Presencia
Como parte de la Jornada de Oración por la paz a la que convocan mensualmente los obispos de México, este mes de marzo se hizo un llamado a la comunidad a unirse en oración “por quienes padecen la violencia intrafamiliar y la descomposición del tejido social”, en busca de una sociedad más justa y pacífica para todos.
Datos del Instituto Nacional de Salud Pública y UNICEF, revelan que solo el 30% de los niños en México tienen la suerte de crecer en un ambiente libre de violencia, lo que significa que el 70% de los niños están expuestos a algún tipo de violencia en el hogar.
Sobre este tema habla en entrevista el psicólogo católico Juan Jesús Hernández:
¿Cuál es la realidad de la Violencia Familiar en México?
La violencia ha penetrado en nuestra sociedad de una manera impactante y lo más alarmante es que la mayoría de estos actos violentos son cometidos, según las estadísticas en diarios locales, por jóvenes de edades que oscilan entre los 16 y 25 años. El hecho de que sea tan cotidiana la violencia va haciéndola más accesible a la sociedad, se va perdiendo de una manera gradual el respeto por la vida, de tal manera que, en algún momento ya estamos todos siendo parte de ella, emitimos conductas violentas en contra de nuestros semejantes porque “lo cotidiano se vuelve normal”. La falta de respeto por la vida es ya parte de nuestro patrón conductual ya sea por influencia del entorno o porque hemos desplazado en orden de importancia el valor de la vida humana por otro tipo de valores, como el dinero o el poder. De tal manera, que cuando se me presenta una situación o conflicto, de manera inconsciente escojo la violencia para resolverla. No nos sorprendamos de que las generaciones venideras sean más insensibles al dolor ajeno; los niños que ahora son testigos presenciales de ejecuciones, menospreciarán la vida mucho más de lo que lo hacemos en nuestra generación.
Otros factores explican las vulnerabilidades al delito y la violencia: el crecimiento económico sin calidad y centrado en el consumo; cambios en las instituciones sociales, como el aumento en las familias monoparentales, la alta deserción escolar y el crecimiento urbano acelerado; la facilidad en el acceso a armas y drogas; y la insuficiente capacidad de las instituciones en materia de procuración de justicia y seguridad.
¿Cuál es el impacto en los niños por esta realidad?
Tenemos que saber que la personalidad del ser humano se forma entre los cero y los siete años, por lo tanto si los niños en esa edad están inmersos en un cultura de violencia, ellos aprenderán a ser violentos, lo normalizaran en su vida cotidiana. Tenemos una sociedad violenta porque tenemos familias violentas y la violencia no termina de erradicarse por más programas y proyectos que se hagan porque estamos creando niños violentos, ciudadanos violentos, y no solo por lo que pudieran ver en el entorno inmediato, sino también por lo que ven en los medios de comunicación y entretenimiento. Hay violencia de todo tipo: física, verbal, psicológica, económica, sexual, escolar, laboral. He sabido de muchos padres de familia que cuando están ayudando a sus hijos con la tarea les pegan, les jalan el pelo/orejas, los pellizcan, los empujan, les gritan, los amenazan, los atormentan, los desvaloran, los humillan, todo eso es violencia y la ejercemos nosotros, sus padres. Ese es el impacto significativo que tiene la violencia en nuestros niños, los convierte en personas violentas, algunas veces de formas muy explícitas, otras muy sutiles.
¿Qué es lo que pasa con un niño que es violentado, como se refleja esto en la sociedad?
Hay estudio sobre los efectos de la Violencia Familiar en las sociedades realizados por autores como Echeburrua, Corral, Amor, Zubizarreta y Sarasua que nos dicen que la violencia es una conducta que se va aprendiendo a través del modelamiento, es decir, a través de lo que los hijos ven dentro de su familia y la van replicando a lo largo de su vida. El niño aprende a resolver sus conflictos a través de la violencia porque eso es lo que ve y aprende. Los niños entre los cero y ocho años aprenden a través del modelamiento: de lo que ven, van haciendo sus patrones conductuales y paradigmas de vida. Tenemos muchos ejemplos: niños jugando a los sicarios que mataron a uno de sus compañeros, niños jugando a los secuestradores torturando a una de sus compañeras. O historias como esta: “Orlando creció en las calles de Ciudad Juárez tras escapar de un orfanato. Entre los diez y los 16 años se estima que mató a 19 personas, la mayoría por orden del cartel de Sinaloa. Ahora, a los 17 y cumpliendo sentencia por homicidio, dice: ‘No conozco otra forma de vivir que no sea matar gente’”. Hay también niños que hacen bullying en las escuelas, a sus hermanitos, a sus vecinos…y evidentemente tienen un impacto profundo en la sociedad mexicana.
