Esta es la historia de Martina, una mujer confiada en el amor de Dios que a pesar de vivir la tragedia de que le arrebataran a su hija, pudo reencontrarla gracias a su confianza en la misericordia de Dios, de la que ahora es promotora.
Blanca Alicia Martínez
Veintiseis años despues de haber perdido a su hija, quien le fue arrebatada por su familia política, Martina pudo recuperar la paz en su corazón al reencontrarla y restablecer la relación que de golpe se le impidió vivir.
Pero no sólo pudo reencontrarla sino constató que Dios, en su infinita misericordia, escuchó sus oraciones y le permitió reconocer a su hija como una mujer de bien, creyente, que sabía de su existencia y que no la rechazaba por haberla “abandonado”.
Aún con ese gran dolor que vivió como madre muchos años, y de muchas otras situaciones difíciles, como la muerte repentina de otra de sus hijas, Martina se ha convertido en una apóstol de la misericordia de Dios, a quien no se cansa de agradecer por todo lo bueno, y también por lo malo que le ha permitido vivir.
Su historia
En 1971 Martina vivió el peor dolor de una madre, al perder a su hija.
Se había separado del primer hombre de su vida, que no era su esposo, pero con quien procreó a tres hijos, un varón y unas gemelas.
Un tiempo después se unió a otro hombre, con quien tuvo a la pequeña “Cecy”. Pero ya cuando tenían a su propia hija, el hombre le pedía a Martina dejar a sus otros tres hijos con su madre, para que ella se hiciera cargo.
Martina no aceptó, pues no deseaba separarse de sus hijos, además, sabía que su madre era impaciente y a ella misma, de pequeña, le había tocado vivir violencia en casa.
“Este hombre me amenazó con que se llevaría a la bebé y hasta mi mamá me decía que lo dejara llevársela”, relató Martina, quien perseveró en la relación a pesar de los pleitos que se generaban por el desacuerdo.
En cierto punto ella decidió dejar al padre de su bebé “Cecy”, pero aún en ese tiempo, la familia del hombre ayudaba a Martina a cuidar a su hija mientras trabajaba.
Martina recibió entonces una mala noticia. Le avisaron que el padre de sus tres primeros hijos había caído en la cárcel y en lo que ella lo contactaba para verlo, estuvo separada unos días de la bebé.
Día de terror
Pero cuando Martina regresó a buscar a la pequeña “Cecy”, encontró que quienes habían sido sus “suegros”, habían abandonado ese domicilio.
Desesperada, comenzó a preguntar a los vecinos por su bebé, pero nadie le pudo dar razón, como tampoco quisieron decirle nada algunos de los miembros de aquella familia, quienes ignoraron la enorme angustia que desde ese momento albergó el corazón de Martina.
Para ese entonces, el padre de “Cecy” deambulaba por las calles enfermo de ezquizofrenia, lo que le impidió dar razón del paradero de su hija.
Pasaron semanas, meses …y años. Y Martina siguió frecuentando la colonia de donde su hija había desaparecido, con la esperanza de que alguien se apiadara de ella y le informara a dónde se habían llevado a su bebé.
“Yo sabía que la familia de su padre la tenía y la cuidaba, pero quería recuperar a mi hija”, relató la entrevistada.
Veintiseis años
Catorce años pasaron para que Martina escuchara de un familiar que a la bebé se la habían llevado a Los Angeles.
“Pero ellos no fueron los que la cuidaron, sino que se la dieron a una hermana del que fue mi suegro, quien se la llevó a Estados Unidos”, contó la entrevistada.
A partir de entonces, Martina pudo recuperar cierta paz, pero mantenía viva la angustia de no saber exactamente dónde estaba su hija, cómo estaba, si era feliz, si la atendían bien.
“Tres cosas le pedía a mi padre Dios: primero que pudiera encontrar a mi hija y que ella estuviera bien; segundo, que cuando la encontrara no me rechazara y tercero, que ella creyera en Dios”, compartió.
Y no importa cuanto se tardó en responder, Dios escuchó las plegarias de Martina.
26 años después de aquel terrorífico día, Martina encontró a una familiar de quienes fueron sus “suegros”, quien le contó toda la historia de su hija.
Le dijo que vivía en Los Angeles, que estaba bien, e incluso le dio el teléfono de la familia para que pudiera llamarla, cosa que hizo de inmediato con el corazón saliendo de su pecho.
Reencuentro telefónico
Martina relata que cuando su hija levantó el teléfono escucho decirle “Soy Martina Ambriz”. Y grande fue su sorpresa cuando ella le contestó: “¿mamá?”.
