En este año, se cumplen 90 años de la publicación de la encíclica Quas primas en la cual se instituye la fiesta de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo. Es un buen momento para reflexionar en qué consiste la realeza de Cristo.
“Mi reino no es de este mundo” (Jn 18, 36) es la respuesta que da Jesús a Pilato cuando éste le pregunta ¿Eres tú el Rey de los judíos? Cómo interpretar estas palabras de Jesús. El Papa Benedicto XVI nos da claridad sobre este pasaje bíblico. El reino del que habla Cristo de ninguna manera es un reino político, no es un reino que dependa de las solas fuerzas humanas. La realeza de Cristo no consiste en el dominio, consiste en la verdad, así lo hace saber Jesús a Pilato cuando responde: “Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad” (Jn 18, 37). ¡Qué respuesta tan incomprensible para la lógica humana! Un reino que no depende del poder, de la dominación del otro, sino de la verdad -tan incómoda en nuestro tiempo.
Entonces ¿en qué consiste la realeza de Cristo? ¿De cuál testimonio de la verdad habla? La realeza de Cristo consiste en una nueva realeza, nos dice Benedicto XVI, en la de Dios.
Jesús ha venido al mundo para dar “testimonio de la verdad de un Dios que es amor y que quiere establecer un reino de justicia, de amor y de paz” (Benedicto XVI, Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo. Domingo 25 de noviembre de 2012); es decir, es un reino que consiste en el servicio para alcanzar aquellas condiciones. Aquí encontramos la respuesta a la interpretación de la cita con la que abrimos el párrafo anterior, el reino de Cristo no es un reino que nace en la tierra, nace en el cielo, es divino y por lo tanto, es reino un preparado para toda la eternidad. De aquí que su reino no sea de este mundo; pero en este mundo podemos tener una probada de él viviendo los principios evangélicos.
Podemos ir viviendo el Reino de Cristo en los pequeños detalles, así nos lo ha hecho saber el mismo Renio en persona, Cristo, y así ha vivido él, de pequeños detalles que han logrado transformar el mundo. Estos detalles se han señalado en las Parábolas del Reino que aparecen en el evangelio de Mateo en el capítulo 13: la del el tesoro escondido, la del trigo y la cizaña, la del grano de mostaza, etc. Me quiero quedar con esta última y relacionarlo con uno de los principios que aparecen en la Evangelii gaudium: el tiempo es superior al espacio.
Trabajar por la justicia, por el amor, por la paz, por el bien común, por el Reino de Cristo en ocasiones parece no tener sentido al no ver resultados inmediatos; sin embargo, nuestras acciones por hacer difusivo el bien son como el grano de mostaza, son así de pequeñas, parecen no tener trascendencia, pero cuando desarrollan una acción en cadena llegan a crecer de tal manera que se convierten en ese arbusto que anida las buenas voluntades que luchan constantemente porque que Cristo reine en nuestra sociedad, en los corazones de todas las personas. No caigamos en “darle prioridad al espacio lleva a enloquecerse para tener todo resuelto en el presente, para intentar tomar posesión de todos los espacios de poder y autoafirmación” (Evangelii gaudium, 223), al contrario, seamos pacientes no nos dejemos dañar por la cizaña.
Quiero cerrar con uno de los gritos con el que murieron cientos de mártires mexicanos y por medio del cual ganaban la indulgencia plenaria antes de ser asesinados, a ellos en su tiempo les tocó dar una batalla corporal para mantener viva la esperanza del Reino de los cielos, a nosotros nos toca una batalla de carácter intelectual. Que nuestra vida sea un constante grito de: ¡Viva Cristo Rey!