Estos son algunos hábitos pecaminosos que nos consentimos, que nos alejan de Dios…y algunos que pensamos que no son pecado, aunque sí lo son.
Sebastián Campos
A veces la cultura del relativismo nos hace pensar que estas cosas que tienen que ver con el mal y la batalla espiritual son solo ideas. Así vamos creyendo que nuestro pecado es cada vez menos grave.
“Debemos siempre velar, velar contra el engaño, contra la seducción del maligno. «Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio, sus bienes están seguros». Y nosotros podemos hacernos la pregunta: ¿yo vigilo sobre mí?, sobre mi corazón, sobre mis sentimientos, sobre mis pensamientos? ¿Custodio el tesoro de la gracia? ¿Custodio la presencia del Espíritu Santo en mí? ¿O dejo las cosas así, seguro, creyendo que todo está bien?” (SS. Francisco Homilía en Santa Marta el 11 de octubre de 2013).
Los invitamos a meditar en algunos hábitos pecaminosos que nos consentimos, que nos alejan de Dios y de nuestra felicidad. Revisemos nuestro corazón y mantengámonos atentos para no caer en las manos del enemigo.
- Cuando dejas que la ira controle tus palabras y acciones
“Han oído que se dijo…No matarás. Pero yo les digo que todo el que se enoje con su hermano, será llevado a juicio” (Mateo 5, 22a).
Jesús sube la exigencia del mandamiento “no matarás” traspasandolo al plano espiritual, considerando que enojarme, insultar y tratar mal al otro es también una forma de matar. Los invito a preguntarse: ¿Cuántas veces con nuestras palabras hemos matado a alguien, hiriéndolo gravemente?, quizás no solo de forma interna sino en el plano social y público hablando mal de él a los demás. Los que te escucharon y creyeron todo lo que dijiste, también le dieron muerte.
- Cuando te quedas rumiando pensamientos imaginarios que solo alimentan el rencor y el odio
“No le guardes rencor a nadie, para que no guardes cosas innecesarias en tu corazón” (SS. Francisco/Twitter).
¿Con cuánto equipaje extra estás realizando tu viaje por la vida? Con frecuencia arrastramos pesadas maletas de faltas de perdón y rencor por cosas que nos han hecho solo en tu imaginación, agrandando y exagerando situaciones, victimizandote más de la cuenta. Es cierto, muchas veces al día somos heridos, pero también es cierto que nos quedamos alimentando nuestros pensamientos de rencor, planificando nuestras venganzas o preparando nuestros discursos para ir y atacar al ofensor.
- Cuando mientes deliberadamente para ocultar alguna negligencia
Ciertamente uno no siempre se comporta como el “empleado del mes”, al contrario, hay ocasiones en que si nos descubrieran, seríamos el “desempleado del mes”. En el trabajo no siempre es fácil reconocer nuestras mediocridades, negligencias y faltas: aquellas vueltas que damos de más, en donde en vez de avanzar en nuestras responsabilidades y asumirlas, pasamos gastando tiempo en otras cosas. Eso ya es grave. Pero mentir para ocultar ello es más grave aún. Ni hablar de responsabilizar a otros por nuestras faltas, desligarse de lo que debíamos hacer y culpar al sistema, a las máquinas o a personas a kilómetros de distancia. Un buen consejo para evitar tener que mentir: haz lo que tienes que hacer. Jesús es claro y duro al respecto, sobre todo cuando habla sobre la relación entre la mentira y el demonio, refiriéndose a él como el “padre de la mentira” y a los mentirosos como sus hijos. Dios nos libre de ser hijos de ese tipo, nosotros somos hijos de Dios.
“Ya que ustedes son hijos de su padre que es el diablo, le pertenecen a él y desean complacerle en sus deseos… Cuando miente habla de lo que lleva dentro, porque es mentiroso por naturaleza y padre de la mentira” (Juan 8, 43).
- Cuando te avergüenzas de tu fe por miedo a ser rechazado
La fe no es cobarde, pregúntenle a la gran mayoría de los santos de los primeros tres siglos: casi todos mártires que vivieron su fe al límite, asumiendo todas las consecuencias, incluso entregando su vida. Es bien sabido que “nadie enciende una lámpara y la cubre con una vasija o la oculta debajo de la cama, sino que la pone en un candelero, para que todos los que entren vean la luz”. (Cf Lucas 8, 16), pero la realidad es que hoy en día tenemos que tomar esa lámpara de la fe y sacarla de la casa. No basta solo con ponerla sobre la mesa del comedor familiar, tenemos que salir con ella a la calle, pues la gente ya no entra a la casa a disfrutar de la luz.
“Dios no nos ha dado un espíritu de timidez. El espíritu de timidez va contra el don de la fe, no deja que crezca, que siga adelante, que sea grande. Y la vergüenza es ese pecado: ‘Sí, tengo fe, pero la cubro, que no se vea tanto… Esta no es la fe: ni timidez. Ni vergüenza. ¿Qué es? Es un espíritu de fuerza, de caridad y de prudencia. Esta es la fe” (SS. Francisco, Homilía en Santa Marta el 25 de Enero de 2015).
