“Toda la vida del Papa estaba centrada en este propósito de aceptar subjetivamente como suyo el centro objetivo de la fe cristiana – la enseñanza de la salvación – y de permitir a otros aceptarlo”. Así escribe Benedicto XVI en una carta para el centenario del nacimiento de San Juan Pablo II. “Gracias a Cristo resucitado, la misericordia de Dios es para todos”, recuerda el Papa emérito, y “todos deben saber que la misericordia de Dios al final se revelará más fuerte que nuestra debilidad”.
“Aquí – observa Ratzinger – debemos encontrar la unidad interior del mensaje de Juan Pablo II y las intenciones fundamentales del Papa Francisco: al contrario de lo que se dice a veces, Juan Pablo II no es un rigorista moral. Demostrando la importancia esencial de la misericordia divina, nos da la oportunidad de aceptar las exigencias morales impuestas al hombre, aunque nunca podamos satisfacerle plenamente. Nuestros esfuerzos morales se emprenden a la luz de la misericordia de Dios, que se revela como una fuerza que cura nuestra debilidad”.