Querido padre: Me confirmé en el año 2015 y desde ese año y hasta la fecha, sigo sirviendo en el grupo de Confirmaciones. También he servido en otros ministerios parroquiales, pero definitivamente me quedo con Confirmaciones porque me hace muy feliz servirle a Dios a través de los jóvenes.
De un par de años para acá, he visto que los servidores nuevos, específicamente los de Confi no han adquirido ese compromiso al cien por ciento, no muestran el amor que le tienen a Dios en su ministerio, además que para ellos es más importante no perderse las reuniones familiares, fiestas, conciertos; lo ponen por encima de asistir un fin de semana a servir. A mi me entristece muchísimo que los jóvenes de ahora no vean lo maravilloso y hermoso que es servir a Dios en su juventud. Siento que le hemos fallado a Dios porque cada vez los jóvenes se van por lo que les ofrece el mundo y se alejan de la Iglesia, o adquieren nuevas ideologías muy alejadas a las de la fe cristiana.
Mi pregunta es: ¿Qué les diría o aconsejaría usted a todos esos jóvenes que no sienten amor por su servicio en la iglesia?, y ¿Qué podemos hacer los que tenemos más años en el servicio para que los servidores “nuevos” se sientan verdaderos soldados de Cristo?
Muchas gracias. Gisel Almaraz.
¡Hola, Gisel! Primero que nada debo decir que me da mucho gusto que surja esta inquietud, pues quiere decir que hay una genuina preocupación por la realidad juvenil de nuestro tiempo y nos ayuda a recordar que los jóvenes tienen un lugar muy especial en nuestra Iglesia. No por nada en la III Conferencia Episcopal Latinoamericana celebrada en Puebla en 1979, surgió la expresión opción preferencial por los jóvenes, donde los obispos de nuestro continente nos invitaron a tomar a los jóvenes como una de nuestras prioridades, para ayudarles a conocer a un Cristo Vivo en el que encuentren una liberación integral y que, así, siendo evangelizados ayuden a evangelizar a otros. Si bien la evangelización no es exclusiva de una sola etapa de la vida, es de suma importancia que en la juventud, cuando el hombre debe tomar decisiones fundamentales, haya un encuentro con aquel que le da sentido a nuestra vida.
Es importante no generalizar, pues aún hay muchos jóvenes servidores comprometidos de una manera admirable con sus servicios en la Iglesia, que no solo son sal luz de la tierra, sino también esperanza para darnos cuenta que no todo está perdido y que el Espíritu Santo sigue tocando y transformando vidas. Sin embargo, estoy de acuerdo en que pareciera que estos son cada vez menos o que es cada vez más difícil lograr ese compromiso pleno. Pero cómo no va a ser así, si en el mundo en el que vivimos hay cada vez más ruidos que nos impiden escuchar con claridad la voz de Dios: ideologías, cultura de la muerte, violencia, marginación, sexualidad desenfrenada, excesos, drogas, borracheras, pornografía, desintegración familiar, por mencionar algunos. Todo esto aunado a una vida cada vez más acelerada y superficial, donde pareciera que el valor de la vida o de la persona radica en lo que posee materialmente, en los logros profesionales, en lo bien que lo pasa, en los likes de sus publicaciones en redes sociales, en lo bien que se ve, en lo que hace para alcanzar el éxito mundano, en lo aceptado que es por otros. Lo que el mundo ofrece parece tan apetecible y satisfactorio que envuelve pero, como una droga, solo va dando un aparente bienestar, una felicidad pasajera, que dan como resultado heridas, egoísmo, individualismo, pérdida de sentido y un constante querer más, sin estar nunca saciado.
El joven, que se encuentra en una etapa de búsqueda, fácilmente se ve envuelto en ambientes contrarios a lo que nos propone el Reino de Dios. El joven no es malo, es vulnerable, y cuando no se le acompaña se ve más propenso a tomar malas decisiones que lo hacen alejarse del que es el Camino, la Verdad y la Vida. Por eso la urgencia de atenderlos y nunca darlos por perdidos, como el Buen Pastor nunca nos da por perdidos a nosotros. En Jesús encontramos al que todo lo renueva, al que sacia nuestra hambre, al que sana nuestras heridas, al que nos da vida. Por eso invitaría a los jóvenes a que se dieran la oportunidad de vivir su fe y su servicio a fondo. Cuando entregamos todo a Jesús, él nos da Todo: el amor que anhelamos, la paz que necesitamos y, sobre todo, la vida para la cual fuimos creados. Una juventud entregada a Dios nunca será un desperdicio, al contrario es la mejor de las inversiones. Y esto no significa que vaya a ser una vida perfecta, pues dejaría entonces de ser una vida humana. Pero les aseguro que tampoco será una vida aburrida. Será vivir, como todos, luchas, esperanzas, fragilidades, sueños, pérdidas, alegrías y dudas, pero sabiendo que el Todopoderoso nos acompaña. Cuando uno llega a la adultez y voltea hacia atrás, se da cuenta que ha sido la mejor decisión haberle entregado a Dios una de las etapas más bellas de la vida.
Así, a los que hemos tenido un encuentro personal con Cristo nos toca dar testimonio de ello. No solo con discursos bonitos, ni mucho menos presentando a un Dios de libro de historia, sino propiciando una experiencia viva con el ejemplo de una fe y un servicio alegres, dentro y fuera de nuestras parroquias. Que se note que hemos encontrado vida en el Resucitado y que gritemos con nuestras obras que nuestra meta es lo Eterno. Así, los demás jóvenes se podrán encontrar con un Padre amoroso, con un Jesús que salva y con un Espíritu que da vida. En otras palabras, que puedan conocer a aquel que nos da lo que el mundo no puede, siendo conscientes de que es alguien vivo y real. Esto hará más fácil lograr un compromiso fuerte con el servicio. Por último, te recomiendo echarle un vistazo a la exhortación apostólica Christus Vivit si no lo has hecho aún. Este bellísimo documento no solo nos permite entender mejor la situación juvenil actual y lo que nos toca como Iglesia pastoralmente, sino que desde los primeros números nos llena de esperanza recordando que Cristo todo lo renueva, lo rejuvenece y lo llena de vida.
¡No pierdas la esperanza, Gisel! Ánimo en tu servicio con los jóvenes, nunca te canses de apostar por ellos. Que podamos decir como don Bosco: ¡me basta que sean jóvenes para amarlos!