Con este artículo iniciamos una serie sobre la salvación, tomando el término con alusión a alcanzar la Gloria Eterna ir al Cielo, es decir, reflexionaremos sobre la salvación del alma, que no es otra cosa que la consecución de la Gloria Eterna.
Pbro. Antonio Royo Marín, OP/ Teólogo
Salvarse equivale a librarse para siempre del terrible riesgo de la condenación eterna. El hombre que muere en gracia de Dios y consigue la Gloria Eterna se ha salvado, o sea, se ha liberado para siempre del mayor y más terrible riesgo que le amenaza mientras vive en este mundo: Perder su alma para toda la eternidad. El alma que se desprende del cuerpo en gracia de Dios queda para siempre conformada en gracia y en adelante nada tiene que temer: la dicha y la felicidad suprema que ha logrado le pertenece para siempre. En esto consiste la Salvación Eterna.
Es precioso examinar ante todo la gran importancia de la salvación del alma para convencernos de la necesidad de salvarla a toda costa y al precio que fuere.
Hecho indiscutible
Ante los ojos de cualquier observador imparcial, en el mundo moderno puede apreciarse con toda claridad un hecho indiscutible: el alejamiento cada vez más de la creencia en Dios y prácticas religiosas.
Aún en las naciones de mayor solera y raigambre religiosa, el porcentaje de los que practican los deberes más elementales de la vida cristiana -misa dominical, recepción de sacramentos, etcétera- es verdaderamente lamentable. Es este cerrar completamente los ojos al ambiente que nos rodea, o vivir en absoluto de espaldas a la realidad, para no darse cuenta de este hecho tan cierto como aterrador.
Necesidad de reflexionar
La mayoría de los hombres viven enteramente olvidados de Dios porque no se han planteado nunca el problema formidable de la salvación eterna.
Cualquier espíritu reflexivo que se detenga un instante a ponderar su trascendencia soberana, no puede menos de sentir una impresión profunda, que puede ser decisivamente orientadora en la marcha general de su vida. Escuchemos al sentido común hablando en castellano por boca del inmortal Balmes:
“La vida es breve, la muerte, cierta: de aquí a pocos años, el hombre que disfrute de la salud más robusta y lozana habrá descendido al sepulcro y sabrá por experiencia lo que hay de verdad en lo que dice la religión sobre los desatinos de la otra vida. Si no creo, mi incredulidad, mis dudas, mis invectivas, mis sátiras, mi indiferencia, mi orgullo insensato no destruyen la realidad de los hechos: si existe otro mundo donde se reserven premios al bueno y castigos al malo, no dejará ciertamente de existir porque a mí me plazca el negarlo; y, además, esta caprichosa negativa no mejorará el destino que según las leyes eternas me haya de caber. Cuando suene la última hora será preciso morir y encontrarme con la nada o con la eternidad. Este negocio es exclusivamente mío, tan mío como si yo existiera solo en el mundo: nadie morirá por mí, nadie se pondrá en mi lugar en la otra vida, privándome del bien o librándome del mal. Estas consideraciones me muestran con toda evidencia la alta importancia de la religión; la necesidad que tengo de saber lo que hay de verdad en ella.
Un viajero encuentra en su camino un río caudaloso; le es preciso atravesarlo, ignora si hay algún peligro en este o aquel vado. El insensato dice: “¡Qué me importan a mí esas cuestiones!” y se arroja al río sin mirar por dónde. He aquí el indiferente en materias de religión”.
Son legión, por desgracia, los que proceden en materia tan grave en la forma irreflexiva y absurda que Balmes acaba de denunciar. La mayoría de la gente no piensa ni reflexiona en el magno problema de la salvación, El resultado es una vida del todo mundana y pecaminosa que pone en grave riesgo los destinos supremos de su alma. Muy otra sería su conducta si poderaran un poco la trascendencia sin igual de la sentencia de Nuestro Señor Jesucristo que a tantos ha detenido en su loca carrera hacia el abismo: ¿Qué le aprovecha al hombre ganar el mundo entero si al cabo pierde su alma? (Mt. 16,26).
