Ana María Ibarra/ Diana Adriano
Optar por la vida y defenderla desde su concepción hasta la muerte natural, es lo que mostraron con su testimonio quienes se hicieron presentes el pasado 8 de marzo en la Vigilia Ecuménica de Oración por la Cultura de la Vida.
Hoy, a unos días de que se celebre el Día de la Vida (Día del niño por nacer), en la festividad de La Anunciación del Señor, cada uno de estos testimonios representan un llamado claro a reflexionar sobre el importante papel que representa la mujer embarazada en el destino de la humanidad, y el valor de la vida humana considerada así desde la concepción, hasta la muerte natural.
Presentamos aquí algunos de los testimonios:
La transformación de Denisse
Denisse vivió una profunda crisis emocional cuando estaba embarazada de tres meses.
“Me pasó algo muy triste y doloroso que me hizo quedarme en silencio y perder mis cinco sentidos. Me diagnosticaron mutismo selectivo», relató.
Su madre, al no poder brindarle la atención necesaria debido a su trabajo, buscó apoyo en la Casa Mater Filius, una organización que acoge a mujeres embarazadas en situación de vulnerabilidad.
Al llegar a Mater Filius con casi siete meses de embarazo, Denisse presentaba una mirada ausente, movimientos torpes y una aparente desconexión con la realidad, “como si no comprendiera lo que estaba sucediendo”, explicó Denisse.
El equipo de la casa le proporcionó cuidados integrales, incluyendo alimentación, vestimenta y asistencia médica especializada. Además, recibió acompañamiento psicológico y psiquiátrico para ayudarla a enfrentar su situación.
El proceso de recuperación de Denisse fue lento y desafiante. A diferencia de otras mujeres en la casa, ella no participaba en actividades comunitarias ni en las labores diarias. Su seguridad era una prioridad, ya que su falta de conciencia sobre los peligros preocupaba a las voluntarias.
«No podía cuidarme por mí misma… me ayudaban en todo, hasta para bañarme o comer», recordó.
Y fue a través de esos gestos de amor y paciencia, como poco a poco Denisse fue respondiendo. Durante meses, voluntarios y amigos de Mater Filius realizaron oraciones y ayunos por su bienestar y el de su bebé. Y dado su estado, los médicos decidieron programar una cesárea. El milagro llegó el día del nacimiento de Nathan:
“Me cuentan que en el momento del parto dije una frase corta, y que cuando conocí a mi niño Nathan, empecé a llorar», relató emocionada Denisse.
“El período de lactancia se volvió otro milagro ante los ojos de todas las voluntarias que me cuidaban”, compartió.
A pesar de los avances, la recuperación de Denisse no fue inmediata y se gestionó apoyo con una asociación de familias de acogida que cuidó de Nathan mientras ella continuaba su proceso de sanación.
“Me citaban para verlo y alimentarlo y un día me lo entregaron”, contó.
Con el tiempo, Denisse logró reencontrarse con su hijo, retomó su independencia y hoy trabaja para brindarle una vida estable.
“Ahora ya tenemos una casa, él está en guardería y yo trabajo para que no le falte nada”, concluyó.
Aquí algunos fragmentos de otros testimonios presentados:
“En un momento de mi vida me encontraba mal económica y emocionalmente. Psicológicamente estaba muy inestable. Todo se tornó más difícil al saber que nuevamente iba a tener un bebé. Recién había perdido a mis papás. Esa noticia fue muy dura, me sentía incapaz. Pensé que no lo quería tener. En ese momento de desesperación encontré un lugar que me brindó información emocional, de salud y legal. Estando sentada, platicando sobre cómo yo estaba, se me hizo la pregunta si quería tener a mi bebé y algo dentro de mi dijo que sí. Mi hijo nació de 27 semanas y estuvo cuatro meses en el hospital. Cuando lo tuve, fue lo más maravilloso en mi vida. Él luchó, aunque me daban mal diagnóstico. Pero la voluntad de Dios es grande y él tiene la última palabra. Mi hijo tiene hidrocefalia, y estoy feliz con él, sacándolo adelante. Si estás pasando por una situación similar, no estás sola, debes agarrarte de Dios y pedir las fuerzas para salir adelante”.
