Jesús dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer?
Entré en tu casa y tú no derramaste agua sobre mis pies;
en cambio, ella los bañó con sus lágrimas
y los secó con sus cabellos. (Lc 7,44)
Mónica Astorga es una religiosa carmelita descalza que acompaña en Argentina a un grupo de travestis y transexuales. Gracias a la ayuda de la religiosa, los travestis han dejado la prostitución y las adicciones para iniciar su recuperación e inserción social. Fue un travesti llamado Romina quien tocó a las puertas del monasterio carmelita para dar su diezmo. Ahí conoció a sor Mónica, quien la invitó a rezar. De esa manera el travesti abrió su corazón y mostró los dolores y traumas de su vida.
Romina comenzó a invitar a otros travestis a acudir a orar con la religiosa. Ella les preguntó en una ocasión cuáles eran sus sueños. Dijeron que querían ser peluqueras, cocineras o abrir su propio negocio. Uno de ellos dijo que deseaba conseguir una cama limpia para morir porque sabía que el promedio de vida de los travestis es de 40 años.
“Si uno quiere ser el primero, que sea el último y el servidor de todos”, dice Jesús en el evangelio. Su propuesta es revolucionaria. Tan revolucionaria que una monja de clausura se ha puesto a servir a un grupo social –los travestis–, que la sociedad y muchos católicos vemos como gente perdida. Lo increíble es que millones de cristianos a través de los siglos hayan aprobado estas palabras de Jesús y se hayan puesto a servir a los más pobres. Eso sólo puede hacerlo Dios.
Pero eso no le ha importado a sor Mónica, quien contactó a Cáritas y al obispo de su diócesis. Empezó así un proyecto de peluquería y una cooperativa de costura. Más tarde se rehabilitó una casa que hoy les sirve como hospedería de otros travestis de la calle y lugar de reunión. Tienen reuniones periódicas de oración. Cuenta la monja: “Verlas rezar y pedirle al Señor paz, alegría y más cosas sólo puede entenderse viéndolo. Te das cuenta que tratas con seres humanos, no con animales, como muchas veces se los trata. Para mí es muy edificante verlos rezar, y creo que el nivel de oración de ellas no se compara con el mío”.
¿Alienta sor Mónica la prostitución de esas personas? Hay católicos que se indignan por el trabajo apostólico de la religiosa. Sin embargo ella confiesa: “Yo hago esto desde la fe. Trato de meter a Dios en sus vidas, que se sientan amadas por Dios. Les ayudo a que se sientan amadas por Jesús, que lo vean como un amigo, que las quiere como son… A mí me han dicho por qué había de meter travestis en la Iglesia, pero la Iglesia es para todos. ¿Jesús, con quién estuvo? ¡Con pecadores! Lo que me importa es que vivan dignamente, que no tengan necesidad de pasar las noches con frío, con temperaturas bajo cero. Lo que ofrezco es un espacio para rezar, para encontrar una salida laboral, y lo demás es juicio de Dios, que sé que es muy misericordioso”.
La religiosa argentina asegura que el mismo papa Francisco le escribió una carta en la que le pedía que no abandonara ese apostolado ‘de puntera’ que le puso el Señor, y le ofreció acompañarla en lo que necesite. También el papa les dijo que no las juzgaba, que las quería y que superan que Jesús y María las quieren mucho.
Hay personas que buscan a Dios en los libros, con el intelecto. Quieren demostraciones racionales, analíticas de la existencia divina. Ellos podrán aproximarse, si acaso, a un concepto frío de la existencia de Dios. Pero Dios va mucho más allá de esa lógica porque Dios es amor. Y es amor humilde. La humildad no permite mirar a nadie desde lo alto hacia lo bajo. Así es Dios, así es Jesús, Dios hecho hombre. En la escena de la Última Cena, mientras lavaba los pies a sus apóstoles, Jesucristo les miraba desde lo bajo hacia lo alto. Con razón dice Comastri que “El hombre busca a Dios en la luna mientras que Dios está lavándole los pies”.
Así sucede con sor Mónica quien decidió lavar los pies a los travestis. Ella se conmueve ante el fervor de sus oraciones, o cuando los ve tomar tragos de agua bendita para que Dios les dé la fortaleza para derrotar al diablo, para vencer la tentación de venderse en la calle. Necesitamos toda una vida para entender el amor y la humildad. Esta es la vida cristiana.