Trascendencia del problema
He aquí cómo expone San Alfonso María de Ligorio la importancia soberana de la salvación del alma en su celebrada obra ‘Preparación para la muerte’:
‘El negocio de la eterna salvación es, sin duda, entre todos el que mis nos importa, y, sin embargo, entre los cristianos es el más descuidado. No hay diligencia que no se haga ni tiempo que no se aproveche para obtener un empleo, para ganar un pleito o para concertar un matrimonio. ¡Cuánto consejos se piden! ¡Qué de medidas se toman! No se come, apenas se duerme; y para alcanzar la salvación eterna ¿qué se hace? ¿Cómo se vive? No se hace nada; antes por el contrario, se hace todo para ponerla en peligro. Y la mayor parte de los cristianos viven como si la muerte, el juicio, el infierno, el paraíso y la eternidad no fueran verdades de fe, sino fábulas inventadas por los poetas. Si se pierde un proceso o se destruye una cosecha, ¡qué de angustias no se sienten y cuántos trabajos no se emplean para reparar el daño! Si se pierde un caballo, si se extravía un perro, ¡qué de diligencias no se hacen para dar con él Se pierde la gracia de Dios, y se duerme, y se goza, y se ríe.
¡Cosa asombrosa! Todos se avergüenzan de pasar por negligentes en los negocios del mundo, y nadie se corre de ser descuidado en el negocio que más importa: en el de la salvación.
Dice San Pablo, ‘vosotros, hermanos míos, atended solamente al gran negocio que traéis entre manos, al de vuestra salvación eterna, que entre todos es el que más importa. Os rogamos, hermanos, que os cuidéis de vuestro negocio’ (1 Tes. 4,11).
Un Negocio importante
Estemos bien persuadidos que la salvación eterna es para nosotros el negocio más importante, el negocio único, el negocio irreparable si en él fallamos.
Es, sin duda, el negocio más importante, porque es el que trae mayores consecuencias, pues se trata del alma, y, perdiéndose ésta, todo queda perdido. Debemos tener en más estima a nuestra alma que a todos los bienes de la tierra. Porque el alma -dice San Juan Crisóstomo- es más preciosa que todo el mundo. Para llegar a comprender esto, bástanos saber que el mismo Dios ha entregado EL alma. Así amó Dios para salvar nuestro mundo, que dio su unigénito Hijo.
Y el Verbo Eterno no vaciló en comprarla con su misma sangre. A gran precio habéis sido comprados-dice San Pablo-.
Dijo Jesucristo: ¿Qué es lo que podrá dar el hombre en cambio de su alma? Si, pues, el alma vale tanto, si la pierde, ¿con qué bien del mundo podrá el hombre compensar tan grande perdida?
Locos, y con razón, llamaba san Felipe Neri a los que no se cuidan de salvar su alma.
¿Cómo habrá, sin embargo, tantos hombres que por los miserables placeres de esta vida pierdan su alma? ¿Cómo puede haber cristianos que creen en el juicio, en el infierno, en la eternidad, y luego viven sin temor? ¿Cuál es la causa -pregunta Salviano- por la que, creyendo el cristiano en las cosas futuras, no las tema?
Salud del alma
Un autor contemporáneo insiste con elocuencia en estas mismas ideas tan fundamentales:
«Es necesario que pienses en tu propia salvación. Piensas en tu salud, en la de tus hijos, de tus padres, de tus familiares. ¿Qué no haces por conservarla, por recuperarla? Viajes, consultas de médicos afamados, medicinas extraordinarias. Todo te parece poco. Está bien. Pero es más necesario que pienses en la salud de tu alma, que está enferma…
Piensas en la integridad de tus miembros: un brazo, una mano, un ojo, un pie que peligran. ¡Cómo te preocupas! En seguida el especialista, la operación quirúrgica, el tratamiento costoso. Está bien. Pero es más necesario que pienses en que no padezca detrimento tu alma. Ella es la que da la vida y el vigor a todos tus miembros y es eterna…
Piensas en la belleza de tu cuerpo: te preocupa una fealdad, una deformidad, una mancha, y por parecer bien gastas tiempo y dinero. Está bien. Pero es más necesario que pienses en la belleza de tu alma, que es imagen de Dios…
Piensas en tu buena fama y procuras conservar tu buen nombre, y por deshacer una calumnia te metes en pleitos costosos y remueves cielos y tierra. Está bien. Pero es más necesario que pienses en el juicio que de tu alma hace Dios nuestro Señor…
Piensas en tu hacienda, y por aumentarla, conservarla o recuperarla viajas, negocias, trabajas lo indecible. Está bien. Pero piensa que la hacienda quedará aquí, mientras que tu alma vivirá eternamente…
Piensas en tu vida: la enfermedad te aterra, el pensamiento de la muerte te espanta, y ni piensas en salvar tu alma. Si pierdes tu alma, todo lo has perdido: salud, belleza, fama, hacienda, vida. Y lo pierdes para siempre. Si salvas tu alma, todo lo has salvado, y lo has salvado para siempre.
