Pbro. Víctor Fernández
Con este Domingo llegamos al final del tiempo ordinario y estamos a la puerta del tiempo de cuaresma, un tiempo que nos llevara siete semanas de preparación para la gran celebración de la Pascua y poder llegar, reconciliados con Dios, con uno mismo y con los hermanos.
De hecho, ya este Domingo el Evangelio de San Mateo, continuando con el tema de las bienaventuranzas nos invita a reflexionar sobre el tema de la “perfección”, un gran reto para todo buen cristiano, un desafío en nuestro tiempo, donde la perfección se cree que no es de este mundo. Pero sería bueno preguntarnos: ¿Qué entendemos perfección? Más aun por perfección evangélica.
La idea más común que tenemos por perfección es la de jamás cometer errores, nunca equivocarse, nunca fallar. Digamos que, como criterio humano, esto es correcto y literalmente imposible de vivir en este mundo, pero esa no es a la perfección a la que nos invita el evangelio. La medida que propone el evangelio, para ir valorando el grado de perfección del cristiano, es el “perdón”. Creo que era necesario que el mismo Cristo nos lo revelara y nos lo dijera de manera clara, “amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen…” Mt. 44.
Entonces, ¿Cómo vivir esta palabra de Dios? Jesús nos dice que el mal y el odio solo se pueden vencer confrontándolos con el amor, la oración y el perdón, así se vence la antigua ley del talión (“ojo por ojo y diente, por diente”). La única forma de erradicar el mal es eliminarlo inmediatamente en cuanto aparece, y tener siempre presente que el mal no se vence con otro mal, al contrario, se aumenta y se fortalece, solamente el bien, fundamentado en el amor y el perdón vence al mal.
Solo el amor renueva el corazón, nos da ojos de compasión y comprensión por los errores de los demás, nos hace inclinarnos por la misericordia ante las necesidades de los demás, incluso si nos hecho algún mal. Hay que tener muy presente que Jesús es para nosotros cristiano el modelo perfecto a seguir, que desde la cruz perdono a quienes lo crucificaban (Lc. 23,34).
Aunque es difícil, el perdón y la oración por los perseguidores, esto es lo que caracteriza nuestra vida cristiana y hace que nuestra configuración con Dios sea más plena, siempre tenemos que pedirle a Dios que nos de las fuerzas para perdonar las ofensas y la sabiduría para su evangelio de misericordia.