Francisco García Salinas/Sacerdote, párroco de San Juan Apóstol y evangelista, quien acompaña a Colectivos de familiares de personas desaparecidas
Hace algunos años acompañé a un grupo de madres buscadoras al Arroyo del Navajo, en el Porvenir, a menos de uno hora de distancia de Ciudad Juárez. Ese lugar fue convertido en un cementerio clandestino. Los restos de alrededor de veinticinco mujeres fueron encontrados allí.
Aquel día tuvimos una actividad para recordar y orar por las víctimas. En su participación, una de las madres dijo la frase con la que titulé este comentario. Y fue cierto, a ella como a otras familias, les entregaron un pedacito de su hija. Los restos quedaban allí en la soledad del desierto y en la resequedad del arroyo. La contundencia y el dolor de la frase salía de una madre desgarrada, sin pretensiones políticas ni periodísticas, sino solo de expresar lo que ella y sus compañeras sentían.
Cada mes, el primer sábado a las 11:00 am, celebramos una misa en la Misión de Guadalupe. Allí recordamos a las víctimas de ese cementerio, leemos sus nombres en la lista de los feminicidios. Siempre que lo hago recuerdo la frase de Susana: “Este arroyo lleva pedacitos de mi hija”. Cuando miré en la televisión las imágenes del rancho Izaguirre, la ropa, los zapatos, los artículos personales, los pedacitos de restos humanos, volví a recordar la frase. Pensé que este país está cargado de pedacitos de hijas, de hijos, de madres, de hermanas y hermanos, de esposos y esposas. Pedacitos sin nombre, pero al final pedacitos de alguien que ya no está entre nosotros y que reclama ser recordado completo, con nombre y rostro, con una familia y una historia, no como lo pretendieron los criminales, aniquilados y convertidos en nada. La polémica sobre el rancho y los restos encontrados se ha diversificado, la postura oficial minimiza el hecho, los grupos criminales exigen ser escuchados en su propia versión, los políticos opinan de manera personal sobre lo que nunca les ha afectado en su persona. Entonces a quién le vamos a creer. Dos cosas no podemos dudar, que la violencia crece y que lo hace como esos derrames de petróleo en el mar que van destruyendo todo a su paso. Segundo, el punto de vista de las víctimas, de aquellas personas que de manera particular han sido objetivo del poder destructor de personas y organizaciones criminales. La dificultad es que para escuchar a las víctimas hay que conocerlas, saber sus historias, conocer sus luchas. Digo dificultad debido a que hoy, la sociedad en general y los creyentes en particular, estamos muy metidos en nosotros mismos. Muy ocupados en nuestras propias preocupaciones. Por desgracia, estos acontecimientos como los del Arroyo del Navajo y los del rancho Izaguirre se multiplican en nuestro país. Las víctimas se multiplican en el país. La confusión se multiplica en el país. Quizá nos contentemos cuando nos digan que todo fue un montaje o que los grupos criminales solo se dedican a traficar con droga o que todo es parte de una lucha política. Por todo esto, necesitamos volver hacia las víctimas y escucharlas y aprender de ellas. Con seguridad muchas cosas buenas y muchas enseñanzas recibiremos de ellas.