Descuido peligroso
Es increíble la locura de los hombres al descuidar de manera tan peligrosa la salvación eterna de su alma. Sumergidos por completo en las cosas de la tierra, afanados en amontonar riquezas o en gozar de toda clase de placeres, son legión los hombres que jamás levantan sus miradas al cielo ni se preocupan de plantearse un momento el problema del más allá.
En gran peligro se encuentran todos éstos de malograr la razón de ser de su existencia. Sólo a la luz ultraterrena que eterna proyecta sobre nuestras almas la virtud de la fe, se advierte con meridiana claridad que el hombre, como dice hermosamente San Ignacio, ha sido creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor, y mediante esto salvar su ánima; y las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre y para que le ayuden en la prosecución del fin para el que es criado.
No es ésta, en efecto, la finalidad principal de la vida del hombre sobre la tierra, sino la finalidad única y su exclusiva razón de ser. La vida de acá abajo, tan fugaz y pasajera, no es más que un ensayo y mera preparación para la de allá arriba, que ha de durar eternamente. La vida de acá no tiene otro sentido ni valor que el de proporcionar al hombre el modo de labrarse en poco tiempo su dicha y felicidad eterna. Es, sencillamente, un noviciado para el cielo. ¡Lástima grande que la mayoría de los hombres no hayan reparado en ello y vivan como si estas tremendas verdades carecieran en absoluto de interés o fueran meras invenciones de una imaginación calenturienta!
Características generales del Problema de la Salvación
Para ayudarles a reflexionar en negocio tan capital y trascendente, vamos a exponer a continuación sus características generales.
Las principales son cuatro: es un negocio personal, urgente, arriesgado y verdaderamente trascendental.
1.Negocio personal
El de la propia salvación es el más personal de todos los negocios. Nadie absolutamente puede sustituirnos en él, es algo que hemos de realizar nosotros mismos con nuestra actuación personal e intransferible.
Si tu no pones de tu parte, el esfuerzo personal, que a veces será heroico, no te salvas. Dios que te hizo a ti sin ti, no te salvará sin ti.
2.Negocio Urgente
Es una temeridad increíble dejar para mañana -ese mañana incierto- el arreglo de nuestras cuentas con Dios, base indispensable de nuestra eterna salvación. ¡Cuántos se hicieron la ilusión de que tendrían tiempo sobrado para arrepentirse de sus pecados antes de morir y asegurar la salvación eterna de su alma! Pero he aquí que una muerte repentina, absolutamente inesperada e imprevista, cortó bruscamente el hilo de su existencia terrena y los lanzo a la eternidad sin darles tiempo de ponerse a bien con Dios: un atropello, una descarga eléctrica, una angina de pecho, una hemorragia cerebral…
He aquí unas consideraciones elementales en torno a la urgencia del problema de la salvación que deberían tener en cuenta los que demoran su conversión y vuelta definitiva a Dios:
*Te urge la misericordia de Dios, que te espera, te llama, reconocida con el perdón
*Te urge la justicia de Dios que tiene contados tus días, tiene contados tus pecados, tiene numeradas las gracias que te ha dedar
*Te urge la justicia de los hombres que den de ti reparación de los malos ejemplos , restitución de tus injusticias…
*Te urgen tus pasiones, que cada día son más fuertes contra tu alma
*Te urge el tiempo que se te pasa inútilmente sin méritos para la otra vida.
*Te urge la eternidad, que se acerca, que ya llega y dura para siempre.
3.Negocio arreisgado
Como veremos, nuestra salvación es perfectamente posible, en virtud de la voluntad salvífica de Dios. Y hasta fácil y sencilla, si queremos aprovecharnos de los medios eficaces de salvación que la misericordia infinita de Dios brinda a todos los hombres en una forma o en otra.
Nos lo jugamos todo en una carta, a cara o cruz, no hay término medio entre salvarse o condenarse, entre ir al Cielo o al Infierno para toda la eternidad.
4.Negocio trascendental
Esta es la característica importante que resume y compendia todas las demás. No hay ni puede haber negocio alguno que pueda compararse con el de la salvación eterna.
La vida del hombre sobre la tierra no tiene otra razón de ser ni otra finalidad que la de prepararse para la vida eterna.
No tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la futura (hebr. 13,14). Todos somos huéspedes y peregrinos acá en la tierra y vamos caminando hacia la verdadera patria. Con razón decía Nuestro Señor Jesucristo que una sola cosa es necesaria (Lc 10,42) que es la salvación eterna de nuestra alma.
Tales son, brevemente expuestas, las características del problema de nuestra salvación. Es, en efecto, un negocio personal, urgente, arriesgado, trascendental. Resta todavía demostrar su perfecta posibilidad, que se pone de hecho al alcance de nuestra mano si nosotros queremos. (Continuará)