¡Qué el temor y la vergüenza al anunciar a Jesús no entren en nuestro corazón!
- Cuando amas más a las cosas que a las personas
Sabemos que el nuevo mandamiento es amar al prójimo. Ahí está la clave de todo. Hablar de materialismo sería redundar y ya se ha dicho mucho al respecto. Quiero llevarlos a nuestra fe y nuestras “prácticas” dentro de la Iglesia. Muchas veces a los católicos nos pasa que amamos más a la institución (la Iglesia) y a sus prácticas y celebraciones, que lo que amamos a las personas que la componen. Amamos tanto la Eucaristía, que si el sacerdote es aburrido para predicar o el coro canta mal, nos enojamos con ellos, nos desconcentramos y nos ofendemos por servir mal en algo tan sublime y amado por nosotros.
Les dejo la inquietud: ¿Amamos más a las personas o a la Institución? Ni hablar si llega a nuestra comunidad: cuando alguien que no se ve igual a nosotros (y no piensen en el tatuado, el de pircings o el de pelo de color), piensen más bien en el que tiene ideas políticas diferentes, ideas pastorales contrarias a las nuestras, ideas litúrgicas mas progresistas. ¿A quién amamos más?: ¿a este nuevo prójimo que se integra a nuestra comunidad lleno de energía y vigor o a nuestras tradiciones que llevan años realizándose y que no estamos dispuestos a cambiar? Volvamos al comienzo, es un mandamiento nuevo de la boca del mismo Jesús.
- Cuando yo soy el primero, el segundo y el tercero
“(…) El que quiera ser el primero, que sea el último de todos y servidor de todos” (Marcos 9, 35b).
Es bonito ser reconocido, es agradable que la gente vea que haces las cosas bien y públicamente te lo hagan saber. Es satisfactorio disfrutar de los beneficios de ser de los primeros y los más aventajados. Pero, ¿de qué sirve ser el primero y estar solo? Querer siempre destacar, inevitablemente te aísla del resto, te margina y te hace caer en un pecado gigantesco, uno similar al pecado en el que calló Satanás: creerse el mejor y no ver nada bueno en los demás.
Sentir que haces todo bien, más temprano que tarde, te hará sentirte superior y ver a los demás desde las alturas de tu ego, te hará muy difícil la tarea de reconocer las virtudes del resto y sobre todo, te va a hacer muy difícil amarlos. Cuidado con la cultura del mérito, Jesús nos enseño la cultura de la gratuidad, en donde somos amados independiente de nuestros logros. Somos dignos de ser amados, cuidados y reconocidos, solo por el hecho de ser hijos de Dios.
- Cuando dejas que la impureza haga parte frecuente de tu vida
Como ya hemos hablado en varias ocasiones luchar contra los pecados de impureza no es fácil, la mayoría de las veces es mejor huir. El placer no es malo pero su búsqueda desordenada puede hacernos un grave daño. ¡Cuántas veces consentimos caídas en la impureza por solo pensar en nosotros mismos, en lo que nos gusta y en lo que queremos en el momento! La mayor lucha consiste en hacer que Dios cada vez ocupe más espacio en nuestra vida para que podamos ser fuertes y desterrar de ella los hábitos que nos alejan de la castidad. La meta no está en nunca ser tentado, sino en resistir con fuerza la tentación con la ayuda de la gracia de Dios.
“No cometerás adulterio’. Pues yo os digo: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón” (Mt 5, 27-28).
- Cuando las emociones y sentimientos negativos controlan tus decisiones
No hay nada mas perjudicial para ti y para los que te rodean y nada que te aleje más de la voluntad de Dios, que el permitirte emociones y sentimientos negativos. Nadie te dice que no los vas a tener, pero muchas veces nos los permitimos y hacemos cosas para fomentar esas emociones: publicamos en nuestras redes sociales sobre lo mal que estamos, buscando lástima; navegamos por youtube buscando canciones melancólicas que no hacen más que sumergirnos en nuestro desánimo y hacer más difícil salir de ahí. Esto no sería un real problema, si vivieras en un mundo de soledad, pero la verdad es que te relacionas con otros, y es probable que estando así, desanimado y con sentimientos negativos, tus respuestas frente a los demás no sean las más adecuadas. Incluso tus respuestas frente a Dios pueden ser completamente diferentes. Un humilde consejo, nunca tomes decisiones cuando estás en un mal momento anímico, procura salir rápido de ahí, aferrarte a la esperanza que nos regala la fe y abrazar las promesas de Dios, que más temprano que tarde, terminan por cumplirse. Abrir las puertas de tu corazón a esos sentimientos amargos, en definitiva, es abrir las puertas al demonio y cerrarlas a Dios. ¡Ánimo!
“No seáis nunca hombres o mujeres tristes: un cristiano jamás puede serlo. Nunca os dejéis vencer por el desánimo. Nuestra alegría no es algo que nace de tener tantas cosas, sino de haber encontrado a una persona, Jesús; de saber que, con él, nunca estamos solos, incluso en los momentos difíciles” (SS. Francisco, Domingo de Ramos 2013).
(Publicado en Catholic-link)