Con esta reflexión concluimos la serie sobre el jubileo de los 500 años de evangelización en México, una gran fiesta de la fe católica en el Continente de la que hemos podido aprender sobre los inicios del cristianismo en el territorio hoy conocido como México.
Pablo Castellanos López/ Cisav
En el recién concluido agosto se cumplieron 500 años de la caída de la Gran Tenochtitlan en manos de los ejércitos comandados por Hernán Cortés. En este tiempo ha venido quedando claro que no se trata de una celebración, sino de una conmemoración, es decir, de recordar, hacer memoria y reflexionar sobre su significado.
Esto es un gran reto por diversas razones. En primer lugar, porque hay una nube de prejuicios, pasiones y deformaciones de aquellos hechos, que ha venido enturbiando nuestra conciencia histórica a lo largo de los últimos siglos; y, en segundo lugar, porque se trata de un hecho complejo que no se puede abordar de manera simplista.
No vamos a entrar a analizar ahora todos esos prejuicios que varios estudiosos denominan los mitos de la conquista ( Restall, M., 2004).
Complejidad de un proceso
La caída de la Gran Tenochtitlan fue un hecho fundamental de la conquista del territorio de lo que llegó a ser la Nueva España, conquista que fue un largo proceso que no terminó sino hasta bien entrado el siglo XVIII y en cierto sentido hasta el XIX. Hay que recordar que México no es la Ciudad de México. El país está conformado por regiones distintas que al comienzo del siglo XVI eran habitadas por pueblos diversos.
Los mismos conquistadores no eran un grupo homogéneo. En 1519 venían con Cortés italianos, griegos, judíos, africanos y españoles, que no eran sólo extremeños; tenían diferentes intereses y actitudes. Y así fue en las sucesivas oleadas de conquistadores y colonizadores que llegaron a lo largo de las siguientes décadas, y a lo largo de varios siglos. Es importante señalar además que en aquel momento los intereses de Cortés y los demás conquistadores eran también distintos a los de la Corona.
Superemos el centralismo
No todos los conquistados se consideraron vencidos. Varios grupos de pueblos indígenas se asumieron también como vencedores y participaron en expediciones y en la fundación de nuevos poblados a lo largo del territorio (Huereca, Raquel, 2019). Acostumbrados a las guerras y las alianzas, las continuaron con los españoles en contra de los aztecas. Para muchos pueblos originarios, que los mexicas hubieran sido vencidos, fue considerado como una liberación, ya que habían sido dominados y asolados por ellos, y estaban cansados de ser obligados a entregar tributos en bienes, servicios y personas para los sacrificios humanos.
La constante de la guerra
Es un lugar común que los españoles que llegaron con Cortés venían de un largo periodo de guerras de reconquista contra los musulmanes que habían invadido y conquistado casi toda la península ibérica, pero no eran un ejército, sino campesinos, hidalgos, artesanos que venían movidos por ambición y deseos de gloria y fortuna al modo renacentista.
Por su parte, los mexicas eran un pueblo orientado a la guerra y experimentados en las luchas de conquista y control de un vasto territorio. Y, desde luego, la conquista fue un choque cruento entre los conquistadores españoles y los pueblos y la cultura mexicas. Los penúltimos invasores del altiplano que habían llegado del norte (nahoas), a su vez se confrontaron con los invasores que llegaban del oriente (españoles).
Es bien sabido que la caída de la Gran Tenochtitlan y Tlatelolco no fue posible sino por la numerosa participación de guerreros de pueblos indígenas sojuzgados por los aztecas. Y también es cierto que los españoles traían algunas armas de fuego, muy pocas y rudimentarias, y espadas y armaduras de acero, algunos caballos y perros que utilizaban como armas. Pero no fue esto lo determinante en las batallas, sino el numero de guerreros indígenas que se aliaron a Cortés, y la estrategia que las circunstancias facilitaron a los invasores europeos.
La parte por el todo
La ciudad fue sitiada, atacada y en buena medida destruida. Después reedificada con el material de sus ruinas. La guerra no estuvo exenta de crueldad, pero no fue una guerra de exterminio. La derrota de los mexicas más que un derrota militar fue una derrota simbólica que tuvo gran repercusión sobre los demás pueblos del centro del país. Pero esto no significó de inmediato la conquista de todo el territorio. Tal pretensión siguió siendo una tarea en que participaron también españoles e indígenas de diferentes pueblos y culturas.
