divididos, mientras el gobierno una vez más se apropia de las palabras del Papa, para tener más popularidad.
Diálogo
Tenemos que entender que la fraternidad no son besos y abrazos, es diálogo constructivo para lograr el bien común de toda la sociedad, no sólo el bien particular de unos cuantos y mucho menos el bien de quién ostenta el poder, en deterioro de pueblo que votó por él.
En el numeral 273, el Papa Francisco cita: «Si no existe una verdad trascendente, con cuya obediencia el hombre conquista su plena identidad, tampoco existe ningún principio seguro que garantice relaciones justas entre los hombres: los intereses de clase, grupo o nación, los contraponen inevitablemente unos a otros. Si no se reconoce la verdad trascendente, triunfa la fuerza del poder, y cada uno tiende a utilizar hasta el extremo los medios de que dispone para imponer su propio interés o la propia opinión, sin respetar los derechos de los demás. […] La raíz del totalitarismo moderno hay que verla, por tanto, en la negación de la dignidad trascendente de la persona humana, imagen visible de Dios invisible y, precisamente por esto, sujeto natural de derechos que nadie puede violar: ni el individuo, el grupo, la clase social, ni la nación o el Estado. No puede hacerlo tampoco la mayoría de un cuerpo social, poniéndose en contra de la minoría».
Mi pregunta es ¿cómo fomentar el diálogo y la cultura del encuentro cuando nuestras autoridades están cerradas a ese diálogo, cuando son ellas mismas quienes polarizan a la sociedad y logran sus intereses mezquinos?
No es justo que el gobierno, cuya obligación es fomentar el bien común, se aproveche de las necesidades de la gente para tenerlas atadas a cambio de una dádiva para luego obtener su voto, denigrando así su dignidad humana.
Una solución
La verdadera caridad no es dar limosna al necesitado, es ayudarlo a salir adelante, proporcionándole un medio de trabajo para su subsistencia digna, brindándole oportunidad de estudios de calidad para ser mejor cada día, propiciando una sana convivencia entre todos y no polarizando a la sociedad o envenenándola con drogas legales o prácticas nocivas como el aborto, el deterioro ambiental y la violencia contra las mujeres.
La solución entonces, antes que el diálogo con las autoridades está en el diálogo con el pueblo, en la unión de todos los mexicanos que estamos preocupados por nuestra salud, por nuestra seguridad, por la mala calidad de la educación, por la pérdida de empleos y la quiebra de empresas.
Debemos fomentar sí, una cultura del encuentro, pero a la vez una cultura de la participación democrática de la sociedad, para que juntos podamos resolver nuestros problemas. Hay que dejar de ser críticos, para volvernos más propositivos, buscando soluciones y no culpables, pero sobre todo hay que sacudirnos esa apatía y conformismo que como pueblo nos está llevando a la ruina.
En 2019 el beato mexicano Anacleto González Flores fue nombrado “patrono de los laicos” y en su epitafio dice: “Enseñó con la palabra, con la vida y con la sangre”.
Los tiempos han cambiado y las condiciones actuales no son propicias para una guerra armada como fue la “Cristiada”, pero sí es tiempo de una guerra cultural, donde los laicos, como Anacleto, demos testimonio con la Palabra, con nuestro ejemplo de vida y quizá no sea necesario el martirio físico, pero sí sufrir las consecuencias de nuestra vida coherente.
Es tiempo de que los laicos salgamos de las sacristías y dejemos de ser únicamente “rezanderos” y nos comprometamos totalmente en la construcción del bien común y el desarrollo humano en todos sus aspectos.
Debemos ser conscientes de que urge un cambio de estilo de vida, debemos dejar de ser consumistas y volvernos más solidarios. Hay que fomentar hábitos que nos ayuden a preservar la casa común, pero sobre todo tener un corazón abierto a las necesidades humanas y espirituales de nuestro prójimo.
En 1531 vino a fundar nuestra patria la Virgen de Guadalupe, y no vino sola, traía consigo a su hijo Jesucristo. Ella le habló a cada quién en su lenguaje, a indígenas y españoles. Y gracias a ella se logró esa cultura del encuentro de la que hoy nos habla el Papa Francisco y fundaron una nueva nación mestiza, nuestra amada Nación Mexicana de donde saldría, según las palabras de Fray Juan de Zumárraga, “la universal reformación”.
¡No rechacemos esta vocación que como pueblo tenemos! ¡Trabajemos unidos por rescatar a nuestro México!
- Catecismo de la Iglesia Católica 783
- Juan XXIII, Carta encíclica Pacem in Terris (11 abril 1963)
- Lc 16, 8
- Papa Francisco, Carta encíclica Fratelli Tutti (3 octubre 2020)