Aunque no han sido agregados oficialmente al Rosario, presentamos estos pasajes evangélicos y meditaciones para que nos ayuden, a modo de misterios de un Rosario de la misericordia, a profundizar en esta virtud. Aclaramos que estos misterios no seran rezados en el Rosario Viviente 2016…
Primer misterio de la misericordia: La parábola del Hijo Pródigo
“Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente” Lc 15, 20
Dios es un Padre que al atardecer sale al horizonte con la esperanza de que cada uno de sus hijos vuelva a casa, especialmente espera a los que se sienten más alejados y están más atormentados. En esta parábola, Jesús, el Hijo, nos muestra tal como es Dios su Padre y con qué ansia y entrañas de misericordia nos espera para abrazarnos y hacer fiesta cuando el hijo que estaba perdido ha vuelto sano y salvo a casa.
“¡Feliz aquel que tiene un hogar y puede ser hogar para muchos! …Millones de hombres, hoy sin hogar, claman por un hogar espiritual. Debiéramos estar tan arraigados en Dios y –si fuera necesario- tan desarraigados de la tierra, como para ofrecer hogar a muchos”
Segundo misterio de la misericordia: La multiplicación de los panes y los peces
“Siento compasión de esta gente” Mc 8, 2
Jesús con este milagro nos muestra otra dimensión de su misericordia, ya que tras la predicación, con una delicadeza casi maternal, piensa en que se ha hecho muy tarde y que la multitud está lejos para llegar a zonas pobladas donde pudieran conseguir alimento, y por tanto no quiere que pasen hambre, y por eso hace el milagro de la multiplicación de los panes y los peces, por compasión de la gente y con su colaboración. Las entrañas de misericordia de Dios abarcan no sólo nuestra necesidad del Perdón, del consuelo y del amor, sino también las necesidades de sustento y materiales para tener una vida digna y en particular que los padres puedan sacar adelante y educar dignamente a los hijos y personas a su cargo.
“Lo más importante es no tomar atajos; aprended de los santos. Sólo cuando se supieron amados extraordinariamente por Dios, comenzaron a transitar las sendas de la santidad heroica. Por eso, yo también tengo que poner mucho énfasis en las misericordias de Dios, ‘nadar’ en las misericordias de Dios, repasar gota a gota ese mar de misericordias divinas. Mi ocupación favorita será exclamar siempre: ¡cuánto me amas, Dios mío! ¡Me amas como a la pupila de tus ojos!”
Tercer misterio de la misericordia: La mujer adúltera
“Tampoco yo te condeno, vete y en adelante no peques más” Jn 8,11
El perdón misericordioso de Jesús está en primer plano en este pasaje evangélico, donde la masa ya había juzgado a la mujer que cometió adulterio y quería lapidarla. Tantas veces juzgamos tan apresurada y superficialmente a los demás, y los lapidamos aunque sea en nuestro interior. Pero Jesús se enfrenta a la masa envalentonada en el anonimato, y cuando personaliza la pregunta con sabiduría de que el que esté libre de pecado tire la primera piedra, se van retirando uno a uno…… Y entonces, mira con amor a la mujer agradecida y arrepentida, salvada, y le concede con cariño el perdón y la anima a cambiar de vida, a la conversión.
A la larga solamente podremos soportar la experiencia de la pequeñez si simultáneamente tenemos la vivencia de la entrega a un Tú grande. Por consiguiente, casi podemos decir: la vivencia de la pequeñez debe ser completada por la vivencia de la grandeza.
Ésta es precisamente la gran realidad; que yo pierda totalmente mi centro de gravedad. Esto quiere decir, debo trasladar mi centro de gravedad fuera de mí. Cuánto tiempo necesitamos hasta que nos hemos perdido en un tú, hasta que el tú haya llegado a ser el centro de mi ser, de mi vida, de mi actuar; hasta que el tú determine realmente mi sentimiento de vida.
Mirad, cuando el tú, cuando Dios es el centro de gravedad, recién entonces comprenderán lo que quiere decir: la infancia espiritual consiste en la pequeñez y en la grandeza. En la experiencia del desamparo, pero también en la experiencia de la dependencia y de la adhesión.
Cuarto misterio de la misericordia: El buen ladrón
“Te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso” Lc 23, 39-43
La misericordia de Dios espera hasta el último suspiro, como nos muestra este pasaje evangélico, en el mismo ocaso de la vida de Jesús, en la crucifixión, junto a los dos ladrones, es tiempo de gracia, de conversión, de experimentar la misericordia de Dios. El buen ladrón, tiene la franqueza de reconocer que su muerte es justa, pero no la de Jesús, y ese reconocimiento de sus faltas, de su pecado y de la inocencia de Jesús, es suficiente para que el Señor le perdone y le prometa el paraíso. Hasta el último rincón del planeta y hasta el último momento la misericordia del Señor está dispuesta a regalarnos la salvación, el mismo cielo, si nosotros nos abrimos y reconocemos nuestros pecados e
imploramos la salvación del Señor que pende en la cruz, precisamente por nuestros pecados y para darnos la salvación.
“En la pequeñez radica pues el secreto de nuestra grandeza. La pequeñez condiciona y despierta nuestra grandeza en Dios. Por eso, humildad, entrega, confianza. ¡Todo lo puedo en aquel que me conforta!”
5º misterio de la misericordia: Institución del Sacramento de la Reconciliación
“Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.” Jn 20, 22-23
La misericordia de Dios que está tan presente en la vida y gestos de Jesús, se prolonga para siempre en su Iglesia, depósito de la gracia y de las misericordias de Dios, especialmente en sus sacramentos. El perdón misericordioso de Dios está presente en forma sacramental en la confesión o sacramento de la reconciliación, instituido por el mismo Jesús Resucitado en medio de los apóstoles y su Iglesia naciente. Este tesoro llega por sucesión apostólica hasta nuestros días, así que la Puerta de la Misericordia, que en este jubileo extraordinario queremos resaltar y destacar, está y estará siempre abierta en la sencilla puerta de un confesionario, donde a través del sacerdote el mismísimo Señor nos aguarda para abrazarnos con la misericordia, el amor incondicional de un Dios que nunca se cansa de perdonar.
“Homo sum, nihil humanum a me alienum. Soy humano y nada de lo humano me es ajeno. Este antiguo aforismo latino nos da pie para ver qué hacemos con nuestras debilidades. ¿Cómo tenemos que comportarnos? Tenemos cuatro respuestas negativas y cuatro positivas:
Es importante en primer lugar, no asombrarnos de que nos pase esto; en segundo lugar, no confundirnos; en tercer lugar, no desanimarnos; y en cuarto lugar, ni acostumbrarnos ni quedarnos sin luchar en el estado en el que nos encontramos.
De esta manera, Dios quiere hacer de nosotros un milagro de humildad, un milagro de confianza, un milagro de paciencia y un milagro de amor”.
Misterios y meditaciones: P. Jaime Vivancos
Selección de Textos del P. José Kentenich: Hermanas de María de Schoenstatt.