Mons. J. Guadalupe Torres Campos
Les saludo con mucho amor de padre y pastor, deseando estén bien viviendo estos días de descanso en familia, vacaciones, pero siempre de la mano de Dios. Hoy comparto con ustedes alguna reflexión en torno a la liturgia dominical del día de hoy.
Ya desde la oración inicial decimos ‘Señor Dios, protector de los que en ti confían, sin ti nada es fuerte, ni santo, ahí ya reconocemos el poder de Dios, la grandeza de Dios. Ponemos nuestra confianza en Dios que todo lo puede y que sin Él nada es posible conforme a la fe a la que estamos llamados. Por eso te pedimos que bajo tu dirección, bajo la fuerza de Dios, de tal modo nos sirvamos de los bienes pasajeros, que nuestro corazón esté puesto en los bienes eternos.
Por eso, estos días entre comillas, descanso, vacaciones, que no nos distraigamos. Ciertamente hay que descansar y divertirnos, pasear, pero siempre sin olvidarnos de Dios. Hemos estado escuchando estos domingos las parábolas del Reino. Cristo explica a la gente, a los discípulos, el Reino de Dios a base de parábolas, de ejemplos muy sencillos. El sembrador que siembra la semilla y esa semilla que cae en el camino, que cae en tierra pedregosa, espinosa, en tierra buena, y que está llamada a dar fruto. Este domingo pasado la parábola de la semilla y la cizaña, junto con otras dos pequeñas, la mostaza y la masa que es fermentada.
Hoy, en este domingo 17 del tiempo ordinario se nos presenta la parábola que el Reino de Dios se parece a un tesoro escondido en un campo, el Reino de Dios se parece a un comerciante en perlas finas que encuentra una perla muy valiosa, el tesoro escondido en un campo.
Tesoros y perlas
Con esas dos parábolas se nos da a entender que el Reino de Dios, que es Cristo, que es lo más valioso para los que creemos es Cristo, es Dios, y que al encontrar este tesoro, esta perla valiosísima tenemos que dejar todo, y hacer todo lo posible por alcanzar ese tesoro, esa perla fina, la más valiosa, que es Cristo, el Señor.
En ese sentido, pues, el mundo nos ofrece muchos tesoros, muchas perlas muy luminosas y llamativas que nos atrapan, el tesoro del mundo, del dinero, del poder, del placer, del egoísmo, de la violencia, del vicio, etcétera. Muchos tesoros del mundo que tenemos que deshacernos, tenemos que renunciar a esos falsos tesoros, falsas perlas, para dejarnos envolver por el tesoro de la perla más valiosa: Cristo, el Reino de Dios, que es amor. La vida misma de Dios es Dios, es Cristo, es el amor de Dios, que a través de Cristo se nos da, y que esa presencia del Reino de Dios debe esta llamada a dar frutos en nosotros.
Por eso aparece esta tercer parábola del Reino de Dios que se parece a la red que los pescadores echan en el mar y recoge toda clase de peces. Es decir, si encontramos el tesoro, la perla valiosa y la acogemos, la encarnamos, la hacemos vida, ese Reino de Dios bien recibido es como la red que pesca muchos peces, es Cristo pescador que nos pesca, pero que también nos invita a nosotros a lanzar la red en el Reino de Dios.
Hay que trabajar, hay que confiar en Dios y echar la red para pescar y sacar muchos peces para Dios. Están los peces que son la familia, los amigos, los vecinos, los enfermos, tanta gente con quienes nos encontramos a diario.
El Reino de Dios tiene que llegar a todos, esa red tan amplia, tan grande que el mismo Dios lanza y que nosotros podemos ayudarle a lanzarla para que el Reino de Dios capture a muchos hombres y mujeres, que también ellos, como nosotros, acojan la palabra, la semilla, el amor de Dios, la vida, y den frutos abundantes.
Hermosa petición
Con nuestras propias fuerzas no podemos, necesitamos la gracia de Dios y aquí entra la primera lectura del Libro de los Reyes el Rey Salomón, hijo de David, escucha la voz de Dios que le dice: ‘Salomón, pídeme lo que quieras y yo te lo daré’ ¿qué le pide Salomón a Dios? ¿dinero?, no, ¿poder?, no, ¿la muerte de sus enemigos?, tampoco. ¿Qué le pide? ¡sabiduría!: ‘Concédeme, dice Salomón, sabiduría de corazón para que sepa gobernar a tu pueblo y discernir entre el bien y el mal’.
¡Qué hermosa petición! así nosotros hoy, queridos hermanos, en este domingo, para acoger el Reino, para tener ese tesoro y esa perla fina y ser la red a través de la cual Cristo lanza y quiere pescar muchos hombres.
Debemos hacer esta petición con Salomón, ¡Señor, concédenos a todos sabiduría de corazón para hacer bien nuestra misión! Él habla de gobernar al pueblo de Dios y así cada quien, yo como obispo, saber guiar al pueblo que se me ha confiado, la diócesis; padres de familia saber guiar a sus hijos; maestros a sus alumnos; un empresario a sus obreros, amigos entre sí, en fin, ¡todos!
Sabiduría de corazón para saber guiar, acompañar, querer proteger, salir al encuentro de los demás y luz, sabiduría para discernir entre el bien y el mal. Ahí está cómo la cizaña del domingo pasado hacerla a un lado y el bien acogerlo y hacer el bien, decir: esto es bueno, lo tomo, y hago el bien vivo, conforme al bien que Dios me regala. Pedirle sabiduría, dice el texto, que ante esta hermosa petición que Salomón le hizo a Dios, Dios le responde qué bueno que no me pediste dinero, ni poder, ni otras cosas. Te concedo lo que me pides: sabiduría, y además te concedo muchas cosas más que no me has pedido.
El Señor es generoso, el Señor es bondadoso, por eso, ante el amor de Dios hay que responderle como nos invita el Salmo responsorial: ‘yo amo Señor tus mandamientos’, dirá san Juan en otro pasaje: ‘el que me ama cumple mis mandamientos’.
Saludos cordiales
Queridos hermanos, que esta frase del salmo la hagamos vida: ‘yo amo de corazón, Señor, tus mandamientos, dame tu gracia, dame tu sabiduría para acoger tu Reino, hacerlo vida, anunciarlo y proclamarlo de palabra con la vida, con los hechos, en nuestra diócesis, parroquias y en toda nuestra vida.
Les saludo con gran afecto y cariño. Cuídense mucho, vivan en la fe en estos días de la próxima semana y seguimos en contacto. La bendición de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre ustedes y permanezca para siempre. Un abrazo a todos.