Continuamos esta serie de reflexiones sobre las virtudes cardinales, en las que se construyen las relaciones humanas y el orden social.
Pbro. Juan Carlos López/ teólogo moral
1.Introducción
Dice José-Román Flecha que no es fácil precisar el sentido de la virtud de la fortaleza. Con mucha frecuencia es tan confundida con la dureza y la altanería. Nosotros, por nuestra parte, aprovechemos la reflexión que Francisco Fernández Carvajal hace del texto de Mt 26, 30-35, con la que comienza hablando de la virtud que nos ocupa este domingo:
Después de la Última Cena, Jesús y sus discípulos salieron hacia el huerto de los Olivos. Por el camino, Jesús predice a Pedro y a los demás que, esa noche, todos –de una forma u otra- le negarán, dejándolo solo… “Nos enseña aquí el Señor –comenta San Juan Crisóstomo – a comprender cómo eran los discípulos antes de la cruz y como fueron después. Porque los que no fueron capaces de mantenerse en pie al ver al Señor crucificado, después de su muerte fueron todo fervor y más duros que el diamante” (Hom. sobre S. Mateo 82, 2). Antes confiaban sólo en sus fuerzas y cayeron, después confiaron sobre todo en su Señor y se mantuvieron fieles hasta la muerte. Se hicieron tan fuertes “como el diamante”.
- Definición y sentido de la fortaleza
También la virtud de la fortaleza mereció muchas veces la atención de los autores clásicos. Para Aristóteles, la fortaleza, o valentía, se sitúa en un término medio entre el miedo y la temeridad. Cicerón por su parte, presentaba la fortaleza como la virtud que afronta los peligros y soporta los trabajos. En otra ocasión la describe como la asunción del peligro y el aguante en los trabajos.
La literatura cristiana no se alejó demasiado de aquellas definiciones, aunque le otorgó un alcance más alto afirmando que su fuente está en Dios. Bástenos dos ejemplos. Primero, la siguiente afirmación de san Juan Crisóstomo: “Habiendo Dios dotado a los demás animales de velocidad en la carrera, o la rapidez en el vuelo, o de uñas, o de dientes, o de cuernos, sólo al hombre lo dispuso de tal forma que su fortaleza no podía ser otra que el mismo Dios: y esto lo hizo para que, obligado por la necesidad de su flaqueza, pida siempre a Dios cuanto pueda necesitar”.
En segundo lugar, leamos a santa Teresa que nos recuerda que la fortaleza es para ganar el cielo y huir del infierno: “Siendo yo sierva de este Señor y Rey, ¿qué mal me pueden ellos hacer a mí?, ¿por qué no he yo de tener fortaleza para combatir con todo el infierno? (Santa Teresa, Vida, 25, 20).
La fortaleza es imprescindible para que el hombre se mantenga sereno ante las zancadillas de los demás. Es absolutamente necesaria para poder ejercer el señorío sobre uno mismo. Y se precisa de esta virtud para que el ser humano pueda mantenerse fiel ante su Dios.
- Teología de la fortaleza
En la Suma Teológica de santo Tomás de Aquino la fortaleza es considerada como una virtud, en cuanto hace bueno al ser humano, al ayudarle a superar los obstáculos que, ante la amenaza de una dificultad, tienden a apartar a la voluntad, del empeño por alcanzar un fin bueno. Así que la fortaleza se ocupa del temor ante las cosas difíciles, que pueden impedir que la voluntad obedezca a la razón, y además pone en ejercicio la virtud de la audacia para superar esos peligros.
La fortaleza se hace presente en dos actos fundamentales: atacar y resistir. Unas veces hay que atacar para la defensa del bien, reprimiendo a los enemigos, y otras será necesario resistir con firmeza sus asaltos para no retroceder un solo paso en el bien conquistado. De estos dos actos, el más propio de la virtud de la fortaleza es el de resistir, según señala santo Tomás, y es también el más difícil.
En el Concilio Vaticano II se encuentran algunas referencias a esta virtud, en cuanto cualidad humana y en cuanto virtud, otorgada por el Espíritu de Dios para el recto ejercicio de la vida cristiana.
La Lumen Gentium nos recuerda que los fieles, “por el sacramento de la Confirmación se vinculan más estrechamente a la Iglesia, se enriquecen con una fortaleza especial del Espíritu Santo, y de esta forma se obligan con mayor compromiso a difundir y defender la fe, con su palabra y sus obras, como verdaderos testigos de Cristo (LG 11). La misma virtud es igualmente necesaria a los pastores de la Iglesia, para que “cumplan con su deber ministerial, santamente y con entusiasmo, con humildad y fortaleza…” (LG 41).
Pero la virtud de la fortaleza será igualmente necesaria en la familia, en medio de los momentos de soledad; para la vivencia del auténtico amor conyugal y en toda la estructura de la vida familiar que de este amor nace, sin dejar de lado los demás fines del matrimonio (Cfr GS 48-50).
- Fortaleza y responsabilidad moral
El cristiano, a la luz del Evangelio, es consciente de que la fortaleza sólo es virtud cuando se inserta en la dinámica del seguimiento de Cristo y cuando está al servicio de la fidelidad al mensaje del Reino de Dios. Esta virtud nos recuerda, por sí misma la situación ambigua de este mundo, en el que conviven el mal y el bien. De ahí que la fortaleza parezca íntimamente vinculada a la fe en la obra de Cristo. Los cristianos sabemos que sigue siendo necesaria la fortaleza, no para dominar a los demás, sino para dominar el mal que encuentra cómplices en el hombre mismo.
Como todas las demás virtudes morales, la fortaleza es al mismo tiempo don de Dios, que se ha de suplicar en la oración – como dice san Teresa: “cuando estaba en la oración, veía que salía de allí muy mejorada y con más fortaleza” – y tarea esforzada por parte del hombre que se manifiesta y ejercita en la acción de cada día, sobre todo, en los gestos de paciencia y de mansedumbre.
- Conclusión
Quisiera concluir la reflexión de hoy citando a san Juan Crisóstomo en su homilía antes de ser exilado. “Muchas son las olas que nos pone en peligro, y una gran tempestad nos amenaza: sin embargo, no tememos ser sumergidos porque permanecemos de pie sobre la roca. Aun cuando el mar se desate, no romperá esta roca; aunque se levanten las olas, nada podrán contra la barca de Jesús. Díganme, ¿qué podemos temer? ¿La muerte? Para mí la vida es Cristo, y la muerte una ganancia. ¿El destierro? Del Señor es la tierra y cuanto la llena. ¿La confiscación de los bienes? Nada trajimos al mundo, de modo que nada podemos llevarnos de él. Yo me río de todo lo que es temible en este mundo y de sus bienes. No temo la muerte ni envidio las riquezas. No tengo deseos de vivir, si no es para el bien espiritual de ustedes. Por eso, les hablo de lo que sucede ahora exhortando su caridad a la confianza”.