En su trabajo ¿Cómo observa estos casos y qué es lo que más le preocupa respecto a lo que vive la infancia en Ciudad Juárez?
Desde 2010 trabajo en la Fiscalía General del Estado de Chihuahua, Zona Norte, primero como coordinador del área de Psicología y trabajo Social de la Unidad Especializada en Violencia Familiar y después se convirtió en la Unidad Especializada en violencia Familiar, delitos Sexuales, y trata de personas. He visto cómo la violencia -física, sexual, psicológica, económica- es implacable con los niños, y cómo estos niños replican la violencia que cometieron contra ellos. Ellos son atendidos en la Unidad de Justicia penal para adolescentes, (“Menores Infractores”). He visto niños golpeados hasta el cansancio por sus padres drogadictos, he visto niños y niñas violadas sexualmente por sus padres, hermanos, abuelos, tíos, primos, amigos de la familia, y no sólo por hombres, sino también por mujeres. Atendí el caso de una mamá violada por su propio hijo, hijas violadas por su padre, solo por vengarse de su madre, un hijo violado por su madre, hermanas violadas y golpeadas por sus hermanos. Lo más perturbador es que ellos son los adultos que estamos formando para el mañana en nuestra sociedad.
Los niños de hoy cada vez son más violentos, sus héroes ya no son los que hacen el bien, sino los que tienen dinero, mujeres y matan más.
Pero aunque el panorama se ve muy negro, todavía hay esperanza. En 2010 teníamos mucha reinserción de hombres violentos, que estaban en la cárcel unas horas y al salir, volvían a agredir a la mujer, a los hijos o a sus papás. Psicólogos tuvieron a bien diseñar un proyecto para trabajar con estos agresores con el que se logró bajar los índices de reinserción de un 94% al 13%. Este proyecto se ha replicado en catorce lugares diferentes a la fiscalía, como talleres para atender a generadores de violencia. También he trabajado en varias Asociaciones Civiles y hemos implementado una serie de programas. Con Fondo Unido diseñamos el proyecto “Iluminando mi futuro antes de los 6” que ha tenido gran impacto en la sociedad, sobre todo para los hijos de los empleados de maquiladora. Y aunque sigue la violencia contra nuestros niños, por esos niños salvados, tiene sentido el esfuerzo realizado.
Los obispos nos piden orar por esta realidad, ¿De qué otra forma los católicos podemos contribuir a que haya menos niños violentados, más familias en paz?
Una manera eficaz de cambiar nuestras sociedades, es cambiando nosotros como adultos. Dice un dicho que ‘no puedes obtener resultados diferentes haciendo lo mismo’, entonces debemos ser ejemplo para nuestros hijos, resolver problemas a través de la inteligencia y no a través de la violencia, así estaré mandando un mensaje subliminal a mi hijo, de cómo él también debe resolver los problemas que se le presenten en la vida cotidiana: con Inteligencia emocional, comunicación asertiva, resolución pacífica de conflictos. Dice Fernando Pascual que el egocentrismo es la causa principal de la violencia en las familias, ya que lleva a dar una prioridad casi absoluta a los propios gustos, deseos, ambiciones, proyectos. Suele estar acompañado por el menosprecio hacia lo que los otros desean o piden dentro del hogar.
Pero debemos saber que el otro es el importante, ocupa el lugar principal. Esto se aprende desde la infancia. Los padres pueden ayudar mucho a sus hijos a no verse a sí mismos como el centro de todo, ni a exigir cuidados, privilegios “en exclusiva”. Ningún sistema educativo enseña esto, pero una buena ayuda en el hogar facilita descubrir e implementar la belleza de la visión heterocéntrica: vivir más para los demás, que para uno mismo.