Estamos en la última parte de nuestras reflexiones sobre la más importante oración que Cristo nos enseñó para dirigirnos a Dios…
Pbro. Pablo Domínguez Prieto +
El objeto de reflexión para esta ocasión será sobre la parte de la oración: “Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.
La conciencia
Quisiera comenzar haciendo referencia a uno de los descubrimientos que realizaron los griegos, ellos llegaron al conocimiento de lo que se llamaba la sineidesis. Se trata de la conciencia. Esto es un misterio impresionante. Los griegos se quedaron asombrados de que el hombre tuviera conciencia, es decir, de que fuera capaz de darse cuenta de lo que hace o de lo que piensa. Y, junto a ese ‘darse cuenta’, sentir interiormente aprobación o rechazo. La sineidesis era para los griegos algo más que una mera facultad humana. Decían ellos que por la conciencia hablaba Dios. Era como la voz interior de Dios, que aprobaba lo bueno y recriminaba lo malo. ¡Este discernimiento es extraordinario: que el hombre tenga conciencia! Si hacemos caso de esta exégesis griega, Dios nos habla a través de ella. Decían algunos que esto tendría que ver con un término muy utilizado por Platón: la anamnesis, que consistía en que el hombre realmente no es que conozca inmediatamente algo, sino que -decían los platónicos- uno recordaba lo que Dios había puesto en él desde el comienzo, es decir, era un recuerdo.
¿Por qué creen que he comenzado hablando de la conciencia? Porque es una de nuestras capacidades que más tiene que ver con nuestro ser personas, pero añade algo que es muy importante: el dolor y el pesar por lo que hacemos mal. Por tanto, surge lo que se llama la mala conciencia, el cargo de conciencia o la culpabilidad, la culpa. Sentirse culpable es algo que nos lo dice la conciencia. Todos tenemos conciencia, de tal modo, que todos tenemos esa voz interior que, insisto, según los griegos era la voz de Dios, la sineidesis que permitía que uno descubriera lo que en su vida no era conforme al bien.
Conciencia de pecado, culpa y perdón
En nuestra vida vamos acumulando culpa, pero ¿Saben qué pasa?, que si continuamente fuéramos acumulando nuestras culpas y nuestra mala conciencia, llegaría un momento en que enloqueceríamos. Por eso, una petición extraordinariamente importante es la petición de perdón. En toda la historia de las religiones había ritos o formas que trataban de aplacar la ira de los dioses, sin embargo, ninguno de ellos era capaz realmente de hacer sentir el alivio. Por eso tenían que repetir los sacrificios y ofrendas. Sin embargo, Cristo aparece en medio de los hombres, Dios se encarna en medio de los hombres ¡Y anuncia el perdón de los pecados! Por tanto, la liberación y la salvación. Esto es muy importante. Es decir, la petición a Dios de “perdona nuestras ofensas”, pertenece a la entraña de todo hombre que tiene conciencia.
Todos nosotros tenemos conciencia. Sin embargo, caben dos posibilidades. La primera , que nos acojamos al perdón de Dios y le digamos: “Dios mío, quiero tu perdón”. Pero hay una segunda posibilidad que viene del maligno, que es acallar la conciencia, dormir la conciencia, matar la conciencia. Efectivamente , si no existiera el perdón de Dios, la conciencia sería algo terrible, porque nos iría acogotando.
Unamuno llega a decir que “la conciencia es…una enfermedad”, porque hace que vayamos acumulando peso. Pero no es verdad que sea una enfermedad. Es un indicativo o una especie de “testigo” de lo que está aconteciendo en nuestra vida. Imagínense que van en un coche y, de pronto, ven un abismo y se van a caer por él. Caben dos posibilidades : le dan un frenazo al coche tratando de evitarlo o se tapan los ojos. Taparse los ojos es sinónimo de tratar de evitar la conciencia. Pero evitando la conciencia no se evita el mal. Solo se evita el dolor, pero el mal sigue siendo el mismo.
La peor enfermedad
Por eso, cuando queremos dormir la conciencia o anestesiarla, tenemos ‘la peor de las enfermedades’. Y esto lo podemos afirmar con diversas autoridades. Miren los griegos, por ejemplo Platón dice en el Timeo; ‘No existe peor enfermedad que aquella que se desconoce’. O sea, que la peor enfermedad es el desconocimiento de la propia enfermedad, porque, dice él, cuando la conoces la puedes curar.
Por eso la culpabilidad no es mala, sino que es un indicativo que nos dice que hay algo que no va bien. Entonces, uno primero busca la gracia de Dios para cambiar de vida y después busca el perdón de Dios.