Otro hecho de enorme trascendencia fue la gran hecatombe que produjo la llegada de enfermedades que no existían en este territorio. Las enfermedades del viejo mundo (Europa, Asia y África) llegaron a nuestro continente y causaron una impresionante mortandad; se calcula que en aproximadamente siglo y medio pereció algo más del 85% de la población indígena que habitaba estas tierras.
La gestación de un pueblo nuevo
La cultura nahua sufrió un impacto difícil de ponderar, los que lo vivieron lo sufrieron como una herida mortal. La cultura de los demás pueblos también quedó afectada por el contacto con la cultura de los conquistadores. Bajo la hegemonía de la cultura europea, el proceso de encuentro de culturas fue lento y difícil, pero de él surgió una nueva realidad difícil de caracterizar en su unidad y pluralidad.
El crisol de reconciliación y gestación de un pueblo nuevo fue el proceso de evangelización que iniciado por los frailes misioneros, tuvo en el acontecimiento guadalupano su eficacia y concreción. Aún en este rubro las cosas fueron complejas y no se deben simplificar, la llamada “conquista espiritual” no es lo mismo que la evangelización de los pobladores de estas tierras, aunque en cierta manera los dos procesos se tocaron.
“Mexicano” es un término análogo, se predica de muchas maneras, en parte igual y en parte distinta, más distinta que igual (Beuchot, M. 1997). No me refiero a la nacionalidad oficial o legal, sino a maneras distintas de participar en una cultura e historia comunes, pero no de la misma manera. Tener conciencia de ello es lo que nos constituye como nación con unidad, pero sin homogeneidad.
Historia vs condenas y apologéticas
Los investigadores y estudiosos que han venido quitando las telarañas de la historia oficial -que desde el siglo XIX se volvió un aparato ideológico para legitimar al poder en turno- han puesto al descubierto y a la mano investigaciones, publicaciones, coloquios que nos ayudan a tener una aproximación más objetivo de los hechos. La tarea ha sido ayudada por notables historiadores extranjeros, ingleses, norteamericanos, franceses, etc., que desde otras perspectivas han ayudado a superar las polémicas que nos presentan la historia en blanco y negro, al modo maniqueo, como lucha entre buenos y malos.
Tales estudios han ayudado a tomar perspectiva y a ver nuestra historia enmarcada en procesos históricos más amplios y de larga y mediana duración. Esto ayuda a contextualizar los hechos y a superar los anacronismos que inducen a juzgar los acontecimientos pasados como si fueran hechos realizados con criterios y contextos actuales.
Nuevos horizontes
Ya no es tiempo de manipular la historia para encontrar siempre en el pasado a los culpables de nuestros errores y fallas del presente. Ni para revivir y profundizar divisiones y heridas del pasado que en lugar de volver abrir hay que acabar de cicatrizar. Las vidas personales que se entrecruzan y van formando el drama de la historia no nos son transparentes y fáciles de interpretar. La suma de libertades ejercidas no tiene por resultante la necesidad ni determinan unívocamente el presente. Pero tienen consecuencias y tendencia inercial; hay que asumirlas con responsabilidad y creatividad como una herencia que hay que recibir con gratitud, actitud crítica y libertad.
No se puede cambiar el pasado, volver a él, o simplemente negarlo; pero hay que conocerlo lo mejor posible y asumirlo para poder superarlo, en el sentido de ir más allá, sin destruir los cimientos que puedan soportar la construcción de un mejor futuro.
Esta es una tarea para ésta y las próximas generaciones, el primer paso es volver a mirar la historia sin filtros ideológicos y sin intención de manipularla. La historia no justifica ni legitima a nadie, lo que nos justifica y legitima son nuestras acciones presentes con responsabilidad hacia las generaciones futuras.
Referencias:
Beuchot, Mauricio. Tratado de hermenéutica analógica, Cd. México, UNAM, 1997.
Huereca, Raquel, López Mora, Rebeca, en Coloquio La idea de la conquista, una construcción cultural 2, Ciudad de México. INHERM, 2019.
Lockhart, James, Schultz, S.B. América Latina en la Edad Moderna, AKAL, 1992, Madrid.
Restall, Mattheu, Los siete mitos de la conquista española,. Madrid, Paidós, 2004.