P. Francisco García
En 1959, el filósofo francés Paul Ricoeur escribió un breve ensayo titulado “El símbolo da qué pensar”; en poco tiempo la obra se convirtió en el punto de partida de las nuevas investigaciones filosóficas sobre los símbolos. La frase nos recordó algo que en toda la historia de la filosofía se nos había enseñado: Pensar.
La historia es extraña, y aun cuando se repite, parece que no logramos aprender. El autor del libro del Eclesiastés, no sin una carga de pesimismo realista dice lo siguiente:
«Vanidad de vanidades, todo es vanidad». ¿Qué provecho recibe el hombre de todo el trabajo con que se afana bajo el sol? Una generación va y otra generación viene, pero la tierra permanece para siempre. El sol sale y el sol se pone. A su lugar se apresura. De allí vuelve a salir. Soplando hacia el sur, y girando hacia el norte, girando y girando va el viento. Y sobre sus giros el viento regresa. Todos los ríos van hacia el mar, pero el mar no se llena. Al lugar donde los ríos fluyen, allí vuelven a fluir. Todas las cosas son fatigosas,
el hombre no puede expresarlas. No se sacia el ojo de ver, ni se cansa el oído de oír.
Lo que fue, eso será, y lo que se hizo, eso se hará; no hay nada nuevo bajo el sol.
¿Hay algo de que se pueda decir: «¿Mira, esto es nuevo»? Ya existía en los siglos
que nos precedieron.
En la historia humana
Sin embargo, aunque en la historia natural no hay nada nuevo bajo el sol, no es así en la historia humana, a no ser que los humanos no pensemos. Entonces la historia no es determinista. Nuestro mundo no es el mundo cartesiano en el que Dios se fue y lo dejó funcionando según las leyes de la física y sin ninguna intervención paterna y amorosa. Luego, ¿por qué ante cada cambio de la naturaleza, las personas entramos en experiencias de un pánico sin control, o en la ignorancia sin escrúpulos de un hecho real?. ¿Por qué las conquistas económicas y tecnológicas de nuestra época sucumben ante una pandemia?
La pandemia nos habla
¿Qué sucede con los sistemas de salud que colapsan ante la manifestación de un virus, de los que existirán miles en el mundo? ¿Por qué los sistemas políticos asumen valor sólo para sus agremiados y simpatizantes, aunque sus desaciertos sean de todos visibles? ¿por qué la misma Iglesia, portadora de virtudes como la fe, la esperanza y la caridad, se pierde en medio de las contingencias de la naturaleza y sus pastorales se apoyan más en la ocurrencia como acción, que en su misma identidad y simbolismo? Quizá, por que nos ha faltado pensar, pero no sólo como habilidad argumentativa, o como simplona pose protagónica, sino como condición de convivencia armoniosa con el mundo.
¿No será que la pandemia sea un recuerdo de la naturaleza para que ocupemos el lugar que nos corresponde?: Que la economía global promueva la vida apropiada en la casa común; que la política de cualquier corte externo, aunque de identidad formal, sea verdadero esfuerzo para establecer el orden y el bien común; que la tecnología ocupe su logar como medio de transformación artística y laboral y no como industria económica y bélica; que el trabajo sea relación amistosa con la naturaleza y no su destrucción; que los medios de comunicación sean medios y no fines de la felicidad humana; que la Iglesia sea anunciadora del evangelio y cuidadora de las personas y no una institución sin identidad virtuosa. Algo importante nos quiere decir el mundo con esta pandemia, sólo que para saberlo hay que pensar, y pensar sin temores.
Pensar…pensar mucho
A finales del siglo XIX, el filósofo alemán Max Scheler escribió su obra mas importante: “El puesto del hombre en el mundo”. Sus comentaristas dicen que este libro se inspira en los relatos del jardín del Edén del libro del Génesis. Cuando Adán y Eva no son capaces de poner límites, viene la expulsión. Dice Scheler, el hombre es un animal que sabe decir “no”. Jesús un día dijo: digan sí cuando es sí y no cuando es no.
Nuestro mundo se quiere recomponer y nos está dando muchas señales, a nosotros nos queda pensar, pensar mucho, e ir contra las corrientes narcisistas y dogmatistas de nuestro tiempo. La opinión promovida por los noticieros y las redes sociales no tienen sentido.
Platón decía que la opinión era mera palabrería. Las anécdotas, las imágenes, los videos y los personajes de papel creados por la televisión y el internet no nos van a salvar de la pandemia. Nuestros puntos de apoyo no pueden estar en el mundo virtual.
Esta contingencia nos agarró a todos desprevenidos; para algunos la responsabilidad inmediata los trae en conferencias diarias cargadas de estadísticas amañadas, además de cargar sobre la población la mayor parte de la responsabilidad frente a la contingencia. Otros, sin oposición de ningún tipo, asumimos una política sanitaria mocha e irresponsable. Pues ante la falta de previsión y de mayor responsabilidad de las autoridades, quedémonos en casa lo más posible y, pensemos, pensemos mucho en el lugar que nos corresponde en este, nuestro tan dolido y desgarrado mundo.