“Me dijo que conocía su historia y me preguntó por qué no la había buscado antes. Pero yo le dije que la había buscado y le había escrito cartas”, relató la mujer.
Tras haber recuperado el contacto con su hija, Martina sitió alivio para su atribulado corazón a pesar de que no pudiera verla personalmente, ya que ella no podia venir a Ciudad Juárez, ni Martina podía visitarla en Estados Unidos por falta de una visa.
Misericordia de Dios
Pero ese gusto no duró tanto. Habían pasado dos años cuando en una de las llamadas “Cecy” le pidió a Martina que no la llamara ni la buscara más.
“Me dijo que su ‘mamá’ se ponía muy nerviosa de saber que tenía contacto conmigo. Pensaba que podía meterla a la cárcel porque sabía que ellos se la robaron. Pero yo nunca pensé hacer eso”, compartió la entrevistada.
Así, Martina volvió a perder contacto con su hija. Y en realidad estaba agradecida con aquella familia que cuidó a su hija y la llevó incluso a conocer a Dios, pues supo que asistía a una iglesia cristiana y se había convertido en una mujer de bien, con sus problemas, pero en paz con Dios.
Durante todo este tiempo, Martina se dedicó a sus demás hijos y nietos y estrechó su relación con Dios. Tras la muerte de una de sus hijas gemelas, Martina ingresó al Apostolado de la Divina Misericordia.
Complacencia divina
Habiendo vivido varios retiros con el asesor de este movimiento, el padre Domingo Gastineau, Martina recibió un día una llamada del sacerdote, desde Italia. El padre Domingo dijo a Martina que estaba por celebrar una misa que ofrecería por la Diócesis de Ciudad Juárez (a la que ha visitado en varias ocasiones).
“Era domingo de Ramos. El padre me dijo: ‘voy a poner en oración sus intenciones y las de su comunidad. Usted también póngase en oración’”, relató Martina.
“Cuando colgué el teléfono me dispuse a orar y pedí con todo mi corazón a Dios: Señor, me has concedido mucho, pero de mi hija no he sabido nada. Te pido que me dejes volver a saber de ella”, dijo.
Unas horas después, como a las 10 de la mañana, Martina entró a su cuenta de Facebook y lo primero que vio fue la solicitud de amistad y un mensaje de ¡su hija!
“Aún no nos reencontramos porque yo no tengo visa y se me hace difícil que pueda conseguirla para ir a verla. Ella me dijo que tiene muchas ganas de venir a Juárez para verme”, compartió emocionada Martina.
“Cecy” también pidió a Martina buscar a su papá, pues supo que vagaba en las calles enfermo. Y aunque Martina lo ha intentado, no ha tenido éxito.
“Yo estoy en espera de lo que Dios quiera. Yo le digo a mi hija ‘oro por tí’, y ella me dice lo mismo”, dijo la mujer, quien todos estos años ha compartido su historia con su familia y conocidos.
RECUADRO
Una apóstol de la misericordia
Muchas otras dificultades ha pasado esta mujer con gran fe. Y a pesar de los reveses a su corazón, se ha confiado enteramente a la infinita misericordia de Dios, que en más de una ocasión se le ha mostrado en todo su esplendor.
“Siempre tuve trabajo para darles a mis hijos casa, vestido, educación. Yo le decía al Señor: tu me das muchos hijos y no te los voy a devolver, pero cuando mi hija, que era doctora, falleció, rectifiqué y le dije: Señor, no son mis hijos, son tuyos, sólo hazme saber que mi hija está contigo”, relató Martina al contar la historia gracias a la cual se convirtió en apóstol de la misericordia.
“Luego de que falleció, acompañé al esposo de mi hija a su casa, para recoger todas las cosas y limparla. Lo primero que ví en el respaldo de su cama fue una imagen del Señor de la Misericordia y la oración. Entonces supe que ella la había rezado y me propuse aprender y rezar siempre la coronilla”, relató.
Un día llegó a la Catedral y encontró a un grupo de mujeres vestidas de blanco y rojo, que rezaban. Se acercó a ellas y les enseñó el devocionario que acababa de comprar para aprender a rezar esa oración.
Una de las mujeres la miró con sorpresa y le dijo “Siéntese aquí enfrente, el Señor la está llamando”.
Era Flor María de la Garza (qepd), entonces coordinadora del Apostolado de la Divina Misericordia y el grupo de Catedral que en ese momento rezaba la coronilla.
Desde ese momento Martina se convirtió en una integrante del Apostolado de la Divina Misericordia de la diócesis, (del que hoy es coordinadora). Y desde esa misión que realiza con mucho amor sigue pidiendo fervientemente a Dios para, alguna vez, poder ver en persona a esa hija que perdió cuando era una bebé.