La Casa del Migrante en Ciudad Juárez, unida a la comunidad de la Provincia Eclesiástica de Chihuahua, se une en oración y solidaridad por las víctimas del trágico accidente ocurrido el pasado 4 de noviembre en Hidalgo del Parral, donde un tráiler que transportaba migrantes en condiciones inhumanas se volcó, dejando personas fallecidas y lesionadas. Elevamos nuestras plegarias por quienes perdieron la vida y por sus familias que hoy lloran su ausencia.
Ante este hecho doloroso, queremos expresar nuestra profunda preocupación por las palabras de autoridades gubernamentales, señalando que Chihuahua no es santuario para ellos y que es preferible que cambien su ruta. Estas expresiones nos entristecen y nos obligan a recordar que la dignidad humana no tiene fronteras ni condiciones legales. Cada persona, independientemente de su origen o situación migratoria, merece ser tratada con respeto y compasión.
Más allá de las posturas políticas, vemos una preocupante indolencia ante el sufrimiento de nuestra sociedad. No podemos acostumbrarnos a la violencia, a la pobreza ni al desprecio por la vida.
Como cristianos, estamos llamados a clamar al cielo por la paz, a abrir los ojos ante la realidad que vivimos y a educar a nuestros hijos en el amor al prójimo. El dolor ajeno también debe dolernos a nosotros.
Vivimos en un país donde la violencia se ha vuelto un rostro cotidiano, donde los asesinatos, desapariciones, extorsiones y el miedo parecen formar parte del día a día. Pero no podemos aceptar esto como algo normal. No fuimos creados para vivir con temor, sino para construir comunidades de amor, justicia y esperanza. La violencia no puede tener la última palabra sobre nuestro pueblo.
¡Ya basta! No podemos seguir siendo espectadores silenciosos. Es urgente despertar las conciencias, exigir justicia y promover la reconciliación. Lo natural del ser humano es buscar la paz y la armonía, tender la mano y no empuñar el puño. Cada acción de bondad, cada palabra de verdad y cada gesto de misericordia son semillas de paz que pueden transformar nuestra realidad.
Así como el buen samaritano no pasó de largo ante el herido en el camino, hoy se nos pide detenernos, mirar con compasión y actuar con justicia. México necesita corazones sensibles y manos solidarias que reconstruyan el tejido social roto por la indiferencia.
Con respeto a nuestras autoridades, pero con firmeza evangélica, exhortamos a todos-familias, comunidades, organizaciones y servidores públicos a trabajar juntos por una sociedad más humana, justa y fraterna, donde la vida y la dignidad de toda persona sean verdaderamente sagradas.
Pidamos a Dios que nos conceda la gracia de la paz y la valentía de la compasión.
Francisco Bueno Guillén, director Casa del Migrante en Juárez


































