Contaba un sacerdote tetrapléjico, que la peor cosa que le pasa es que no le duele nada, o sea, no tener sensibilidad alguna de cuello para abajo. Puede tener la peor enfermedad y no siente nada, por lo que han de hacerle continuas revisiones. La conciencia es como el dolor y es bueno tener conciencia. Lo malo, ¡Peor que malo! Intentar dormir, anestesiar o drogar la conciencia
Por eso cuando decimos a Dios ‘perdona nuestras ofensas’, estamos reconociendo algo previamente: tengo conciencia y quiero vivir con conciencia.
Por eso, hermanos, una de las peores cosas que nos puede pasar es perder la conciencia del pecado. Y no hacemos buen servicio a los fieles cuando, viviendo con un pecado, le decimos que no tiene importancia : ¡Cristo nunca dijo esto! Cristo dijo: “¿Has pecado?” “¿No lo reconoces?”. “Te perdono. Pero Él no dijo que no tiene importancia lo que has hecho. No, esa no es la solución. La solución es el perdón, pero nunca quitemos importancia al pecado, al mal. La culpa es buena ¡Es buena!, es bueno sentirse culpable de lo que está mal, y esta es la misión de la conciencia. Por eso la conciencia hay que formarla.
¡Una conciencia viva!
La conciencia se puede dormir de diversos modos: primero con malos consejos. Por ejemplo , si yo acudo muchas veces a aquel que me dice: “tranquilo, no pasa nada”, aunque en el fondo no nos podemos engañar. Una segunda forma es con las malas lecturas. Otra forma de dormir la conciencia es acostumbrándose al pecado, viviendo habitualmente en pecado. Entonces uno queda anestesiado, ya no lo valora, lo cual es una terrible enfermedad, porque nos impide la conversión. Y esto es lo peor.
Por eso es muy bueno llamar al pan, pan, y al vino, vino. A lo blanco, blanco, y a lo negro, negro. Es un gran servicio que nos hacemos a nosotros mismos y a los demás. Por tanto debemos ser ayuda para nuestra conciencia.
Todo esto era necesario explicarlo para poder entender esta petición del Padre Nuestro, “perdona nuestras ofensas: ¿Por qué? Porque lo grandioso es que Dios perdona. Pero Dios perdona a los que tienen conciencia de pecado, porque Dios solo puede perdonar lo que uno reconoce. Por eso es tan necesario para la Confesión y para la conversión el dolor de los pecados, el dolor que me duela. “Señor, me duelen mis faltas de amor a los demás, mi falta de diligencia, me duele mi falta de castidad, me duele mi falta de obediencia, me duele mi falta de oración, me duele, me duele y no me da igual”.
No nos podemos ir tranquilos a dormir si no nos dormimos en gracia de Dios. Y si no me duermo es que empiezo a sentir las cosas. ¡Menos mal que no se duerme!, porque esa conciencia no está muerta, sino viva.
¡Qué bueno es cuando uno llega a la noche y no puede dormir porque le remuerde la conciencia! Esto no tiene nada qué ver con los escrúpulos, es otra cosa. Esto tiene que ver con la persona normal, y lo normal, también es que a uno le quite el sueño el pecado. Es como una bombilla que se enciende cuando se funden todas las bombillas: es una ‘metabomilla’.
Cuando uno se confiesa y se convierte de corazón, le vuelve la paz, y comienza a dormir bien. Por eso, cuando uno tiene conciencia, dice: “Dios mío, perdona mis pecados, alivia mi alma, alivia mi conciencia”. Y Dios nos perdona nuestros pecados por el sacramento de la penitencia. Él es infinitamente misericordioso. Por eso decimos que Dios es redentor, que Dios es salvador y que Él nos libera. Estas son las razones de que tengamos conciencia, porque si no la tuviéramos, no necesitaríamos ni liberador, ni redentor, ni salvador, ni nada.
El perdón a los demás
Tratemos ahora sobre la segunda parte de esta frase, ‘Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden’. Vamos a tratar de meter el corazón en ello, pues no fácil entenderlo.
La primera impresión que tiene uno es falsa: ¡Ah! Resulta que Dios me da esto, pero dice que solo me perdona si cumplo con esto y esto y esto. No es cierto: Dios perdona siempre, pero solo aquel que en su vida vive el perdón a los demás, abre su corazón al perdón de Dios, es decir, solo aquel que experimenta el perdón en cosas pequeñitas, abre su corazón al perdón de Dios.
Esta expresión “como” la dice Cristo muchas veces: “Como el Padre me ha enviado, así os envío yo”, “Amaos los unos a los otros, como yo os he amado”, “Perdona nuestras culpas como yo perdono a los que me ofenden”
¿Qué significa esto? Que es inseparable la experiencia del perdón de Dios de la experiencia de ser yo perdonador.
