Así lo explica la Doctrina Social de la Iglesia en su capítulo “Poder y Moral: la comunidad política”, que un integrante del grupo Caridad y Verdad nos ayuda a entender
Diana Adriano
La política es importante y fundamental para la vida de los hombres, ya que trata de construir, por parte de todos, una vida en armonía, colaboración, justicia e igualdad.
Sin embargo, es muy frecuente escuchar la frase “La Iglesia no debería opinar sobre política” -y menos aún involucrarse-. Pero es preciso conocer qué enseña la Doctrina Social de la Iglesia a este respecto.
Ramón Enrique Rodríguez, integrante del grupo Caridad y Verdad, reflexiona con los lectores de Periódico Presencia cómo entiende la DSI la relación entre la Iglesia y la comunidad política.
Política en el cristianismo
Ramón Enrique explicó que la importancia radica, primero, en la perspectiva vocacional; es decir, dentro de las múltiples y variadas formas vocacionales, se encuentra la de la política.
“Hay personas que son llamadas a santificarse dentro de este ámbito haciendo el bien, como el emblemático santo, Tomás Moro”, señaló.
En segundo lugar, añadió el entrevistado, algunos papas lo han dicho, entre ellos Francisco, “la política es una de las formas más altas de la caridad”, refiriéndose con esta frase a que desde ella se puede ejercer el bien a un número mayor de personas por el ámbito de influencia y por el mismo alcance que tiene.
Al referirse a la medida en que es “político” el ser humano, el entrevistado citó al filósofo Aristóteles, que dijo: “el hombre es un animal político” por naturaleza.
“Esto quiere decir que a diferencia del resto de los animales o de cualquier ser vivo, las personas somos racionales por naturaleza; es decir, poseemos facultades que los otros seres vivos no tienen: lenguaje, reflexión, conciencia… y, al mismo tiempo, desde que nacemos necesitamos de los otros para desarrollar estas capacidades”, dijo Ramón.
Estas facultades únicas en la persona y la “necesidad” de los demás para desarrollarlas, hace que la persona, por naturaleza, forme la polis; es decir, que haga comunidad, que sea un ser político, aclaró.
Poder político
“Una comunidad política, es cualquier comunidad de personas reunidas y podemos decir que el poder político es el que ejercen precisamente las personas que detentan cualquier tipo de cargo político”, explicó por otra parte Ramón Enrique.
Dijo que el ‘deber ser’ de este poder, es el servicio y “lograr la instauración del bien común en la sociedad: el progreso y desarrollo integral tanto de las personas como de un país”.
Aunque lamentó que de facto, las más de las veces el poder se presta para beneficiarse y satisfacer intereses contrarios al servicio, a la dignidad de las personas.
Y al responder si un cristiano puede ser político o un político puede ser a la vez cristiano, el entrevistado aclaró que dado que “la persona no se puede fragmentar, y el ciudadano también es un ser religioso”, para todo cristiano “es una exigencia moral participar en los asuntos de orden político, ya que es una de las formas de buscar el bienestar de cada persona, pero también el bien de toda una comunidad”.
Iglesia-Estado/ participación del cristiano
Al hablar sobre el tema de la separación Iglesia-Estado del que muchos hacen diversas críticas, Ramón Enrique explicó que aunque son realidades distintas, no se contraponen, sino que convergen en la persona, cada una desde su propio ámbito de acción, por lo tanto, debe haber una relación de comunicación, entendiéndose esto como laicidad positiva.
“Por años diversas corrientes de pensamiento han intentado confundir a los laicos católicos, malinterpretado la relación armónica que debe guiar a estas dos instituciones. Más que una separación (tajante), como lo afirma el laicismo, es una sana distinción; el Estado debe respetar la libertad religiosa y la Iglesia debe evitar ejercer el poder político; lo que sí debe hacer la Iglesia es iluminar a los fieles laicos con su enseñanza social promoviendo la participación activa, sobre todo en temas en donde la promoción integral de la persona se vea socavada por ciertas políticas”, explicó el entrevistado.
¿Y la democracia?
Sobre la democracia, el entrevistado dijo que esta se entiende desde la Doctrina como un sistema de gobierno equilibrado en cuanto a poderes, y se puede decir que “es el tipo de gobierno, que en el ámbito temporal (social), promueve la Iglesia”.
“Siempre se debe impulsar la auténtica democracia, aquella en la que se vela por el Estado de derecho y por la recta concepción de la persona humana, mediante la participación activa como ciudadano, conociendo cuáles son nuestros derechos y obligaciones, haciendo que se reconozcan los primeros y cumplir con las segundas”.
No obstante, Ramón Enrique aclaró que no todas las decisiones democráticas velan por el Estado de derecho y por la dignidad de la persona humana, por lo que no todas las decisiones son aceptadas por la Iglesia.
“Toda decisión democrática necesariamente no es moral; es decir, no siempre se vela por el bien, por la verdad, por la justicia con ellas; por esta razón no se deben aceptar todas las decisiones democráticas. Un ejemplo concreto al respecto pueden ser las leyes que permiten el aborto, el uso lúdico de las drogas, imposiciones ideológicas, etc. todas estas pueden ser decisiones democráticas, pero no morales”, explicó.
Cuando se infringe la ley:
Estado y autoridad
Otro aspecto que aborda la Doctrina social Cristiana en este tema, es el Estado y la autoridad como forma de organización política que mediante el gobierno pretende establecer un orden para la sana convivencia social, la paz, el bien de la sociedad civil dentro de un territorio determinado.
“La autoridad es el poder que tiene una persona sobre otra u otras, y bien encaminada, cuando se ordena bajo los principios universales del bien, la verdad, la justicia, etc. se debe respetar; en cambio, cuando es contraria a estos principios, la enseñanza social de la Iglesia llama al desacato de la misma”, observó el entrevistado.
De la misma forma, explicó cómo el cristiano debe sujetarse al Estado y la autoridad.
“Respetando los principios sociales bajo los cuales se rige el Estado y la misma autoridad; participando activamente como ciudadanos en cuanto a sus derechos y obligaciones; viviendo la solidaridad; todo esto siempre y cuando las acciones de las dos instituciones no atenten contra la dignidad de la persona, ese es precisamente el límite de ambos”, respondió.
Iglesia y los infractores
Respecto a cómo la Doctrina cristiana observa la infracción a la ley, el entrevistado se refirió a que la Iglesia pugna por que se apliquen leyes (moralmente lícitas) que permitan mantener el Estado de Derecho.
Pero se refirió a otro aspecto, el ‘desacato a la ley’, que para la Doctrina puede ser válido desde la objeción de conciencia, es decir, cuando lo que dicta alguna ley es “moralmente ilícito” (es el caso de médicos que se niegan a practicar un aborto en Estados donde es legal).
Por otra parte, y a propósito de la Jornada de oración por la paz que se realiza en México y que hoy pide orar por los victimarios, es decir, por los infractores de la ley, Ramón Enrique explicó que para la doctrina cristiana, se debe reconocer en el infractor la imagen y semejanza de Dios, y tratarles con respeto y caridad, aunque en ocasiones resulte difícil hacerlo, sobre todo cuando el agravio es hacia nuestra persona o a alguien a quien apreciamos.
“Sin embargo, se deben aplicar las leyes (moralmente lícitas) que ayudan a mantener el Estado de derecho en la sociedad sancionando según la gravedad del delito y, junto con ello, se debe velar por un auténtico sistema correccional que permita la restauración de la culpa, así como la reinserción social de las personas”, respondió.