Dr. Oscar Esparza del Villar/ Psicólogo, profesor investigador de la UACJ con abordaje en temas de violencia, salud y fatalismo
Los recientes hallazgos en Teuchitlán han generado una profunda conmoción en la sociedad mexicana. Desde una perspectiva psicológica y católica, es importante reflexionar sobre cuatro aspectos fundamentales que nos permiten comprender el impacto de estos hechos y cómo debemos responder ante ellos.
1.La indignación y la falta de acción previa
La aparición de restos humanos y pertenencias personales en Teuchitlán ha despertado un sentimiento generalizado de indignación, enojo y preocupación. Sin embargo, este nivel de conmoción debería haber surgido mucho antes, considerando que existen más de 120,000 personas reportadas como desaparecidas en México. La falta de pruebas concretas en muchos casos ha permitido que la sociedad se insensibilice ante la magnitud del problema. La realidad es que aún quedan miles de familias esperando respuestas, y esta indignación colectiva debe traducirse en una exigencia activa hacia las autoridades para que se haga justicia y se continúe con la búsqueda de desaparecidos. Es probable que se descubran más lugares similares, lo que refuerza la necesidad de una respuesta estructural y no solo reacciones esporádicas ante nuevos hallazgos.
2.El sufrimiento psicológico de las víctimas
El segundo punto de reflexión se centra en el horror que vivieron las personas que fueron llevadas a estos centros de exterminio. La tortura psicológica y física que experimentaron al presenciar la muerte de otros, sabiendo que su destino sería el mismo, es una muestra extrema del sufrimiento humano. La existencia de estos lugares en la actualidad resulta inconcebible, pues recuerdan épocas de genocidio y barbarie que la humanidad juró no repetir. Urge que las autoridades competentes actúen para localizar y erradicar cualquier otro sitio de tortura, violencia y muerte que aún persista. La impunidad con la que se han llevado a cabo estos crímenes es inaceptable y solo prolonga el dolor de quienes han perdido a sus seres queridos.
3.El duelo ambivalente de las familias
Uno de los efectos más devastadores de la desaparición forzada es el duelo ambivalente. Las familias de las víctimas quedan atrapadas en un estado de incertidumbre emocional, sin pruebas definitivas de vida o muerte. Esta ambigüedad impide el cierre emocional y prolonga el sufrimiento de manera indefinida. La posibilidad, por más mínima que sea, de que su ser querido aún viva impide a muchas familias aceptar su pérdida, generando un dolor persistente que afecta su bienestar psicológico y espiritual. Desde nuestra fe, es esencial acompañar y apoyar a estas familias, ofreciéndoles esperanza y consuelo, al mismo tiempo que exigimos justicia y verdad para que puedan encontrar la paz.
4.El impacto en las nuevas generaciones
Los constantes casos de violencia extrema en México dejan una profunda huella en la sociedad, especialmente en los jóvenes. La percepción de impunidad puede generar un sentimiento de desesperanza, donde se cree que nada mejorará y que la vida no tiene valor. Este cinismo puede llevar a algunos a normalizar la violencia y a otros a perder el sentido de propósito en la vida. En el peor de los casos, esta desesperanza se traduce en una negación del futuro, evitando compromisos como formar una familia o construir proyectos de vida. Como católicos, tenemos la responsabilidad de ofrecer un mensaje de esperanza y actuar como agentes de cambio, promoviendo la justicia y la reconciliación en nuestra comunidad. Ante estos hechos, es crucial que no permitamos que la violencia nos robe la fe y la esperanza en Dios. Más que nunca, debemos fortalecer nuestra vida cristiana y apostolado, asegurándonos de que nuestra respuesta no sea solo emocional, sino también activa y transformadora. La memoria de quienes han sufrido estas injusticias debe impulsarnos a construir una sociedad más justa y humana, guiada por los valores del Evangelio.