Causas de la falta de perdón
Por tanto, dos pueden ser las causas de cerrarse al perdón de Dios: en primer lugar, cauterizar la conciencia, dormirla o matarla, Si no tengo conciencia o si no tengo sineidesis, la voz interior, me cierro al perdón de Dios. Porque, ¿Cómo me va a perdonar si no tengo conciencia de ello? Y, en segundo lugar, si yo no perdono, me cierro a ese perdón de Dios.
Por eso, hermanos, nos pone delante el Señor esta doble luz: ¡Despierta tu conciencia, aligérala de esas anestesias que hacen que pierda la sensibilidad! Y cuando uno sienta el perdón a de los pecados, es cuando uno nota la maravilla que es el perdón de Dios. ¡Es una delicia!
Y lo segundo es que yo perdone y me pregunte: “Dios mío ¿A quien tengo yo que perdonar?”. El perdón no anula la verdad. Yo puedo perdonar a la persona que me ha robado, pero tengo que seguir exigiéndole que me devuelva lo robado, que restituya.
Vamos a pensar en estas dos cosas, y empezando por el final, ¿Perdono realmente a mi enemigo? Dice san juan Crisóstomo, en el Comentario del evangelio de san Mateo, que el perdón al enemigo es lo que más nos asemeja a Dios. Lo que más te hace vivir la experiencia íntima de estar unido a Dios, es el perdón al enemigo, porque es donde se vive la más pura gratuidad.
Y la segunda, es la cuestión de la conciencia. ¡Dios mío! ¡La quiero tener despierta! Debemos tenerla despierta.
Hay un texto que nos puede ayudar para la meditación: Marcos 2,3-12. Es el texto en el que habla del paralítico que llevan sus amigos en la camilla, al que descienden por el tejado y cuando está delante del Señor le dice: “Hijo, tus pecados te son perdonados” (Mc 2,5). ¡Gran escándalo! Y, ¿saben que ocurre? Que ese es el mismo escándalo que nos pasa, porque no nos damos cuenta de que el perdón de Dios es un regalo extraordinario, que más vale el perdón de Dios que toda la salud del mundo.
El sacramento de la Confesión
Pero, claro, Cristo sabía lo que le decía. El sabía que lo que más le pesaba a aquel hombre no era la parálisis, y por eso le perdono los pecados. Es el alivio mayor. Ustedes lo habrán visto en la Confesión. Yo también: cómo le devuelves la vida a hombres y mujeres que vienen con el peso de sus pecados. Y es bellísimo. He tenido la experiencia de personas que llevaban muchos años sin confesar, incluso personas consagradas, y tras mucho tiempo despiertan su conciencia y deciden pedir perdón a Dios. ¡La cara de felicidad de esas personas es incomparable! Porque el perdón de Dios es incomparable.
Lo que hizo Cristo por aquel paralítico fue lo más grande que podía hacer, perdonarle sus pecados, pero la gente se escandalizó, porque no creían en el perdón de los pecados o porque decían que solo Dios podía perdonar. Entonces, Cristo dijo: “¿Qué es más fácil, decir al paralítico: ‘Tus pecados son perdonados’, o decirle: “Levántate, carga con tu camilla y anda?” (Mc 2,9). El milagro de devolver la salud es menor que el milagro de devolver la vida interior y eterna, la vida de la gracia, el ser templos del Espíritu Santo.
Por eso, lo que le estamos pidiendo a Dios es: “perdona mis pecados”, y además le decimos que nuestra disposición es buena, que yo también perdono y que tenemos conciencia de pecado. Yo perdono, perdona mis pecados, Señor.
Hermanos, ¡Qué maravilla pedir perdón a Dios por los pecados, poder tener experiencia del perdón de Dios! Cada vez que rezamos esta oración: “perdona nuestros pecados” inmediatamente tenemos que remitirnos al sacramento de la Confesión. Dios mío, perdónamelos allí. Tengo propósito de confesar y de acudir a tu sacramento de vida, que es la reconciliación.
Ayuda
Una de las ayudas más valiosas para formar la conciencia es el Catecismo de la Iglesia Católica. Cuando tengamos dudas de si algo es conforme a Dios, acudimos a la Doctrina y al Magisterio de la Iglesia. No acudamos a la primera pitonisa que nos va a decir lo que queremos escuchar. Esos no son amigos.
Otra manera de educar la conciencia es consultando a quien sabemos que nos puede dar luz. Recordemos: examen de conciencia sobre el estado de nuestra conciencia y sobre cómo la formamos. Y también de cómo formamos la conciencia de los demás. ¿Comunicamos en verdad la doctrina de Cristo o me he inventado mi propia moral o mi propia doctrina, diciendo lo que es bueno y malo según mi juicio?
Y junto a todo ello agradecer a Dios el don del perdón, agradecerlo, desearlo, anhelarlo.
¡Dios es el salvador y Cristo es nuestro redentor!