Janeth, 23 años (testimonio del Centro de Ayuda a la Mujer Juarense)
“Desde el punto de vista médico, la defensa de la vida desde la concepción hasta la muerte natural se basa en varios principios éticos y científicos. Uno de los principales argumentos es que cada ser humano tiene un valor intrínseco y un derecho a la vida. Desde la concepción se considera que hay un potencial humano completo con capacidad de desarrollo. La mujer, cada mes, se prepara para ser mamá. No hay valor más importante que el valor a la vida. Cuando mi mamá tenía nueve meses de embarazo, yo era muy inquieto y le pegaba mucho cerca del corazón y mi mamá se desmayaba. Se reunieron un grupo de médicos y sugirieron el aborto, pero uno de los médicos dijo que no, que el niño seguiría creciendo y cambiaría de lugar. Mi mamá también dijo que no, que ella quería tener a su hijo. Gracias a mi mamá y gracias al médico. Es una bendición ser médico”.
Doctor José Ruíz/Laicos en Misión Permanente
¿Por qué la vida es un bien?
El encuentro entre católicos y evangélicos no fue solamente una serie de reflexiones, oraciones y testimonios pro vida, sino un anuncio de Jesucristo quien se presentó diciendo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 11). Él ha venido para hacernos partícipes del gran regalo de la vida: «Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia». La plenitud del evangelio de la vida fue preparada desde el Antiguo Testamento donde se muestra cómo Israel descubrió el valor de la vida a los ojos de Dios. Parecía que el exterminio era inminente por la amenaza de muerte del faraón de matar a los niños varones recién nacidos (Ex 1). Sin embargo, Dios se revela como salvador, capaz de asegurar el futuro. Así nació en Israel la conciencia de que la vida no está a merced de un faraón que puede usarla despóticamente.
El anuncio del evangelio de la vida llega a su plenitud con la encarnación de Jesucristo, quien vino a anunciar que toda vida humana, por precaria que sea, es preciosa ante los ojos de Dios: «Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio» (Mt 11). Esa es la Buena Nueva de Cristo: Dios se interesa por ti, tu vida es un bien, un regalo que el Padre custodia celosamente. Además, Jesús se hizo solidario con la condición precaria de la vida de los hombres: nació pobre, fue rechazado, perseguido a muerte y recibió la frialdad de los hombres cuando no había sitio para María y José en la posada. Sin embargo, en la vida del Niño Jesús resplandece toda la gloria de Dios porque en él está la salvación para toda la humanidad.
¿Por qué la vida es un bien? Porque la vida del hombre es diversa a la de las demás criaturas. El hombre es imagen y semejanza de Dios (Gen 1). La vida que Dios le ofrece al hombre es un regalo en el que Dios le comparte su vida divina. Y nuestra vida humana está llamada a trascender el tiempo para entrar en la eternidad de la vida con Dios: «Dios creó al hombre para la incorruptibilidad, lo hizo a imagen de su misma naturaleza» (Sab 2).
Lamentablemente el magnífico proyecto de Dios se oscurece por la irrupción del pecado en la historia. De ese modo el hombre no sólo desfigura la imagen de Dios en sí mismo, sino que sustituye las relaciones de comunión por actitudes de desconfianza, indiferencia y enemistad hasta llegar al odio homicida. Pero con la venida del Hijo de Dios en la carne, la imagen de Dios en el hombre vuelve a resplandecer: «Él es imagen de Dios invisible». La plenitud de la vida se da a quienes aceptan seguir a Cristo. En ellos la imagen de Dios es restaurada y llevada a la perfección. El plan de Dios para el hombre es que reproduzca la imagen de su Hijo (Rom 8). Sólo con el esplendor de esta imagen, el hombre puede ser librado de la idolatría, puede reconstruir la fraternidad rota y reencontrar su propia identidad.
Pbro. Eduardo Alfonso Hayen Cuarón/ Pastoral de la Vida